viernes, 14 de marzo de 2008

1.- Toque a reloj suelto

Próximo a conmemorarse el II centenario de la Guerra de la Independencia que, iniciada con el levantamiento popular del 2 de mayo en Madrid enfrentó a los ejércitos aliados formados por fuerzas españolas, portuguesas, inglesas, alemanas..., y las tropas francesas, entre los años 1808 y 1814; y que puso fin al intento de Napoleón Bonaparte de extender su imperio a la península Ibérica, parece el momento oportuno para, en unos casos rememorar, y en otros acercarse al conocimiento del principal protagonismo que adquirió Alba de Tormes en alguna de las fases de la contienda.

Los datos relativos a los acontecimientos que se describen proceden de los artículos, libros y páginas Web que se citan como Bibliografía, y, fundamentalmente, de la información recopilada de los documentos que se reproducen y del poema en el que, con tintes épicos, se relata la Batalla de Alba de Tormes por uno de sus protagonistas, Ramón Noboa, a quien, desde aquí, se rinde homenaje iniciando este relato con las mismas palabras con las que él finalizó el suyo.


Marzo de 2008

2.- Toque a reloj suelto

NIHIL IN FASTIS SIMILE
(Ningún otro hecho parecido)
Encrucijada de caminos, confluencia de cordeles y vías pecuarias, paso obligado de arrieros, pastores, peregrinos, romeros, mendigos y caminantes, Alba de Tormes adquiere durante nuestra Guerra de Independencia un relevante protagonismo en el intento de asegurar la “línea del Tormes” gracias a su estratégica y fortificada posición que le permite dominar, desde lo alto de la colina sobre la que se asienta, el paso por los vados y el acceso al sólido puente medieval que cruza el rio del que obtiene su nombre.
Durante los años de contienda su “vega grande y espaciosa” que antaño cantara Garcilaso se llenará de pertrechos y bagajes y permitirá el acantonamiento de tropas de uno y otro bando; sus calles, otros días transitadas por Boscán, Teresa, Lope o Calderón, se cubrirán de barricadas y parapetos; los muros de su antiguo castillo-palacio, aquel en el que Juan del Encina escenificase las primeras representaciones de nuestro teatro moderno, sufrirán las consecuencias de los distintos asedios; y sus piedras centenarias serán testigo de algunos memorables y heroicos hechos de armas que se desarrollarán en su entorno y que pasarán a engrosar la ya dilatada historia de la villa.


LA JUNTA DE ARMAMENTO Y DEFENSA.
Fruto del acuerdo francoespañol, y con la intención “oficial” de hacer la guerra al vecino reino de Portugal, y la solapada de hacerse con el control total de toda la península Ibérica, el 18 de octubre de 1807 cruza el Bidasoa la primera división francesa. Una parte de estas tropas se dirige por Burgos y Valladolid hacia Salamanca donde llegan 25 días mas tarde siendo bien recibidas y festejadas por todas partes. Alba de Tormes, que no es ajena a este inicial recibimiento, ni tampoco a la desconfianza y recelos que comienzan a levantarse ante la permanente presencia francesa en nuestro suelo, no duda en sumarse a la insurrección generalizada que estalla en toda España con los acontecimientos del 2 de Mayo y especialmente tras publicarse, en la Gaceta de Madrid, el 20 del mismo mes, que Carlos IV cedía el trono en favor de José Bonaparte.
Vacante la soberanía nacional por la ausencia del Rey legítimo ésta es asumida por poderes revolucionarios (juntas) que comienzan a formarse en regiones y ciudades con la pretensión de ejecutar la voluntad popular ante la carencia de cualquier resto de la anterior administración. El 25 de septiembre de 1808 se constituye la Junta Suprema Central, órgano que asume la máxima autoridad del gobierno de España en ausencia de Fernando VII, encontrándose por encima de las distintas juntas provinciales creadas con anterioridad y que se subordinan a ella.
Unos meses antes, entre mayo y junio del mismo año, se habría constituido en Alba su denominada Junta de Armamento y Defensa, formada, entre otros, por los albenses: Antonio García Verdugo, Juan Manuel Domínguez, Juan de Quintana Ruiz, Juan Regidor Flores, Mateo Salgado, y Antonio Perlines que será su secretario.
Esta Junta, (Doc.1) que por disposición de Gregorio de la Cuesta, Capitán General de Castilla la Vieja, actuaría, unida a la de Salvatierra, con total independencia de la de Salamanca (a pesar de su oposición), desde el 2 de julio de 1808 hasta la constitución de la Junta Suprema Central, tenía como principal objetivo poner sobre las armas e instruir en su manejo a “todos los mozos solteros de uno y otro partido que no sean absolutamente inútiles para el servicio; proporcionando su subsistencia de los fondos públicos...” De esa forma conseguiría levantar un batallón de más de 600 hombres que pondría a disposición del ejército español en fechas 15 de junio y 20 de septiembre del primer año de la contienda.
Como consecuencia del repliegue de las tropas imperiales después de la derrota sufrida el 19 de julio en Bailen, las tierras de Alba se verían liberadas de la dominación francesa a la que, de facto, se encontraban sometidas; sin embargo esta liberación apenas si duraría unos meses. El 4 de noviembre de 1808 Napoleón Bonaparte atraviesa la frontera y encabezando personalmente su ejército comienza nuevamente a asentarse sobre buena parte de nuestro territorio, de modo y manera que a comienzos de 1809, Madrid, Toledo, buena parte de Galicia, Santander, el País Vasco, Navarra, algunos territorios de Aragón, unas cuantas ciudades en Cataluña y la totalidad de Castilla y León (y por consiguiente Alba de Tormes), se encuentran de nuevo ocupados por las tropas francesas.


3.- Toque a reloj suelto

Documento 1
Archivo Histórico Nacional
Consejo de Castilla









Reproducción mecanográfica
El Licenciado Don Antonio Josef Ximénez de Vega, abogado de los Reales Consejos escribano de Su Majestad público del Numero y Ayuntamiento de esta villa de Alba y su partido
Certifico doy fe y testimonio que por los individuos de la Junta de Armamento y Defensa de esta villa se me ha exhibido un oficio que a la letra dice así:
Oficio…… Por el Oficio de esa Junta de veinte y cuatro de Junio y el informe de sus comisionados me he enterado de la creación de la misma y sus operaciones hasta aquella época. Apruebo su establecimiento en la forma que se halla prometiéndome continuara con la mayor eficacia y actividad en el armamento de esa villa y su partido uniendo al mismo el de Salvatiera poniendo sobre las armas y habilitando en el manejo a todos los mozos solteros de uno y otro partido que no sean absolutamente inútiles para el servicio; proporcionando su subsistencia de los fondos públicos y de los donativos voluntarios a que deben esforzarse todos aquellos que por su edad y otras circunstancias no concurran con sus personas a la defensa de la Patria, y reservando todos los caudales que se administran por cuenta de la Real Hacienda a disposición del Intendente del Ejercito Don José María Sastre que sigue al Cuartel General, a quien darán vuestras señorías razón de las existencias para que disponga de ellas. Esta Junta procederá en los objetos de su Instituto con independencia de la de Salamanca, dándome aviso de las ocurrencias dignas de mi noticia. Dios guarde a vuestras señorías muchos años. Cuartel General de Benavente. Dos de julio de 1808. Gregorio de Cuesta. P.D. En atención a lo que me han expuesto los comisionados, doy orden al gobernador de Zamora para que facilite a esa Junta los cuatrocientos fusiles y ochocientos sables que le faltan para el completo de su armamento. .
Necesito que un oficial de Artillería retirado me informe del estado, calibre, longitud y demás circunstancias de las piezas de artillería existentes en esa villa. Fecha ut supra. Esta rubricado al igual que el anterior oficio. El que concuerda a la letra con el mismo que original devolví a la Junta y en su nombre a su Secretario D. Antonio Perlines que lo certifica y firma su recibo; y yo con referencia al mencionado oficio signo y firmo el presente en Alba. Octubre veintinueve de mil ochocientos ocho.

Recibí el Oficio
Antonio Perlines
Secretario
Licenciado don Antonio Josef
Ximénez de Vega .

