lunes, 27 de abril de 2009

Con ustedes... para ustedes...L'Aceña

LA SINFÓNICA ORQUESTA DE LOS DESAFINADORES ALBENSES

“En Alba el mayor delito es desafinar,
por eso me gustan tanto los desafinadores de mi pueblo”

José Sánchez Rojas


Desafinar en Alba... Ayer como hoy parece seguir siendo delito ofrecer otra entonación distinta a la que interpreta el poder.

En el discurrir histórico por la selva de la cultura albense, donde algunos avanzamos abriéndonos paso entre la maleza con el deseo de hallar a otros en la misma tarea, me voy dando cuenta que los encuentros se van tornando más improbables cada día.

De vez en cuando aparece el hermosísimo rastro de otros desafinadores perdidos entre las brumas de los tiempos pasados, con los cuales me gustaría formar la Santa Hermandad de los Músicos Albenses Desafinantes.

Es un placer contemplar como casi todas las publicaciones hermanas en la historia albense comparten este interesantísimo blog.

Felicito a Gerardo Nieto por su trabajo en pro de nuestra querida Ducal Villa, y por lo que supone de reconocimiento para los que hicieron posible la existencia de todas esas publicaciones. Me alegra enormemente contemplar que L’Aceña ha encontrado un hueco a su lado.
Mientras, sigamos desafinando...

Miguel Ángel Sánchez Santos
Coordinador de L’Aceña

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Con gusto y satisfacción procedemos a la ampliación de nuestros fondos hemerográficos acogiendo desde hoy otra de las publicaciones albenses: L’Aceña
Para no restar protagonismo a su edición impresa sus futuros ejemplares no se incorporaran de forma simultanea a su publicación sino que lo harán después de trascurrido algún tiempo. En cuanto a los atrasados, poco a poco trataremos de ir recuperándolos, contando siempre con la inestimable colaboración de Miguel Ángel Sánchez, quien ha tenido la gentileza de remitirnos el comentario que precede para, con él, presentar la incorporación a nuestra hemeroteca de esta revista, que desde hace tiempo viene editando ASCUA (Asociación Cultural Albense), y cuyo número 32 ya se encuentra disponible en formato digital.

domingo, 26 de abril de 2009

El Tormes números 5 y 6

Hoy recuperamos, para la curiosidad y consulta de cuantos puedan estar interesados, dos nuevas ediciones del antiguo dominical albense El Tormes. En este caso se trata de los números 5 y 6 fechados, respectivamente, en los días 8 y 15 de diciembre del año 1929.
Del número 5 poco podemos añadir a lo ya apuntado en ocasiones similares. Su deficiente digitalización convierte su recuperación en algo casi testimonial al no permitir la completa lectura de la mayoría de sus contenidos.
No ocurre igual con el número 6, del que recientemente hemos podido disponer de uno de sus originales, lo que nos ha posibilitado realizar, por medios propios, una copia digital y tener acceso a la totalidad de uno de los "itinerarios de excursión" escritos por José Sánchez Rojas, que a continuación transcribimos, y que, coincidiendo en la misma fecha, se publicaba tanto en este número de El Tormes como en la también dominical revista madrileña Crónica:


El domingo del estudiante. Un itinerario de excursión
VISITA A ALBA DE TORMES, DESDE SALAMANCA

Veinte kilómetros de distancia, estudiante, a la villa ducal. En el tren, desde la estación; en auto de línea, por carretera. El paisaje, casi es idéntico. Pueblucos tendidos al sol en la llanura; manchas de encinares; los oteros del Arapil famoso; el Carpio más allá, vigilando el Tormes,

Bernardo estaba en el Carpio;
el moro, en el Arapil;
como el Tormes está en medio,
non podían combatir...