4.- Toque a reloj suelto

RECUPERACIÓN DE ALBA DE TORMES.
19 de noviembre de 1809
Tras la victoria de Tamames el 18 de octubre y la toma de la ciudad de Salamanca el 25, el teniente general D. Diego de Cañas y Portocarrero, duque del Parque, al mando de 30.000 hombres del ejercito de la Izquierda1 intenta cortar las comunicaciones entre Madrid y las tropas francesas del general Kellerman establecidas en las ciudades de Zamora, León y Valladolid. En su avance hacia Tordesillas ocupa Alba de Tormes el día 19 de noviembre y expulsa de la villa a una brigada enemiga que huye hacia Toro perseguida de cerca por las tropas españolas.
En esa misma fecha el ejército del Centro es completamente derrotado por los franceses en la batalla de Ocaña, lo que permite a buen número de sus tropas partir de inmediato hacia el norte para reforzar a las del general Kellerman.
Ignorante de estos acontecimientos el ejército de la Izquierda continúa su avance hacia Toro, que es evacuado, y hacia Medina del Campo donde se enfrenta y pone en fuga a las tropas francesas el día 23. Ese día llega la noticia de la derrota de Ocaña y a pesar de la posibilidad de un contraataque francés con fuerzas superiores a las suyas, del Parque permanece en el Carpio hasta el día 27 en que, acuciado por la cercanía del general Kellerman con su numerosa y reforzada caballería da orden de inmediata retirada hacia Alba de Tormes.


BATALLA DE ALBA DE TORMES.
28 de noviembre de 1809
A última hora de la mañana del día 28, y tras 50 kilómetros de marcha, las tropas españolas alcanzan Alba de Tormes y la relativa seguridad de interponer entre ellas y sus cercanos perseguidores la natural línea defensiva que ofrece el río Tormes, atravesado por un único puente de fácil defensa.
El duque del Parque ordena detenerse en sus inmediaciones, sin embargo, en una incomprensible decisión, dispone que solo la 3ª y 5ª divisiones crucen el Tormes y acampen en su margen izquierdo. Las otras tres: Vanguardia, 1ª y 2ª, junto con el cuartel general, artillería y bagajes lo hacen en la villa, en la ribera derecha del río, del lado francés, quedando de esta manera el ejército dividido, separado por el río, y sin otra comunicación que un estrecho puente.
La infantería francesa aún se encontraba a varias leguas2 de Alba. Kellerman, consciente de que sus posibilidades de dar alcance al ejército español se esfumarían en el momento en que éste se pusiese al salvo cruzando a la orilla occidental del río, intentó retenerle hasta la llegada de sus tropas de a píe y ordenó un ataque sorpresa con sus 8 regimientos (unos 4.000 jinetes) de la temible caballería imperial francesa.
El toque a reloj suelto de la iglesia de Santiago3, la llamada a rebato desde otros campanarios de la villa donde se habían apostado vigías, y la llegada de jinetes al grito de “que vienen los franceses” sorprendió a los fatigados y despreocupados soldados españoles que se afanaban en la preparación de sus viandas para la comida. La alarma causó una enorme confusión y el puente quedo prácticamente obstruido por hombres y bagajes que en él se apelotonaban tratando de huir.
La situación resulta crítica. Apenas si hay tiempo para desplegar las 3 divisiones y formar una línea defensiva, la mitad del ejército, separada por el rio, no puede ayudar a la otra mitad y aunque algunas tropas que han conseguido formar en su puesto de combate rechazan la primera acometida, el general Millet con dos regimientos de dragones se despliega y cae contra el flanco derecho español, cubierto por los regimientos de caballería Sagunto, Borbón y Granada de Llerena (unos 800 caballos) que tras ser arrollados huyen desordenadamente aplastando a sus propios compañeros de la 1ª división y a una parte de los de la 2ª.
Las sucesivas cargas de la caballería francesa, bajo el mando directo de Kellerman con los húsares y cazadores de Lorcet a la cabeza, causan verdaderos estragos. Cientos de muertos y heridos quedan tendidos sobre el campo de batalla4, otros muchos son hechos prisioneros, y gran número de soldados huyen hacia el puente impidiendo el paso a sus compañeros que, desde el otro lado, se aprestan a cruzarlo para acudir en su ayuda. En esta acción mueren los Coroneles de los regimientos de León (Pedro Linares) y granaderos provinciales (Francisco Núñez Falcón), y resulta completamente destrozada la batería de artillería de Diego del Barco.
Entre tanto en el ala izquierda el general Mendizábal, 2º Jefe del ejercito, logra organizar la división de Vanguardia y algunos restos de la 2ª formando varios cuadros en la zona de Los Tejares, más conocida en Alba por "Los Coladeros". Junto a él, los generales Carrera, Losada y Belbedere se conjuran a la resistencia, rehúsan con altanería el ultimátum de Kellerman a quien Mendizabal contesta: “Yo solo respondo de este modo: ¡Soldados Fuego!” y allí, de espaldas a río, amparados tras sus bayonetas y el fuego de sus mosquetes, rechazan heroicamente, en tres ocasiones consecutivas, el alud de 3.000 jinetes que se les viene encima.


Los franceses, con, importantes perdidas tanto en hombres como en caballos, tienen que mantenerse a distancia en espera de sus tropas de a pie, sin las cuales se sienten incapaces de superar a los aguerridos cuadros españoles.
El sol se ocultaba tras los montes de Torrejón cuando comienzan a llegar al campo de batalla las huestes de infantería y artillería francesa encabezadas por la brigada del general Maucune. La posición se hace insostenible. Las únicas opciones son una capitulación incondicional, que se sigue despreciando, resistir heroicamente hasta ser completamente masacrados o cargar contra el enemigo en un desesperado intento de romper el cerco y cruzar el río. Amparados por las sombras de la noche y bajo un violentísimo fuego de artillería, los soldados españoles inician la marcha a paso redoblado. Sus órdenes son alcanzar el puente a toda costa. Con el ímpetu de su avance consiguen abrirse camino sin descomponerse. Las pérdidas son considerables, pero al final, tal y como indica Garcia Fuertes, “... invictos en medio de la derrota, los regimientos de la división de Vanguardia consiguieron cruzar el río y reunirse con del Parque.”
En este heroico combate, tan glorioso para la infantería española, destacaron los regimientos del Príncipe, Gerona, Cataluña, Victoria, Zaragoza, Barbastro, Monforte, Muerte, Morrazo, Lemos y el batallón Escolar que formaban parte de la Vanguardia y 2ª División.
También destacaron por su valor los artilleros Pedro Vasconte y Ginés Lopez que, heridos y rodeados de enemigos, consiguieron salvar las dos únicas piezas de artillería que no cayeron en manos francesas5.
Su brillante comportamiento fue recompensado con una pensión vitalicia y el honor de poder llevar en su brazo un distintivo con un obús volcado el primero y un cañón con su cureña el segundo6. Por otra parte, al general Mendizabal se le concedería por esta acción el título de Conde del Cuadro de Alba de Tormes.
Aunque impacientes por reorganizarse y plantar nueva batalla al enemigo, a la postre estos valientes soldados, protagonistas de tan heroica y gloriosa resistencia, resultan contagiados por la desmoralización general del resto de la tropa y el desasosiego reinante ante el temor de que la caballería francesa pueda vadear el río, y tras recibir la orden de retirada nocturna se dispersan y huyen, al igual que el resto de los integrantes del ejercito de la Izquierda, en múltiples direcciones (Ciudad Rodrigo, Tamames, Miranda del Castañar...).
Cuando en enero de 1810 del Parque logró reunir los restos de sus tropas en San Martín de Trevejo, de espaldas a la Sierra de Gata, pudieron contabilizarse únicamente 17.000 soldados de los 27.000 que salieron de Alba.
El duque del Parque, en lo que parece un claro intento de eludir su responsabilidad en la derrota, realiza una patética proclama7 atribuyendo las causas del fracaso, únicamente, a la huida de las fuerzas de caballería. Sin embargo, y a pesar de esta aparente exculpación, la Junta Suprema de Sevilla, atendiendo el clamor general del pueblo que le considera culpable del desastre, le depone de su cargo y nombra para sustituirle al marques de la Romana quien se hace cargo del ejercito de la Izquierda a finales de enero de 18108.

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1.- Este ejército estaba formado por 5 divisiones de Infantería con su artillería y escasas fuerzas de caballería. El mariscal de campo (antigua graduación de general de división) Martín de la Carrera ejercía el mando de la división de Vanguardia. La 1º división estaba a las ordenes del mariscal de campo Javier Losada; el conde de Belbedere mandaba la 2ª, Francisco Ballesteros la 3ª y el marques de Castrofuerte la 5ª. Una 4ª división al mando de Juan José García Velasco había quedado en Astorga y otros 9.000 hombres al mando del conde de Noreña, como reserva, en Galicia.
2.- Antigua medida de longitud definida por el camino que regularmente se anda en una hora. Equivale a 5.572’7 metros.
3.- Tradicional sistema utilizado en Alba de Tormes para efectuar llamadas de atención y de alarma a la población.
4.- Se calcula en unas 3.000 las bajas, contabilizando muertos, heridos y prisioneros.
5.- En esta acción perdimos 45 cañones y 6 banderas
6.- Guía del artillero, por Miguel Michel y Osma, quien lo toma del Archivo del Ministerio de la Guerra.
7.- Sevilla 24 de diciembre de 1809
El general de caballería del ejército de la Izquierda (el señor duque del Parque) ha dirigido a la infantería del ejército la siguiente proclama
“Valientes soldados que componéis la primera División del Ejercito de la Izquierda. Cuando la suerte me condujo a ser participe de vuestras fatigas ya había llegado a mis oídos el extremado valor que se abriga en vuestros pechos, y cuando la experiencia me lo mostró en los campos de Alba, arrollando con vuestras bayonetas aguerridos escuadrones, toda ponderación me pareció escasa. Quise preservar vuestras apreciables vidas; vosotros fuisteis testigos de que mi espada fue la primera a oponerse entre el enemigo y vuestro cuello; lo fuisteis igualmente de verme quedar solo en medio de los enemigos.”
“La caballería de mi mando huyó vergonzosamente, lo que atribuyo a una casualidad inesperada, pero vivid seguros de que o no existirá ninguno bajo mi mando o sabrán con la espada vindicar el honor que han perdido. Os incluyo la adjunta proclama que les dirijo para que conozcáis que jamás podrá desampararos vuestro compañero de armas.”
Proclama a la caballería
“Soldados que componéis la caballería del Ejercito de la Izquierda. El 28 de noviembre lo sellasteis con una fuga vergonzosa. Las victimas inocentes que fueron inmoladas por vuestra cobardía claman venganza contra vosotros. Las riberas del Tormes y las llanuras de Alba son los fiscales que os acusan. La Patria, el Rey y la libertad jamás podrán perdonaros. Un borrón denigrativo solo puede salvarse con sangre. Volved a recobrar vuestra opinión y entonces seréis dignos de vuestros valientes compatriotas. Vuestro General se contemplará dichoso si, conduciéndoos al campo del honor, consigue que recuperéis el que tan cobardemente habéis perdido. Desde este momento espero que no seré solo vuestro Jefe sino vuestro padre, que participando de vuestras fatigas y de vuestras glorias, jamás os desamparará.”

(Publicado en Diario de Mallorca en su edición de 21 de enero de 1810)


8.- El semanario mirobrigense Tierra Charra, en su edición del 7 de abril de 1929, y en lo que parece ser una sección por entregas denominada Folletín de “Tierra Charra” y dedicada a rememorar la vida y hazañas de D. Julián Sánchez ”El Charro”, se hace eco de la siguiente información:
“... La Junta Suprema de Sevilla, escuchando el clamor general del pueblo que veía con desagrado al frente aun de los Ejércitos del Centro y de la Izquierda los Generales que creyó culpables de los desastres de Ocaña y Alba de Tormes, nombró para sustituirlos a Blake y al Marques de la Romana, destinando al Duque del Parque al Ejercito de Cataluña.
A fines de Enero de 1810 se hizo cargo el Marques de la Romana del Ejercito de la Izquierda, y fue uno de sus primeros actos ascender a don Julián a teniente coronel, atendiendo a las insistentes y repetidas propuestas de los Generales Herrasti, Butrón y don Martín de la Carrera....”


.........

5.- Toque a reloj suelto

LOS FUERTES DE SALAMANCA - EL CASTILLO DE ALBA
Junio – Julio de 1812
Con la toma de Ciudad Rodrigo a comienzos de 1812 y el consiguiente control aliado en esta zona de la frontera hispano portuguesa, Salamanca adquiere tal importancia estratégica que es el mismo emperador Napoleón Bonaparte quien ordena al general Marmont, comandante el jefe del ejercito francés de Portugal, que fortifique la ciudad y establezca en ella su cuartel general.
Para ello se construyeron importantes defensas sobre tres edificios ya existentes, concretamente los conventos de San Vicente, San Cayetano y La Merced, que permitían no solo un mutuo apoyo entre ellos, sino también cubrir un amplio espacio del posible acceso a la ciudad a través del río, dominando en todo momento el puente romano, único que en aquella época cruzaba el Tormesa la altura de Salamanca.
De la fortaleza de estas defensas baste decir que cuando en el 17 de junio Wellington llega a Salamanca, ésta es evacuada por las tropas francesas dejando únicamente una guarnición de 800 hombres atrincherados en estos “fuertes” que no cedieron en su resistencia hasta el 27 del miso mes, tras 11 días de permanente asedio.
Vista la importancia que para los franceses adquirió en Salamanca el dominio de la línea del río y la defensa de su puente, parece lógico deducir que esta inquietud se trasladaría también a la cercana localidad de Alba de Tormes en la que se reforzaron las defensas de su castillo desde el que, al igual que en los fuertes de Salamanca, se dominaba la línea del río y el acceso a su puente.
Esta hipótesis resulta avalada tanto por la descripción de José de Miranda, en su “diario de la evacuación del castillo de la villa de Alba de Tormes en el mes de noviembre del año 1812”, en en el que, entre otras cosas dice: “… los enemigos, en el año de 1809, ya por el local como por un torreón de toda consistencia, lo fortificaron para asegurar guarnición que conservase el puente y la villa,…”, como por la reseña incluida en la edición del día 18/07/1812 de el diario gaditano El Conciso, quien a su vez recogía la información que La Gaceta de la Regencia publicaba dos días antes y en la que se afirmaba que: “…Se han hallado grandes depósitos de pertrechos militares y vestuarios en los fuertes de Salamanca, cuyas obras, así como las de Alba de Tormes, han sido demolidas por disposición de lord Wellington. …”


Del análisis de lo aquí publicado parece desprenderse la existencia de cierto paralelismo en la consideración de las “obras” (entiendo que de defensa) de los fuertes de Salamanca y las de Alba de Tormes (entiendo que en su castillo).
En todo caso, tanto los unos como el otro corrieron la misma suerte, fueron demolidos por orden del duque de Ciudad Rodrigo, a la sazón general en jefe del ejercito aliado, perdiendo consistencia, de esta manera, la creencia popular que en Alba atribuye la destrucción del antiguo y magnifico palacio – castillo1 a la voladura que en su última retirada realizaría el ejercito francés; debiendo imputar ésta a una decisión estratégica aliada para evitar futuros atrincheramientos de las tropas napoleónicas, si bien no es posible determinar en su totalidad el alcance que en su destrucción pudiera achacarse al incendio provocado por el guerrillero salmantino Julián Sánchez “El Charro” en cumplimiento de la orden de demolición emitida por Wellington o a los estragos que sin duda sufrió en los combates desarrollados en sus inmediaciones y, muy especialmente, en el asedio del mes de noviembre de 1812, si bien existen documentos en los que ya se indica el estado de ruina en que se encuentra en estas fechas.


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1.- No muchos años antes, en 1.783, Antonio Ponz en su libro “Viage de España” describía el Castillo Palacio de Alba de Tormes en los siguientes términos:
“…
5) Al lado del Mediodía de la Villa está situado el Castillo, y Palacio del Excelentísimo Duque de Alba, incluida la habitación dentro del mismo castillo, y pocos se mantienen tan bien conservados, atendiendo a su antigüedad. En el patio principal hay galería alta, y baxa, con catorce arcos en cada una, y columnas caprichosas en la alta, figurando como cuerdas retorcidas entre istrias espirales desde la basa al capitel. Las columnas de la galería baxa son regulares pero con capiteles también caprichosos: a este modo es el trepado de la coronación, el antepecho, los arcos de la escalera, el pasamano hasta la galería alta, &c. La portada del Palacio tiene también infinitas de estas labores, con similitud a las de la portada principal de la Universidad de Salamanca, de la que di noticia á V.
6) Se entra en una pequeña galería, correspondiente a un balcón de dicha portada y se ve adornada con pinturas de animalillos, medallas, y lo demás que llaman de grotesco: desde esta pieza hay comunicación a otra redonda en el hueco de una de las torres de la portada, especie de gabinete, o tocador, toda pintada a fresco como la antecedente, y del mismo género de ornatos con su cupulilla dorada. El autor de estas obras parece que fue un Thomas de Florencia, según un letrero que hay en la pieza anterior, y dice: Illustrissimae Mariae Ferdinandi Ducis, conjugi cariss. & Comitis. Albae listicae fialiae felicissimae. Thomas Forentinus C. & D. No tengo presente si se llamó Thomas alguno de los hijos de Bergamasco, Fabricio, y Graneli, que pintaron las bóvedas de la Sacristía, y Capitulo del Escorial, conforme a las quales pinturas son estas que he referido a V.
7) Hay porción de cuadros repartidos en las piezas de este Palacio, que están bastante deteriorados: son de estilo flamenco, y juzgo que de Martín de Vios, o de su escuela. Parecen invenciones para pintar por ellas alguna bóveda: el mayor representa un congreso de los Dioses, y en los otros variedad de figuras, y adornos. Del mismo estilo son otra porción de cuadros de la historia de Moyses, y doce, que en figuras alegóricas expresan los meses del año. Las techumbres de algunas de estas piezas merecen observarse por sus labores.
8) También es cosa digna de verse la Armería, así por sus armas, y armaduras, como por las pinturas que adornan las paredes, ejecutadas por los mencionados Fabricio, y Graneli. Se representan tres batallas, en que fue General, y vencedor el gran Duque de Alba D. Fernando Álvarez de Toledo: una de ellas es, en la que quedó prisionero el Duque Mauricio de Saxonia, de quien se guarda allí mismo un busto de mármol
9) Se sale á una espaciosa galería, al Mediodía de este Palacio, adornada de seis columnas de mármol, y medallas con cabezas de la misma materia en las enjutas. Dentro de la galería se ven algunos bustos de bronce sobre pedestales…
10) …Resalta del edificio ácia el lado de Poniente un parage que llaman el Paseo, especie de espolón, ó terrado, enlosado de mármoles, sitio delicioso como la galería, por lo que desde allí alcanza la vista.
11) Me parece que tenían buen gusto los antiguos Señores de este territorio, de vivir en la referida habitación; porque ciertamente es muy apreciable, atendiendo al sitio elevado, que domina la vega por donde corre el inmediato Tormes ácia Salamanca. Es también prueba del gusto que tuvieron….”