Pero desde la carretera es más íntimo y familiar el paisaje, y se siguen mejor las huellas de Teresa de Jesús, la monjita andariega que muriera en Alba de Tormes el 15 de Octubre de 1582. Monte, siempre monte... Pelagarcía, Pelabravo, La Maza, Valdesantiago. La fuentecica teresiana a la vera del camino. Y después, al descubrir la vega, la perspectiva total de la villa, “alta de torres y baja de muros”, que dice el dicho decidero de la comarca. Torres y más torres; el castillo; la torre del Homenaje... Sobre un lecho de pizarra descansa la ciudad de Teresa y de los duques. Hay casas con solaneras mirando al río, casitas bajas y achaparadas, un bloque inmenso de piedra, de la Basílica en construcción. Y paz. Y quietud. En el cielo –azul- no se divisa una nube, y el Tormes canta a todas horas su canción de paz.

Alba es un remanso. Nadie en las calles. Las campanas siempre tañen en alguna festividad. El canto de los afiladores, de los ajeros, de los hueveros, se prolonga en el silencio, denso y macizo, de la villa. Detrás de unos visillos blancos, estudiante, espiarán tu paso ojos negros de muchachas recoletas del hogar, y un piano desgranará una vieja melodía que te hará sonreír. Tu primera visita –ya lo sé– es para las Madres Carmelitas. Verás las reliquias de la Santa; el corazón que aseguraban nuestros abuelos haber visto traspasado por el dardo de fuego de un Serafín, el brazo, el sepulcro que se venera en el presbiterio. Después la celda de la muerte de Teresa. No lejos de esta celda, en el patio del convento, un almendro estéril dio flores blancas la noche del tránsito de Teresa al palacio celeste de su buen Jesús. Los ángeles bajaron hasta el monasterio tocando arpas de armonía inefable. Después te enseñarán la maravillosa Soledad, de Pedro de Mena. Y ya en plena devoción teresiana remata tu excursión con la visita a las Isabeles.

Atravesarás el pueblo, casi todo el pueblo: la Plaza Mayor, asentada sobre porches que fueron arrancados al palacio ducal; la calle de Manterola; la linda iglesia de San Miguel, con sus ábsides románicos; el monasterio de Benedictinas: provéete de almendras para tu novia. Allá en las afueras, ante el jardín del castillo, que algún día sirvió de refugio a Juan del Encinar, de escenario de amor a Garcilaso, de destierro a Calderón y de descanso a Lope de Vega, que firma alguna de sus comedias en la villa, se levanta la humilde iglesia franciscana de las Isabeles, que fue la morada de Teresa antes de que Francisco Velázquez y Teresa de Layz dotaran su fundación. Las ruinas de San Francisco al lado. Por la calzada, al castillo. Desde aquel altozano la villa tiene una perspectiva encantadora. La vega es la misma donde iniciaron sus diálogos Silicio y Nemeoroso. Unos álamos bordean las orillas del río, que, a las veces, forma meandros que buscan la sombra y saben cobijarse bajo la arboleda. Desde el castillo, torna al centro de la población por el viejo barrio de los pajes. El escudo en pizarra de los García, hijosdalgos de la villa; “de García para arriba, nadie diga”; callecitas pinas y viejas hechas con los despojos del antiguo esplendor ducal. La iglesia de San Pedro. Un lindo Santo Cristo en ella y un buen cuadro de Morales, el divino. Como el tiempo se ha detenido desde que entraste en la villa prolonga el paseo por la puerta del rio; asómate a la Torre del Homenaje y vuelve a la Plaza para almorzar.

Encarga el menú, si te es posible, y visita la confitería de Polique en busca de los merengues. Encarga truchas del Tormes, del Barco, que suele haberlas, y muy frescas, y logra que te condimenten caseramente una perdiz. Manjar de dioses. Al casino después. Suelen tener cerrado el Espolón y las iglesias a estas horas; conviene descansar; la quietud ya se te ha pegado al animo, y las manillas del reloj se mueven con un ritmo más lento que en otras partes. Te recomiendo la excursión a San Jerónimo, al remate de la dehesa comunal. Es un delicioso paseo de más de dos kilómetros. En lo que fue iglesia luce todavía gallardamente en los escudos el sol de los Austrias; en las casitas labradoras que circundan el monasterio de los viejos jerónimos verás losas sepulcrales de colegiales antecesores tuyos en la escuela del siglo XVI, que descansan su eterno sueño para siempre en aquellos muros. Nueva perspectiva de la villa, que tanto gustó a Garcilaso. Las dulzuras de la tarde de otoño se condensan en un crepúsculo rápido que va coloreando de mil matices diversos el lecho pizarroso en que descansa el pueblo. No dejes de ver, si tienes tiempo, los famosos enterramientos en alabastro de los Villapecellines que se guardan en San Miguel. Y asómate al Espolón, cuando ya está cuajado y nutrido el paseo dominguero, puedes ganar el tiempo que te queda iniciando un idilio, que te indemnice de la fría ciencia de los libros.

En estos pueblos quietos, que vegetan cansados de vivir, florecen los idilios como amapolas en los praderales de Abril. Y la ciencia debe estar fuertemente aliada en su espíritu, estudiante, a la reja del amor. Tu Escuela salmantina, te lo dice siempre y a todas horas. En los rojos vítores de los viejos escolares; en los bancos de madera carcomidos por el uso de la cátedra de fray Luis, hay, trazados con el color de la sangre o grabados pachorrosamente a navaja, frescos nombres de mujer, a la vera de los títulos de los graduandos y de los escudos y divisas de sus casas y jerarquías. El primer deber del estudiante es vivir altivamente su juventud. En la reja se bebe también la sabiduría en los manantiales perennes de unos labios frescos. Florezcan los idilios en tus viajes, escolar; aprende a tañer la vihuela, a rasguear una guitarra, hazte tuno de ocasión, que vale siempre más ser tuno que bobo; inscríbete en la Tuna de tu Escuela y viaja un poco, como los antiguos capigorrones que hollaban con sus botas zamoranas y sus capas cortas los pueblos de los alrededores, dando serenatas y conquistando bellas. No hay sabiduría sin amor. El que pierde su juventud no podrá nunca almacenar ciencia en los desvanes de su caletre. En estos viejos pueblos todavía conserva el estudiante su prestigio ancestral, y es lógico que lo aproveches para disipar el tedio de aquellas aulas donde os despachan poniéndoos anteojeras como a las mulas, haciéndoos dar vueltas y más vueltas a una noria sin agua, en labor oscura y farragosa.

Al anochecer, antes de emprender la vuelta a Salamanca en tren o en auto, la vega del Tormes recobra su serenidad augusta. Lucen algunas fogatas rojas allá arriba, en los picachos de la sierra de Béjar. Las cuestas de Galiana y de Navales limitan el horizonte; el Tormes reanuda su canción; las luces amarillentas de la villa alargan las sombras de las ruinas en las cuestas y en los altozanos. Hace ya muchos años, en un anochecer de otoño como este, moría en su convento de la Anunciación, en una celdita cuya ventana miraba a la vega, a esta misma vega que tú contemplas ahora desde el muro natural del Espolón, Teresa de Jesús. Ya estaban cerradas las cuatro puertas de la Villa. La de la Torre se abrió varias veces, y por ella se dirigieron al convento pajes y dueñas en busca de noticias. La villa sintió entonces una sensación de angustia. Doblaban a muerto, en la noche, las campanas de Santa Isabel, y de San Martín, y de San Francisco, y de Santa María de los Pajes. Lucían estrellas luminosas como luceros en la noche clara. Y en la villa quedó desde entonces, desde 1582, la huella viva de Teresa pegada a las solaneras de sus casas viejas, a los muros altos que lamen el río y a las almenas, y fosos y contrafosos del castillo de los Alvarez de Toledo.