6.- Toque a reloj suelto

BATALLA DE ARAPILES
HUIDA FRANCESA A TRAVES DE ALBA
22 – 23 de julio de 1812
Tres años después del combate de Alba de Tormes de nuevo se produce en sus inmediaciones un hecho histórico de innegable importancia. Apenas a 15 kilómetros de distancia de los antiguos campos de batalla de 1809, en el paraje de los Arapiles, se enfrentan ahora dos prestigiosos generales al mando de dos formidables ejércitos.
Wellington dispone de 52.000 hombres del ejército aliado integrado por tropas inglesas, portuguesas, españolas y alemanas. Su posición se extiende desde San Cristóbal de la Cuesta, Cabrerizos y los vados de Santa Marta hasta el Arapil Chico, y desde éste, casi en ángulo recto, hasta el pueblo de Los Arapiles.
Frente a él, el general Marmont encabeza la fuerza francesa compuesta por 47.000 soldados de diferentes armas que integran el ejército de Portugal y que se encuentra desplegado a lo largo de las posiciones de Huerta, Calvarrasa de Arriba y el Arapil Grande.


El día 22 de julio amanece con una fortísima tormenta estoicamente soportada por los 100.000 hombres y 10.000 caballos que despiertan en los campos de los Arapiles. A medida que avanza la mañana se producen ligeras escaramuzas en distintos puntos del frente y un desplazamiento hacia el sur, y después hacia el oeste por parte de las fuerzas de ambos ejércitos que defendían los vados del Tormes a la altura de Santa Marta y Huerta.
Las tropas invasoras ocupan un amplio arco de unos 8 kilómetros. En su interior se concentra el ejército aliado a cuyo frente lord Wellington sopesa la posibilidad de una rápida retirada hacia Ciudad Rodrigo. Esta idea parece imponerse y se emiten órdenes para que el bagaje del ejército, escoltado por un regimiento de dragones portugueses emprenda camino hacia Mirobriga.
Marmont interpreta el movimiento de este convoy y el desplazamiento de las tropas que cubrían los vados del Tormes hacia Aldeateja como el inicio de una retirada generalizada y ordena que el flanco izquierdo de su ejercito se posicione sobre el monte de Azán y, desde él, hostigue a las tropas aliadas en un intento de cortar su retirada o, al menos, de apoderarse de una parte de sus bagajes.
El ala izquierda, mandada por el general Maucune, no solo ocupó la posición ordenada sino que, imprudentemente continuó su avance hacia el oeste dejando sin cobertura un enorme hueco que le separaba del centro del ejército.
Wellington, que durante toda la mañana había organizado y desplegado cuidadosamente sus tropas, observó el movimiento de las divisiones francesas y la posición vulnerable en que se encontraban. Consciente de la oportunidad única que tenía ante sí ordenó un ataque inmediato por parte de la 3ª división inglesa junto a las tropas de reserva1, estratégicamente desplegadas, y toda la caballería.
Al darse cuenta del peligro de la situación Marmont dio ordenes urgentes ocupar los 1.600 metros que separaban el Arapil Grande del ala izquierda de su ejercito.Cuando se disponía a montar a caballo para supervisar personalmente los movimientos tácticos que acababa de ordenar, resultó gravemente herido en su brazo y costado derechos por el cascote de un obús de artillería. Debía sustituirle el general Bonnet, quien asumió la comandancia del ejército francés por breves instantes ya que igualmente fue alcanzado por una bala. En estas circunstancias la responsabilidad del mando recaía sobre el general Clausel quien, también herido, se encontraba en retaguardia.
La confusión, el desorden, la incertidumbre… cundió entre los soldados franceses. El ala izquierda de su ejército acababa de ser completamente derrotada y cuando al fin el general Clausel, cuya herida no revestía excesiva gravedad, logró tomar el mando ya no era tiempo sino de pensar en la retirada. No obstante aún se producirían feroces combates entre las tropas apostadas sobre el Arapil Grande y el Arapil Chico hasta que, al finalizar la tarde, se lograse la completa victoria aliada y las tropas francesas iniciaran una ordenada retirada hacia Alba de Tormes2.
Wellington, convencido de que Alba continuaba ocupada por una guarnición española creyó que los franceses estaban atrapados y no puso demasiado empeño en su persecución3. Sin embargo la villa había sido desalojada el 20 de julio, al parecer sin haber notificado esta circunstancia al mando aliado.
Lo cierto es que mientras el derrotado ejército de Portugal cruzaba el puente de Alba de Tormes e iniciaba camino hacia Peñaranda, Wellington enviaba su caballería a Huerta y Encinas4, culpando posteriormente del fracaso en la persecución, como en él era habitual, a las tropas españolas5.


El día 23, en las proximidades de Garcihernández, las fuerzas de caballería aliadas dieron alcance a la retaguardia francesa quien tendría que enfrentarse a la Legión Alemana del Rey que conseguiría romper varios de los cuadros formados por los soldados de infantería de Foy infligiéndole un número muy considerable de bajas6 y adquiriendo renombre internacional. Un siglo después de esta acción, durante la I Guerra Mundial, muchos de los soldados de la Legión Alemana del Rey llevaban inscritos en sus cascos la leyenda “Honor de batalla de Garcihernandez”.
A partir de este combate el ejército francés protagonizaría una rápida y magistral retirada a través de Peñaranda y Medina del Campo hasta las ciudades de Valladolid y Burgos poniéndose a salvo detrás de la línea del Duero7. Mientras, las tropas aliadas, cansadas en demasía, dieron por terminada la persecución el día 25 a la altura de Flores de Ávila.
De la retirada y persecución de las tropas francesas a través de Alba de Tormes el general Carlos de España, que ejercía el mando de las fuerzas españolas integradas en el ejército aliado, informaría a sus superiores mediante el siguiente despacho emitido en Alba el día 23:

“ … En la mañana del 23 el Ejército aliado, por varias columnas contiguas, fue dirigido sobre Alba de Tormes y la caballería pasó los vados de Encinas y Huerta para venir a tomar al revés las comunicaciones de Alba hacia Peñaranda por donde el enemigo había emprendido su retirada en la noche del 22 al 23 después de haber perdido la batalla. Al entrar en Alba con la División de mi cargo he sabido que el Mariscal Marmont se halla verdaderamente herido de un casco de metralla en un brazo, de modo que ha sido preciso sacarle en andas con cuatro granaderos y ha salido de esta villa hacia Peñaranda al romper de este día. El General de División Ferrey ha salido, igualmente, mortalmente herido, y de menos consideración los Generales de División Maucune y Clausel. Muchos oficiales de graduación se hallan en igual situación, y todo el Ejército en bastante consternación. Acabo de saber que la caballería del ejército aliado ha alcanzado la retaguardia enemiga hace dos horas y a pesar de su cuadro ha dado una carga brillante entre Garcihernández y Peñarandilla resultando un gran número de prisioneros.Todas las Divisiones de Infantería nos hallamos reunidas sobre el Tormes en esta villa y tenemos orden de estar prontos a marchar antes de romper el día de mañana 24 dirigiéndose todas las columnas hacia Peñaranda.He tenido orden de dejar un batallón para hacerse cargo del gran número de prisioneros que han resultado de la batalla y de sus consecuencias.Tendré el honor de informar a V.E. del resultado de las operaciones ulteriores. Nuestro Señor guarde a V.E. muchos años. Campamento sobre Alba de Tormes, 23 de julio de 1812.”