Por eso, para que por ti mismo señales la huella viviente de la gran escritora y de la mujer singular en este pueblo tan cercano a tu Escuela, he insinuado esta excursión. Te sugeriré otras alguna vez: has de asomarte al paisaje serrano de Béjar; has de asomarte a las piedras románticas de Zamora cuyo silencio esta cuajado de asonancias, cajas, tambores y timbales del Romancero... Regresa ahora a Salamanca. Unos minutos. Terradillos, los montes, la fuente, las cuestas de Pelagarcía, “el alto soto de torres” que cantó Miguel de Unamuno en horas de paz. Las Catedrales se reflejan en el río. ¡Duerme, estudiante, que has ganado el día! Mañana, cuando el cimbalillo universitario rompa tu sueño, verás de nuevo ante la retina de tu corazón la vega de

aquesta tierra de Alba, tan nombrada,

que hizo vibrar tantas veces de amor, ante los encantos de Isabel de Freyre. El espíritu inquieto y juvenil de aquel poeta y caballero toledano que se llamó Garcilaso, y que murió, de cara al enemigo, a sus treinta y tantos años, lejos de esta España que el amaba y conocía tan intensamente.

JOSE SANCHEZ ROJAS

jueves, 23 de abril de 2009

Villalar de los Comuneros

En coincidencia con la conmemoración de la derrota de Villalar y la pérdida de las libertades castellanas reproducimos un extracto del artículo de José Sánchez Rojas "Castilla y Cataluña" que ya se encuentra disponible, íntegramente, en la sección que nuestra zona de descargas reserva para este escritor que con tanto tino supo reflejar el espíritu castellano.

«...

Castilla se defiende con las Comunidades y con la Junta Santa, funda sus hermandades, mancomuna –nunca mejor empleada esta palabra que aquí- mancomuna sus Concejos y sus gremios, se apresta a la defensa, Bravo monta a caballo, Maldonado grita en Salamanca contra el flamenco, Juan Padilla levanta en Toledo hasta las piedras contra el alemán. Pero viene Villalar, y se levanta la horca, y mueren como cristianos los que supieron pelear como caballeros. ¡Y aquí yace Castilla, a manos del alemán! Y –escribe Macias Picavea– “llegó a España el teutón Carlos V, copó la nación, la encadenó a Alemania, y desde aquel día nefasto, ¡adiós municipios republicanos, regiones libres, gremios democráticos, ciudades industriosas, campos prósperos, burguesía inteligente y rica, Justicia de Aragón y Consejo de Castilla, Cortes venerandas, milicias nacionales, reivindicaciones de la España fangitana, empresas pura y castizamente españolas! ¡Adiós, nacionalidad! ¡Adiós, tradición! ¡Adiós, progreso! todo aquello que era nuestra médula y nuestra alma, se apagó prontamente. Y desde entonces todo fue también boca abajo, de cabeza hacia el abismo”.

No se equivoca Macías Picavea, en efecto, porque la tiranía no se detiene jamás, y lo que hizo con nosotros Carlos, hizo Felipe II con Aragón valiéndose de los sometidos castellanos, y Felipe IV, el amante de la Calderona, el libertino, idiota y catolicísimo, con las libertades catalanas. Pero nosotros, los castellanos, que fuimos los primeramente sometidos a las brutalidades de un poder unitario manejado por los Austrias, éramos -¡terrible y mentirosa paradoja! Los opresores a los ojos de los demás pueblos, que no podían advertir, en los momentos en que se les atenazaba, que Castilla, metiendo el enemigo en casa, había dejado de ser lo que era y que la derrota de su ideal le llevaba forzosamente a la comisión de los más terribles desafueros. Castilla –y esta es la lección que debo recoger aquí- no tiene ya nada que ver con lo que posteriormente se llama sentido castellano. En el siglo XVI perece. Disipada su personalidad se convierte en un instrumento en manos de sus oligarcas. Un rey, forastero, trájola el sometimiento, la intervención de un pueblo extraño, la esclavitud. Y culpar a Castilla de sus propias desgracias es exactamente lo que mismo que si hoy hiciéramos a Bélgica responsable de los desafueros alemanes o a Servia de los crímenes austriacos.
...»