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1.- Estas tropas, formadas por la brigada portuguesa de Bradfor, la división española de Carlos de España, la brigada de caballería pesada de Le Marchant y la caballería ligera de Anson, se encontraba situadas en las inmediaciones del pueblo de Las Torres.
2.- Aunque no se dispone de datos exactos las bajas francesas en la batalla, entre muertos, heridos y prisioneros se cifran en unos 12.500 hombres. Por la parte aliada se calculan unas 5.220 bajas: 694 muertos, 4.270 heridos y 256 desaparecidos.
3.- Esta circunstancia será comentada por Wellington en los siguientes términos en el despacho que desde Flores de Avila cursa el día 25 al teniente general sir Thomas Graham:
“…Me habría gustado que los españoles siguiesen ocupando el castillo de Alba de Tormes. Lo habían evacuado antes de conocer mi deseo y creo que no se atrevieron a decírmelo. Yo no supe nada hasta que no encontré al enemigo en los vados del Tormes. Cuando los perdí de vista en la oscuridad marché a Huerta y Encinas y ellos fueron por Alba. De haber sabido que no había guarnición en Alba me habría dirigido allí…”
4.- Encinas de Abajo, situada al norte de Alba de Tormes.
5.- En descargo de la guarnición que ocupaba Alba de Tormes y la desalojó ante el empuje del ejercito francés cabe decir que nadie sabía, ni siquiera Wellington que más bien pensaba en una retirada, que se iba a producir una batalla y la importancia que ese enclave adquiriría en la retirada de las fuerzas derrotadas.
6.- Los dragones alemanes perdieron 127 hombres entre muertos y heridos. Las bajas francesas, incluyendo prisioneros, fueron unas 1.100.
7.- El periódico El Conciso, en su edición del 15/09/1812 reproduce, no sin cierta ironía, el relato que de esta batalla y de la retirada de las tropas francesas realiza la publicación El Monitor de París el día 18 de agosto.

7.- Toque a reloj suelto

DEFENSA Y EVACUACION DEL CASTILLO DE ALBA
Noviembre de 1812
Apenas si han transcurrido 3 meses del paso victorioso del ejército aliado por Alba de Tormes cuando éste se halla de nuevo en franca retirada. Las tropas napoleónicas del ejército de Portugal, recientemente derrotadas en Los Arapiles, se han reorganizado y desde Burgos persiguen de cerca a Wellington y su ejército que, con serios problemas de disciplina e insubordinación, trata de alcanzar la frontera portuguesa y refugiarse tras la línea fortificada de Torres Vedras.
Será de nuevo en el mes de noviembre, ahora del año 1812, cuando Alba vuelva a adquirir una relevancia estratégica fundamental, en este caso para proteger y cubrir la retirada de Wellington y sus soldados.
Un lluvioso y plomizo 8 de noviembre las fuerzas aliadas comandadas por el teniente general Hill cruzan el Tormes por Alba y acampan en su ribera occidental Doc. 2 mientras que sus compañías de ingenieros, dirigidas por el capitán Golfinch, se afanan en fortificar el derruido castillo y levantar parapetos y barricadas en las calles de la villa, en contra de la opinión del por entonces corregidor de Alba, don José Escudero, quien considera imposible la subsistencia en sus ruinas de guarnición alguna.
Tras rechazar una escaramuza francesa el día 9 y resistir el 10 el ataque de seis mil infantes y el incesante cañoneo de 20 piezas de artillería, el teniente general Hamilton se considera capaz de mantener la posición por el tiempo que se considerase necesario1. No obstante una parte del poderosísimo ejercito imperial compuesto por 80.000 hombres y 12.000 caballos comienza a cruzar el río por los vados de Encinas de Abajo el día 14 por lo que Wellington, incapaz de contener su avance, inicia la retirada desde San Cristóbal hacia Ciudad Rodrigo y ordena el repliegue a través de Los Arapiles de las tropas acantonadas el Alba. Doc 3
Serán los batallones escoceses del coronel Stewar los últimos en abandonar la villa y, rayando el mediodía, volar 2 de los 26 arcos que conforman el puente para dificultar así la persecución.
Atrás, cubriendo la retirada, quedan 327 soldados españoles, integrantes de las compañías de Granaderos de Monterrey, Cazadores de Monterrey y Granaderos del Rivero, que junto a su comandante, el teniente coronel José de Miranda Cabezón, 1er sargento mayor del batallón de Monterrey, se parapetan tras las ruinas del castillo y se aprestan a impedir el paso de las tropas francesas que, en avalancha, ya se lanzan contra los muros y barricadas de Alba.


Sus órdenes son concisas: Resistir durante 8 días e impedir a toda costa que el enemigo habilite el puente cortado. Transcurrido este periodo deberá tomar el partido que les resulte más favorable, si bien se les aconseja entregarse prisioneros antes que exponerse a un sacrificio.
Ante la imposibilidad de reparar el puente o de cruzar por los vados cercanos, dominados ambos por el fuego de los cañones apostados en la Torre de la Armería del derruido castillo de los Alba, al conde D'Erlon, actual general en jefe del ejército de Portugal no le queda otra alternativa que hacer pasar sus divisiones por los vados situados unos kilómetros al sur, a la altura de Torrejón y de las poblaciones de Éjeme y Galisancho, empleando en ello un precioso tiempo que es aprovechado por el general Hill para poner tierra de por medio.
Como consecuencia de esta acción sufrieron graves destrozos las iglesias de las ya citadas poblaciones de Éjeme y Galisancho que, al igual que la de Portillo y el Monasterio de San Leonardo fueron saqueadas por el ejército francés con el fin de obtener maderas con las que construir puentes para cruzar el río. 2
Entre tanto, en la villa, continua el asedio francés y la valerosa resistencia de la guarnición española que, no solo rehúsa las cuatro conminaciones a la rendición que se le ofrecen, sino que incluso se permite alguna incursión entre las líneas enemigas para proveerse de víveres y capturar hasta un total de 163 prisioneros.
Esta situación se mantendrá hasta la media noche del día 24 en la que, con el ejercito aliado a salvo tras la frontera portuguesa, cumplidos sobradamente los objetivos, José de Miranda, da orden de evacuar la plaza al ser insostenible por encontrase ya completamente arruinada. Encargados de realizar la última defensa, y proteger la retirada, quedan en ella el teniente Nicolás Solar, con 20 soldados en pie, otros 33 heridos o enfermos; y 112 franceses prisioneros. 3
Al amanecer del día 25 los soldados españoles llegan a el Carpio 4 y moviéndose continuamente entre las líneas enemigas, esquivando patrullas y unidades francesas, consiguen ponerse a salvo, a través del puerto del Pico, el día 28 de noviembre. Doc 4
Es el propio gobernador de Alba, sargento mayor José de Miranda, quien relata con detalle los acontecimientos ocurridos durante esos días 5:

Ayer día 14, a las 11 de la mañana, impulsados por el movimiento enemigo iniciado en la noche anterior cuando una parte de sus fuerzas cruzaron los vados, las tropas aliadas inician su retirada dejando volado el puente, por lo que los enemigos continúan su avance por donde lo hicieron sus primeras tropas. Sus fuerzas las calculo de 12 a 15 mil infantes y de 1.600 a 1.800 caballos. La gran ostentación de carros, bagajes y ganado hacen creer que ascienden a 50 mil hombres. La caballería y la mitad de su infantería pasaron el rio en la tarde de ayer y los demás quedaron en estas inmediaciones.
Alrededor de las dos de la tarde me mandaron un parlamento intimándome a la rendición.
El fuego general duro desde las 11 hasta las 8 de la noche con el mayor tesón por las tropas de mi mando, y no menos por las del enemigo, habiendo tenido estos una perdida de consideración. Por mi parte solo he tenido un granadero muerto.

En toda la noche cesó el tiroteo, y las tropas enemigas iniciaron su marcha muy de madrugada. Como el convoy que conducen es muy superior al necesario para su ejercito y este lo llevan protegido por partidas de caballería e infantería, mi corto cuerpo de 300 hombres hubiera hecho grandes progresos si todo el hubiere operado en campo raso, pero la debilidad de este palacio, su grande extensión que para cubrir necesita 1.500 hombres, con las ordenes que tengo para su conservación, me ha impedido el poderlo hacer, pero he dispuesto salgan algunas partidas de mis valientes oficiales y granaderos quienes a esta hora me han presentado unos 60 prisioneros de todas las armas, dos hermosos bueyes y varios pollinos cargados de víveres, así como dos cajas de municiones.
Instantes después de la retirada de las tropas aliadas que se hallaban en Alba de Tormes, ocupó el pueblo y campos próximos todo el ejército enemigo que se encontraba de paso.
Como ya he indicado me remitieron un emisario para que entregase el fuerte que estaba a mi cargo. Sus ideas eran las de reparar el puente que se había cortado. Para ello hicieron varios reconocimientos que les salieron bien caros.
Los días 15 y 16 fueron tranquilos, aunque el segundo se me presentaron por la tarde como unos 300 Dragones con nueva intimación, seguida por una 3ª de un General de Brigada y por último otra a cargo del General Sarrad, quien me pasó la cuarta petición de rendición. Este no tardó en circunvalar mi posición colocando 23 puestos avanzados desde la orilla del río hasta las alturas del pueblo, trazando la línea de estas con el convento como punto central, colocando en él de 500 a 600 hombres de infantería con alguna caballería; a retaguardia del pueblo un batallón y el resto de la fuerza en el cuartel general dentro de él 6. Ocuparon las torres y demás edificios altos con objeto de descubrir a mis valientes soldados que como fieras se defendían detrás de sus parapetos y fuera de ellos para buscar al enemigo que andaba por las calles.
Continuamos así hasta el día 24, sin descanso alguno, en cuya noche di la orden de estar preparados para salir a atacar al enemigo, advirtiendo a D. Nicolás Solar, teniente de granaderos voluntarios del Ribero, que con un sargento, dos cabos y 18 hombres debía cubrir los puntos principales del fuerte, manteniendo el fuego con más intensidad de la acostumbraba, y encargándole también los 33 enfermos de la guarnición y los 112 prisioneros hechos en varias salidas. También le entregué un escrito para el General francés Sarrad que debería dárselo siempre que yo no volviera al castillo y él se viese en la necesidad de entregarse. Municioné a la tropa con 60 cartuchos por persona y los sobrantes se inutilizaron. Seguidamente abrí un portillo y formada mi guarnición en masa con la bayoneta armada, previniendo a mis soldados despreciasen el fuego de los enemigos por los flancos y, colocándome a la cabeza, emprendí la marcha a paso redoblado con tanta suerte que en breve arrollé todos los obstáculos, y desarbolé al enemigo sin que de nada le sirviese los toques y señales de alarma que realizaron. Únicamente se les oían las voces “los Españoles se van a la bayoneta”, indicando sus disparos, cada vez más, el desorden en que estaban.
A la legua empecé a apostar partidas en escala por si trataban de seguirme, pero nada se tuvo que hacer. Al amanecer, llegué al lugar de Carpio, donde se me avisó que se hallaban a media legua 600 caballos enemigos por lo que me fue preciso emboscarme en Garcigrande donde pasé el día haciendo exploraciones hasta las 3 de la tarde que apareció una patrulla de reconocimiento de 30 caballos a tiro de fusil, pero sin dar lugar a ello. Inicié nueva marcha que sostuve hasta después de oscurecido, a cuya hora cambié el rumbo con intención de tomar las barcas de La Romana 7 a toda costa, o bien las de la Aceña, pero habiendo sabido que no había barca alguna por haberlas destruido el enemigo y viendo frustrada mi esperanza, contramarché para salir por algún claro, aunque como las fuerzas enemigas eran muchas no pude conseguirlo, por lo que anduve entre sus patrullas y avanzadas los días 25, 26 y 27 hasta el 28 en que los enemigos realizaron movimientos en Peñaranda y el resto de la línea, y aprovechándome de ellos salí del circulo por medio de una marcha rápida nocturna y tomé el puerto del Pico que se me avisó lo tenían descubierto.

Todos mis oficiales y soldados se han esmerado en demostrar su heroísmo desde el día que entraron en el fuerte de Alba, que no es más que las ruinas de un palacio, del que con las aguas se desplomaban las paredes. Su recinto era desproporcionado para la pequeña fuerza de 300 hombres que tenía en la guarnición, los cuales permanecieron en los mismos puntos sin relevo ni otro descanso que el cambio de soltar el fusil para tomar la pala o el pico y a pesar de ello sus semblantes me anunciaban la confianza que podía tener y el gusto con que sufrían la suerte que les imponía su deber. Durante el bloqueo solo tuve un granadero de Monterrey muerto, un sargento de voluntarios del Rivero herido, y el soldado portugués Manuel González, del regimiento nº 2, que cuando quiso seguir a su Cuerpo ya el puente estaba volado, y despreciando el fuego de los enemigos se refugió en el castillo. En la salida solo tuve de 13 a 14 muertos o heridos que por mi rápida marcha tuve el dolor de dejarlos en el campo. La del enemigo no me es fácil expresarla, pero los campos de Alba y calles de este pueblo, presentan varios cadáveres y sangre vertida de heridos, y según noticias que tengo, algunos eran Jefes y oficiales.
El Rey intruso que pasó con su ejército el 14 tuvo que separarse a alguna distancia del camino y de sus soldados. Algunos lo pagaron con su vida.


También es el teniente coronel Miranda quien reproduce los “parlamentos” como él denomina los sucesivos mensajes intercambiados con los mandos franceses:
Parlamento 1º
Señor Comandante del fuerte:
Los ingleses acaban de abandonarle y no puede dudar ya de que le han sacrificado. El General en Jefe del Ejercito Imperial de Portugal intima a Vd. entregue inmediatamente el fuerte que manda. De este modo puede Vd. contar con su generosidad, y no haciéndolo debe Vd. esperar ser tratado con el mayor rigor.
Alba de Tormes 14 de noviembre de 1812.
Por orden del General en Jefe.
El ayudante comandante
Leseur.
Señor Ayudante comandante:
Sírvase Vd. decir a su General en Jefe que la suerte que me cabe es la más lisonjera a un militar, que tengo una brillante guarnición con todos los requisitos para cumplir mi deber, así que él cumpla el suyo.
Castillo de Alba de Tormes 14 de noviembre de 1812.
José de Miranda.
Parlamento 2º
Del campo de Amatos, 19 de noviembre de 1812.
Jobert, comandante en Jefe de las tropas que componen dicho cuerpo.
Al Sr. Comandante del fuerte de Alba de Tormes.
Señor comandante. Tengo el honor de prevenir a Vd. que estoy encargado de parte de S.M.C. 8 el Rey de España para intimar a Vd. entregue el castillo que ocupa y de entregarse Vd. y la guarnición prisionera de guerra. Os aviso que la artillería e infantería van a llegar y que por consiguiente si quiere Vd. capitular conmigo no podré estar más que en su favor.
Jobert.
P.D. Sobre vuestra respuesta que daré parte a S.M.
Señor comandante de las tropas del campo de Amatos:
No me es posible acceder a su proposición pues soy militar que me intereso por el honor de mis oficiales y soldados quienes resueltamente desean, con su Jefe, cumplir el deber que les compete. Para ello tienen todos los enseres necesarios y son tropas disciplinadas habituadas a oír el eco del cañón y a batirse entre los primeros soldados. Estas reflexiones le harán a Vd. ver que del fuerte será poseedor el que decida la suerte.
Es de Vd. su afecto servidor.
Castillo de Alba de Tormes 19 de noviembre de 1812.
Jose de Miranda.
Parlamento 3º
Señor comandante:
Vengo mandando una División francesa y le intimo a Vd. en nombre de mi General en Jefe a salir del mal reducto a donde Vd. se obstina a resistir.
Le doy a Vd. una hora para decidirse.
Espero vuestra respuesta.
Tiemble Vd. si es negativa.
El General Barón Antsenak.
Alba de Tormes 19 de noviembre de 1812.
Señor General:
Déjese de contestaciones y cumpla su deber que yo cumpliré el mió.
Muchos prisioneros a quienes he dado el mejor trato serían victimas de cualquier atentado que Vd. hiciese cuando la suerte de las armas le favoreciese más que a mí. Dios guarde a Vd. muchos años.
Castillo de Alba 19 de noviembre de 1812.
José de Miranda