lunes, 20 de abril de 2009

Diez años sin el Sr. Wences

En coincidencia con el décimo aniversario de su fallecimiento, queremos evocar a este peñarandino universal que hizo de Alba de Tormes su “tierra de adopción”, donde disfrutó de largas temporadas de ocio y descanso, y en la que muchos de sus habitantes aún le recuerdan con cariño.

Para ello, y a modo de pequeño homenaje, Entre el Tormes y Butarque facilita desde hoy la posibilidad de disfrutar con su arte y sus habilidades, al tiempo que reproduce la necrológica que el diario El País publicaba en su edición del 22 de abril de 1999.




Wences Moreno, ventrílocuo
IGNACIO FRANCIA
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EL PAÍS - Gente - 22-04-1999

El día de su 103º cumpleaños, el ventrílocuo Wences Moreno (Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, 1896) ya no se despertó en su domicilio de Nueva York. Se había acostado con normalidad tras haber renunciado, a causa del caos aéreo de España, a pasar la fecha, como en los últimos 30 años, en la salmantina Alba de Tormes, dedicado a la pesca, como ayer se decía en EL PAÍS. Wences Moreno, que primero intentó ser torero, emigró muy joven a Buenos Aires, donde triunfó como ventrílocuo. Tras recorrer otros países americanos, con la denominación artística de Señor Wences, pasó a Hollywood en los años cuarenta, donde participó en varias películas con sus muñecos Johnny, Pedro y Cecilia, aunque la gran popularidad le llegó a través de las intervenciones en salas de variedades y, sobre todo, en la televisión norteamericana. Con la calificación de mejor ventrílocuo del mundo, el ilusionista salmantino actuó repetidamente en la Casa Blanca ante varios presidentes de Estados Unidos, y el Ayuntamiento de la ciudad de Nueva York le otorgó la medalla conmemorativa del Estado de Nueva York. También el Ayuntamiento de Salamanca le concedió la medalla de oro de la ciudad en 1986, y hace tres años se le dedicó una céntrica calle.
"En una carrera de más de ocho décadas, Wences demostró repetidamente ser un miembro estelar de una constelación en la que brillaron Edgar Bergen, Paul Winchell y otros populares ventrílocuos que encandilaron al público desde los años veinte hasta bien entrada la era de la televisión", señalaba ayer The New York Times. Lo que distinguió a Wences de los demás, seguía el diario norteamericano, "fue que sus personajes no eran muñecos de madera y tela como el Charlie McCarthy de Bergen o el Jerry Mahoney de Winchell. Johnny, el personaje de Wences, estaba formado sólo por su mano derecha. Pintó labios en su pulgar, colocó una ridícula peluca naranja sobre su puño, pegó unos ojos en uno de los lados de su mano, justo debajo de la peluca, y dejó que una especie de cuerpo se moviera por debajo. En el momento en que empezaba a actuar, esta inesperada creación se convertía en Johnny, un descarado niño que se hacía querer, algo parecido a lo que había sido el propio Wences de pequeño".
El alcalde de Peñaranda, Isidro Rodríguez, espera que el próximo domingo lleguen a su localidad natal los restos mortales del ventrílocuo centenario, para lo que realiza gestiones su sobrino el también ventrílocuo José Luis Moreno.

lunes, 13 de abril de 2009

Alba de Tormes. Primera plaza de toros para "El Niño de la Capea"

Portada taurina la que “lucia” el número 8 de El Trece, que hoy 13 de abril, recuperamos.