Parlamento 4º
Sr. Comandante:
He llegado con la última Brigada de la División que mando. He sabido que el Comandante de caballería y el General de Brigada Antsenak, han escrito a Vd. para intimarle a entregar el castillo de Alba a las tropas imperiales. Ignoro cual era el contenido de las cartas de aquellos dos oficiales, pero vuestras respuestas me fueron entregadas. Ellas me persuaden, señor comandante, que Vd. ignora el estado presente del Ejercito Ingles y de sus aliados. Ya no debe Vd. esperar más auxilios; su retirada precipitada más allá del Agueda 9 y las perdidas que ya recibieron deben privar a Vd. de toda esperanza.
En este estado de cosas, sin dudar sobre los modos de resistencia que tiene Vd. y los que tengo contra Vd., le suplico que piense bien en el estado en que se halla. Si Vd. tiene a bien, señor comandante, enviar a uno de vuestros oficiales, hablaremos sobre la posición respectiva de los dos ejércitos, o si desea enviar alguno a Salamanca para informarse positivamente del estado actual de las cosas, me ofrezco a darle, señor comandante, todas las seguridades y escoltas que Vd. pueda desear.
Le ruego señor comandante reciba las vivas expresiones de mi estimación y perfecta consideración.
El General de División.
Sarrad.
P.D. Un músico de nuestro ejército se me ha presentado y me ha dicho que Vd. le dio libertad a él y a su hijo. Me ha dicho además que muchos más militares franceses caídos en vuestro poder eran también tratados como sus situaciones pueden permitir. Le ofrezco por eso, señor comandante, todas las expresiones de mi agradecimiento.
Alba 19 de noviembre al anochecer de 1812.
Señor General.:
Tengo constancia de haber recibido dos escritos del Comandante de caballería y del General de Brigada Antsenak.
Uno y otro me piden el castillo, mas el segundo, ignorando la entereza de mi carácter, indica en su última expresión de que “tiemble si me niego a ello”.
Ahora recibo la atenta de V.S. y desentendiéndome de cuanto impone la carrera militar en el caso en que me hallo, sería seguir el orden ordinario valiéndome de un seco modo de contestar a su relato merecedor de la mas graciosa y suave contestación y así paso a hacerle las más sinceras reflexiones para comunicarle de que por todos los medios estoy en situación de cumplir con mi deber.
¿Como podré desentenderme de la educación militar recibida desde mi juventud, y en la época de 19 años, siempre en ellos con alguna opinión, rindiendo un fuerte que es susceptible de la mejor defensa, tanto que siempre tendrá en duda al sitiador y mucho más conservando intacta una brillante guarnición de oficiales y soldados, será posible, señor General, acceda yo a rendir el fuerte sin antes sufrir centenares de asaltos?
No creo que V.S. me pida el fuerte, por el estilo que indica, sino es por el deber que le impone su enemigo como a mí el mío, y no por interés de recompensar mi gratitud por lo benéfico que soy a la humanidad, pues solo hago servicios por ella cuando no son en detrimento de la conducta militar. Tales han sido los del músico y su hijo, un cantinero y los enfermos que remití sin dilación al hospital.
No dudo dejen de ser ciertas las noticias que me da del Ejercito del que dependo, aunque anoche mismo he recibido escritos que me anuncian no concluida mi dependencia, y así pido a V.S. que me ataque si gusta y quedara convencido de que el fuerte de mi mando no es posible tomarlo a la fuerza sino después de un par de meses de sitio; que en este caso ya varían las circunstancias.
Por último, señor General, mi deber he de cumplirlo y nada vence a mi honor militar.
Repito a V.S. que me ataque siempre que guste y si tuviese más suerte en sus armas que yo en las mías, con gusto sufriré lo que me toque.
Lo único a que me resuelvo es ha acceder conservemos treguas al termino de 8 días. Yo no permitiré adelantar mis defensas ni V.S. el que se repare el puente, y concluidos estos trataremos del particular.
Me ofrezco con toda voluntad a las órdenes de V.S. reiterándole el afecto propio de su más apasionado S.S.Q.S.M.B. 10
Castillo de Alba de Tormes 19 de noviembre de 1812, a las siete y media de la noche.
José de Miranda.
Parlamento 5º
Alba de Tormes, 19 de noviembre de 1812 a las nueve y media de la noche.
Señor comandante:
El oficial que me envía Vd. me ha entregado la carta que me hizo el honor de mandarme.
La supongo venida de vuestra parte porque responde a la que yo le envié, aunque por distracción sin duda, se le olvidó firmarla.
No tome a mal si no me extiendo sobre su contenido y si me paro a decirle que las noticias que pudo haber recibido ayer noche no destruyen lo que yo tuve el honor de decirle sobre el estado actual de su ejército. Yo le he propuesto modos para convencerse.
31 años de vida militar me han enseñado también lo que un soldado se debe a su honor, mas en las circunstancias que Vd. se encuentra pienso que ha hecho bastante por uno y por otro.
Al fin, señor comandante, dejaremos nuestras comunicaciones hasta que otras circunstancias nos las hagan volver a tomar.
Os ruego de agradecer, señor comandante, las nuevas pruebas de mi consideración.
El General de División.
Sarrad.
Señor General:
Las reglas de toda guerra deben seguirse en todas sus partes, así es que emprendo la salida con mi guarnición.
Si las fuerzas de V.S. me encontrasen siendo compatibles nos batiremos en campo raso. Dejo un Oficial para que entregue a Vd. el castillo con los enseres que encierra, particularmente los prisioneros a quienes he mirado con toda mi consideración y omito suplicar a V.S. tenga la suya con el oficial, enfermos y demás individuos que quedan para su cuidado.
Supongo que sus escritos me han hecho ver la generosidad de su corazón.
Dios guarde a V.S. muchos años.
Castillo de Alba de Tormes 24 de noviembre a las 10 de la noche de 1812.
José de Miranda.
Tras su paso por el puerto del Pico, y las consiguientes etapas realizadas en Las Cuevas del Valle, Mombeltran, Arenas de San Pedro, Candeleda, Plasencia, Coria, Gata y Fresneda (Portugal) el teniente coronel José de Miranda junto a la compañía de granaderos y cazadores de su cuerpo y la de voluntarios del Rivero con las que heroicamente defendió el castillo de Alba, consiguió llegar a Orense en el mes de diciembre, después de eludir a sus enemigos y superar las enormes dificultades que una marcha de 130 leguas ofrece en la estación invernal.

En reconocimiento al demostrado valor, la intrepidez y los conocimientos militares del Teniente Coronel Miranda durante su comandancia el en castillo de Alba de Tormes, la Regencia del Reino, a través del Ministro de la Guerra, le notificó sus “más expresivas gracias”, manifestándole al mismo tiempo la “alta consideración que le mereció su proceder y bizarría”. Cada uno de los soldados recibió dos pagas, algunos de ellos, en atención a sus circunstancias, fueron licenciados, y tras la resolución de juicio contradictorio D. José de Miranda Cabezón fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando.
Por Orden General del Ejército de 30 de diciembre de 1812, tanto el teniente coronel Miranda, como los hombres integrantes de las compañías a su mando recibieron honores militares a cargo de la sección segunda de la 3ª división establecida en Orense cuyos cuerpos formados y con banderas desplegadas, presentaron armas al paso de las heroicas compañías al tiempo que les saludaban con tres aclamaciones gritando:

“¡¡¡ VIVAN LOS DEFENSORES DE ALBA !!!”
“¡¡¡ VIVAN LOS VALIENTES DE 6º EJERCITO !!!”

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1.- J. Blanco White, en su libro El Español recoge el siguiente informe que el general Hamilton realiza sobre estos hechos y que dirige al general Hill:
Alba de Tormes. Noviembre 11. 1812
Tengo el honor de comunicar a V. las medidas que he tomado para ejecutar las instrucciones de V. acerca de la defensa de este pueblo; y tengo el placer de decir que han obligado al enemigo a retirar la mayor parte de la fuerza que nos opuso, de modo que creo que podremos mantener esta posición todo el tiempo que V. lo tenga por conveniente.
Ayer puse guarnición y provisiones en el castillo, y, gracias a los esfuerzos del Capitán Golfinch, de ingenieros, esta en el mejor estado que las circunstancias permiten, y continua fortificándolo. El Capitán me ha sido utilísimo.
He dado a cada Regimiento un barrio de este pueblo y el oficial comandante ha atajado las calles y edificios de un modo muy atinado. Las brigadas de los brigadieres Costa y Campbell están en nuestra posición a la izquierda del Tormes. El brigadier Campbell da parte de haber causado alguna pérdida al enemigo, al querer este pasar por un vado cerca de la posición del brigadier.
El teniente coronel Tulloh ha hecho una distribución tan excelente de sus dos brigadas de cañones, que unidas como están con las dos brigadas de infantería en la orilla izquierda del Tormes, considero a mis flancos seguros.
Ayer por la mañana temprano dio parte el mayor-general Long, que mandaba la caballería al frente, de que el enemigo avanzaba en gran fuerza; y por tanto, me pareció retirar la caballería.
A eso de las diez el enemigo se presentó en las alturas en fuerza considerable de caballería y con una poca infantería para cubrir, según me pareció, un reconocimiento de varios oficiales de graduación. A eso de las dos la fuerza del enemigo se aumentó hasta quince escuadrones, seis mil hombres de infantería y veinte cañones, inclusos seis obuses de a 6 pulgadas, que inmediatamente comenzaron a hacer fuego y continuaron hasta que oscureció. Las tropas ligeras enemigas avanzaron hasta las mismas tapias que habíamos levantado precipitadamente; pero gracias a la frescura y firmeza del Regimiento 51º coronel Stewart, del 71º honorable coronel Cadogan, del 92 coronel Cameron , y la brigada del general Howard, el enemigo no se atrevió al pueblo.
Como a las ocho de la noche me vinieron varios avisos de que la infantería del enemigo se iba aumentando considerablemente, lo cual me indujo a mandar venir al pueblo tres batallones de la brigada del brigadier Da Costa, dejando su otro batallón para defender los vados. El enemigo retiro aquella noche su artillería y yo he dejado una pequeña fuerza de caballería y de infantería que mantiene un fuego vivo. Siento la pérdida de un número considerable de soldados, pero creo que no se creerá demasía, considerando el vivo e incesante fuego de artillería por tantas horas. La pérdida de los portugueses se verificó esta mañana estando de servicio y tengo muy gran placer de dar parte de su porte firme y animado.
Debo mucho al mayor-general Howard, que me ha asistido todo lo posible, e igualmente soy deudor a todos los oficiales y soldados de su excelente brigada por su celo, firmeza y conducta verdaderamente militar.
Al capitán Pinto Savedra, mi ayudante-general, al capital Watson de dragones ligeros, asistente cuartel - maestre - general; y al capitán Banburí, mi edecán, me considero deudor por su prontitud en ejecutar mis órdenes.
Incluyo el estado de muertos y heridos y confío que no tendremos muchos más.
Tengo el honor, &c.
John Hamilton, Ten-Gen.”
2.- Así se desprende de las anotaciones registradas en el Libro de Partidas de la iglesia de Éjeme. en el que se Indica:
"... Los desgraciados acontecimientos que sobrevinieron a esta tierra, por las tropas francesas en los largos acontecimientos hechos en ellas, hasta que se pusieron al lado del Poniente (en dice: días del mes de Noviembre del año de 1812), fueron tales, que por haber cortado el puente de alba, permanecieron en estos lugares por espacio de tres semanas los ejércitos enemigos hasta que se formaron tres puentes de madera, parte de éstas de mis Iglesias, desde el vado de Galisancho hasta este vado de Éjeme, llamado de Los Lavaderos; de tan fatal suceso no solo perdimos los haberes de Casa, sino que no fueron preservadas las Iglesias: fueron saqueadas y arruinaas en este partido muchas de ellas, y con especialidad en este beneficio por causa de sus vados, fueron destruidas la de éste de Éjeme, fue desbaratado el cuerpo de ella, dejando solo la capilla Mayor; la de Galisancho y su sacristia fueron echadas enteramente por el suelo, y la de Portillo imposibilitada para poder decir Misa, por el desbarate de sus altares y maderas. A esto le siguió el haber perdido los Libros de Fabricas, y lo más sensible, haberle corrido igual suerte a los Libros de Partidas de Bautismo, y así, para que en lo sucesivo no se carezca y pueda darse alguna razón de los que, por su desgracia, tocó esta infeliz suerte, he tenido a bien, aunque no con poca modestia, poner en esta una completa razón, por familias, qué año fueron bautizadas, por quién, quienes fueron sus padres, y sus abuelos, y sus padrinos, cuya información se ha hecho averiguado por los hombre más antiguos del pueblo y para que pueda sacarse una razón general de los otros, pongo las partidas siguientes en este Libro nuevo, que para él intento, y evitar equivocaciones. Solo consta de las Partidas que perecieron, principiando estas, el año de 1784, cuyo folio, digo, año, principiará el Liebro que pereció, finalizando éstas el año de1812.- Don Francisco González Brieba.- Éjeme."
3.- Literal de las instrucciones que, por escrito, deja el teniente coronel Miranda al teniente Solar en el momento de iniciar la evacuación del castillo.
Queda de escolta el sargento José Silva, dos cabos, y diez y ocho soldados colocados en el órden siguiente: el cabo José Campos con cuatro soldados por la parte exterior del castillo, situados en centinelas desde el pri­mer rastrillo hasta el parapeto del horno, haciendo fuego toda la noche sobre el pueblo: en el parapeto alto dos, soldados que harán el mismo fuego; y en caso de ser atacado el cabo Campos, se replegará á este pun­to, que sostendrá con energía, respecto se halla con toda seguridad: reti­rando la escala de mano luego que suban los soldados: en el malecón sobre el puente estará el sargento Silva con cuatro soldados que harán sus fuegos por aquella parte, y en observación de los del cabo Campos; pero si éste se retirase, por ser atacado, al punto indicado, será todo su objeto batir el frente del rastrillo principal del castillo: en el parapeto inte­rior, o depósito del ganado, se colocarán dos soldados para observar al cabo Campos; y retirándose éste harán fuego por las aspilleras á cuantos objetos se aproximen, en cuyo caso serán reforzados por el cabo Mateo, con cuatro soldados que defenderán todo el frente sin el menor riesgo. El oficial con el cabo y seis soldados se colocará en el tramo que baja al huer­to; y un luego como observe que la columna no vuelve al castillo, cer­rará el postigo, arrojando sobre él los escombros que al efecto le quedan preparados, y dejando dos soldados para que hagan fuego á los que por aquel frente se aproximen, deberá retirarse al patio y rastrillo principal.
El sargento herido Tomas Alvarez en el cubo de la torre, que sirve de hospital, queda encargado de no permitir la salida de enfermo alguno, del armamento de estos, de un cajón de municiones, y de las tablas que sirven de puente para entrar al depósito de prisioneros, con preven­ción de las funestas consecuencias que le resultarían si llegasen á salir del fuerte calabozo en que por sí solos están custodiados.
Todo el cuidado del oficial Solar será vigilar que los puntos sigan un fuego sostenido durante la noche para persuadir al enemigo de que la guarnición está dentro; y si por algún incidente se arrojase á las obras exteriores, como el malecón, parapeto interior y el alto hagan sus fuegos, no podrá conseguir mas que alojarse en la ermita arruinada, casa del hor­no y su corral; pero como su objeto sea sostenerse en la noche, no debe imponerle aun logrando tal ventaja: para visitar los puestos deberá hacerlo por las comunicaciones interiores sin necesidad de abrir el rastrillo, su­puesto quedan situadas las escalas de mano. Si por algún incidente desgra­ciado volviese la columna al castillo, lo verificará inmediatamente.
Luego que haya amanecido el día 25, dispondrá que el sargento José Silva con su fornitura, armamento, y un pañuelo en la mano pase á la villa para entregar al general francés la carta que dejo al efecto, encar­gándole no lo verifique á otra persona alguna, ni indique haberse marchado la guarnición. Seguidamente reunirá toda la escolta en el patio, y por las noticias de compañías se cerciorará de si son los mismos individuos, aumentando en ellas cualquiera otro que por casualidad apareciese en el castillo. Las listas de prisioneros deberá darlas al oficial francés que se presente y le acompañará al cubo depósito para que el se entregue de ellos, pues de sacarlos antes se expondría á desórdenes. Todas estas pre­cauciones y formalidades harán honor y respetar al teniente Solar. Castillo 24 de noviembre de 1812. De Miranda.
4.- La salida de Alba se realizó por el Campo de San Francisco, tomando posteriormente dirección sur-sudeste, efectuando la primea parada en un lugar próximo a Carpio Medianero. Conviene no confundir este con su homónimo próximo a Medina del Campo, en el que permaneció el duque del Parque en noviembre de 1809 antes de comenzar su retirada, ni tampoco con Carpio Bernardo, situado en las inmediaciones de Alba, aunque al otro lado del río.
En sus desplazamientos para eludir al enemigo, y antes de alcanzar el Puerto del Pico, recorrió Garcigrande, Gallegos de Crespos, Alaraz, Malpartida, parajes próximos a San Garcia de Ingelmos, Gallegos, Santa Maria del Arroyo, Mengamuñoz y Hoyocasero.
5.- Aunque se ha intentando en todo momento mantener la literalidad del relato, en contadas ocasiones ha sido necesario realizar ligeras modificaciones en su redacción original o en la utilización de determinadas palabras para lograr una narración más ágil y comprensible.
6.- Las fuerzas del General Sarrad se encontraban en el Campo de San Francisco (zona donde actualmente se encuentra el Instituto albense), desde el que se desplegaron puestos que, rodeando el castillo, llegaban hasta la Dehesa, y Aceña del puente, así como en las calles de su entorno y en la bajada al rio.
El convento que se cita es el desaparecido de San Francisco, en ruinas en aquellas fechas.
7.- La Romana Alta o La Romana Baja. La referencia puede ser valida para cualquiera de estas dos fincas que lindan con la ribera derecha del actual pantano de Santa Teresa a la altura de Pelayos.
8.- Su Majestad Católica el Rey José I de España, hermano del Emperador quien delegó en él sus “derechos dinásticos adquiridos” tras la forzada abdicación en Bayona de Fernando VII y toda la familia real en Carlos IV y de éste en favor de Napoleón. El pueblo español nunca le admitió como rey y pasó a la historia con el sobrenombre de “Pepe botella”.
9.- Afluente del Duero, que discurre de sur a norte por el oeste de la península Ibérica entre España y su frontera con Portugal, bañando, entre otras, las tierras de Ciudad Rodrigo.
10- Su Servidor Que Su Mano Besa. Antigua formula de cortesía utilizada para la despedida en cartas y escritos.