Portada taurina y acorde con su contenido, del que destaca, sobre otros interesantes artículos, una entrevista en exclusiva realizada por Joyaro (¿José Yáñez Rodríguez?) al por entonces novillero Pedro Moya “El Niño de la Capea” unos meses antes de que el 19 de junio de ese año 1972 tomase la alternativa en la plaza de toros de Bilbao recibiendo “los trastos de matar” de manos de su admirado Paco Camino, con Francisco Rivera “Paquirri” actuando de testigo.

Desde luego la entrevista no tiene desperdicio alguno y en ella no solo se pone de manifiesto la sana rivalidad con el también novillero Julio Robles sino que, además, se da a conocer una curiosa confesión de “El Niño de la Capea”:

«La primera plaza donde salí fue la de Alba. Fue hace unos años. Toreaban un festival Flores Blázquez con unos cuantos ganaderos. Yo salí de sobresaliente y pude hacer algunos quites y dar unos capotazos».


lunes, 6 de abril de 2009

La Soledad de mi pueblo

Iniciada ya la Semana Santa recordamos hoy una reseña firmada por el escritor albense José Sánchez Rojas, publicada en el semanario “Alrededor del Mundo” de fecha 23 de marzo de 1910, dedicada a la imagen de La Soledad que se custodia en el convento de la Madres Carmelitas de Alba de Tormes, de cuya página Web hemos obtenido la imagen que ilustra la reproducción de este artículo.

LA SEMANA SANTA EN CASTILLA
LA SOLEDAD DE MI PUEBLO
(Para Manuel Campos)

Sermón de la Soledad llaman mis paisanos al que escuchan todos los años, la tarde del Viernes Santo, en la Iglesia de Madres Carmelitas, donde se conserva el cuerpo de Santa Teresa de Jesús, la Reformadora del Carmelo.

El templo está oscuro casi siempre, la desnudez severa de los muros, la cubierta negra de los altares, el simétrico tenebrario con sus velas amarillas apagadas, el salmodioso y nasal canto litúrgico de las monjas, la ausencia de lujosos detalles en el monumento, y, sobre todo, la Soledad, aquel magnifico busto de madera, que se exhibe en la parte mas visible de la iglesia, encienden el animo en religiosa contemplación, incitan a rezar en oración callada, y convidan a verter lagrimas tristes por la Madre que llora la muerte de su hijo.

Jamás me han convencido estas fiestas mundanas, con detalles chocarreros y profanos, ni me han inspirado recogimiento alguno esos conciertos musicales de las grandes fiestas que, frecuentemente celebran los jesuitas. Pero… este sermón que oyen mis paisanos con fervor hondo, el viernes Santo, me llega al alma y aun creo que me sugiere algo de las solemnidades cristianas primitivas, ecos de las catacumbas, oraciones del Apóstol, que excitaba a las masas humildes y sencillas.

Yo no se, generalmente, lo que dice el predicador…

Habla del Calvario y de los sufrimientos de las madres que pierden a sus hijos, para deducir humanamente el dolor de María. Habla de noches oscuras y traidoras, de lamentos quejumbrosos, del desquiciamiento, sublimemente trágico, de la naturaleza durante la agonía de su Creador… Yo tengo mi alma puesta en otra parte; mis ojos no tratan de mirar si el predicador acciona o no acciona: los tengo fijos en la Soledad.

¡Y que Soledad, Dios mío! Yo no he visto nada más hermoso, ni creo que exageren las beatas cuando dicen que no hay busto como aquel en el mundo. Una mujer hermosa, con la hermosura del dolor en el rostro, con lágrimas que caen lentas de las mejillas rosadas, con los ojos castaños oscuros, con las manos en cruz, con el manto plegado en elegante desaliño…

Yo no se que hechizo tiene para mi aquella imagen, ni como pudo amontonar tanta ternura el artista, en aquella estatuilla humilde, de madera. No se cansan los ojos de mirar y remirar; a cada momento se descubren nuevas perfecciones, y es cosa de estarse embobado todo el santo día de Dios, mirando de hijo en hito, sin perder el retoque admirable o el perfil arrinconado; es cosa de tomarse la molestia de averiguar el nombre de aquel artista –italiano por las trazas- que personificó tan maravillosamente el dolor de María.

Cuanto más contemplo la imagen, menos sé definirla ni pintarla. Prodúceme la Soledad de mi pueblo una sensación indefinible, un cosquilleo espiritual que me diera largo rato. Quisiera en aquellos momentos abrazar a la Humanidad en un abrazo de compasión infinita. Se olvidan las pequeñeces, las miserias, los odios; nos lavamos en un baño de piedad que deja grata frescura en el corazón… Y me invita a rezar la imagen, no con los aprendidos rezos de siempre sino con otros más espontáneos, donde las palabras sobran; y es que en aquella imagen hay, por debajo de la angustia de toda la madre, la sublime abnegación de María.

Aquel sosiego perfecto, «aquella humildad en la expresión de las quejas» –que diría Eugenio de Castro, el maravilloso poeta portugués- ahogan el espíritu en un mar de dulzura, y aquellas «soledades» de la mujer sencilla, nos llevan al amor, esencia del Cristianismo…

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Al día siguiente, temprano, trasladan la Soledad, de la Iglesia al Convento. Es una ceremonia sencilla y breve. Pocas imágenes más veneradas en Alba de Tormes que la Soledad. La Devoción que inspira en mis paisanos aquella escultura italiana, es, sin duda, el reflejo del arte limpio, humano, sin trampa ni cartón, en sus corazones sencillos. En Alba de Tormes se conservan –ya lo he dicho- los restos de Santa Teresa. Sin embargo, la imagen de la Mística Doctora es mediocre, sobrecargada de joyas y de dijes, de gusto dudoso y plebeyo. Inspira curiosidad a secas; la “Soledad” en cambio despierta y desata mil emociones latentes en el ánimo.

La Soledad es llevada al Convento procesionalmente. Suenan, en el espacio, el estampido de los cohetes; una charanga inicia una marcha religiosa; los carmelitas, con la cabeza afeitada, y las amplias capas blancas sobre el hábito café, runrunean plegarias. Minutos después, las mojas, con la faz cubierta, reciben la imagen de la Soledad. Y si os ocurre entonces tornar a la Iglesia, notareis un vacío inexplicable.

Aquellas naves parecen un cuerpo sin alma, un corazón sin ilusiones ni recuerdos. Digo: con recuerdos, si. Flota en el ambiente, cargado de olor a incienso, de limpieza y de flores, un halito de tristeza, de abandono, de soledad, de dolor callado; ¡la estela que dejó en el templo la expresión indefinible de los ojos castaños de la Virgen aquella!...

Alba de Tormes (Salamanca), 8 Marzo, 1910
JOSE SANCHEZ ROJAS

ALREDEDOR DEL MUNDO 23/03/1910
Biblioteca Nacional de España

miércoles, 1 de abril de 2009

Puerta del Río número 10

Con la llegada de un nuevo mes nos llega también una nueva entrega de la revista Puerta del Río, que en su número 10 (abril 1984) dedicaba su editorial al por entonces recientemente fallecido D. Jaime Briz, quien habría desempeñado los cargos de Alcalde de Alba de Tormes y Presidente de la Diputación de Salamanca y ocupado, durante buena parte de su vida, la corresponsalía de El Adelanto en la villa.
También conformaban esta edición un reportaje de Ángel Ortiz sobre la iglesia de Santiago y una recreación, firmada por José Sánchez, sobre algunos pasajes de la vida de Garcilaso, aunque, a buen seguro, en aquella época el mayor interés se centraría en el informe que sobre la próxima construcción de viviendas sociales se publicaba en este número.