martes, 15 de noviembre de 2016

Nueva semblanza en "Aquellos albenses de entonces"

PATROCINIO RUEDA SARDINA (1870 – 1945)

El señor Patro Rueda, junto a otro señor Patro, “El de la luz”, fue muy popular en Alba. Fue mi abuelo materno. El único abuelo que conocí. En mi opinión fue un bohemio con ribetes de romanticismo. Tuvo varios oficios: Sastre, conserje del Casino, interventor del Banco del Oeste de España, siendo director Don Francisco Sánchez Bordona, recaudador del impuesto sobre el consumo, empresario taurino, y un buen “escribiente” en el Registro de la Propiedad. –“Aquí hay muchos escritos de tu abuelo”– me dijo el señor Canete, Oficial Mayor de dicha oficina.
Fue gran aficionado a los toros, y amigo del vizconde de Garcigrande, que tuvo una ganadería de bravo, y de don Emilio Clavijo, dueño de otra ganadería de toros bravos, los cuales pastaban en su finca de Revilla, cercana a Martinamor, el pueblo que vio nacer en una feria de Alba al cantante Farina, y a Encinas de Arriba.
De él aprendí muchas cosas, y todas buenas. Recuerdo un consejo que no he olvidado: “No vayas nunca a la calle sin llevar al menos un duro en el bolsillo”. Tampoco olvidaré el siguiente refrán que oí de él: “Desde los tiempos de Adán, unos calientan el horno y otros se comen el pan”.
Todos los años nos regalaba a mi hermana Mary Paz y a mí un corderillo al que llevábamos a pasear hasta la Fuente del Santo, un manantial, hoy dentro de una finca particular, sito en el viejo camino de Amatos.
Todos los años, también, me llevaba, en la feria de Salamanca, a una de las cuatro corridas que se celebraban: Los días 12, 13, 14 y 21. Ese día sorteaban un “toro de oro” o 5.000 pesetas, a elegir. Un año le tocó a un albense, cuyo nombre no doy porque no me acuerdo. Si del apodo con que se conocía a toda la familia, no sea que les pareciera mal.
También me llevaba al “Empastre” y al Desenjaule de los toros que se iban a lidiar. Eso tenía lugar el ocho de septiembre, día –que si no recuerdo mal– comienza la feria de Salamanca.
Con mucha frecuencia nos llevaba a mi hermana y a mí a dar un paseo hasta una huerta que compró a un tal Pepe el Cabrero, sita entre una propiedad de la familia Perlines y otra que fuera propiedad del médico don Luis Acevedo. Mi hermana llevaba una cestita de mimbre de color rojo en donde guardaba las moras que íbamos recogiendo.
Antes he dicho que era mi abuelo muy aficionado a los toros y que me llevaba con él a una corrida. También me parece recordar, en una nebulosa, que me llevó alguna vez a presenciar los tentaderos en Revilla.
En mi poder tengo el programa de una corrida celebrada en Alba el 22 de octubre de 1932 en cuyo reverso dejó escrito, de su puño y letra, lo siguiente: “Primera corrida que presenció mi nieto José Sánchez Rueda. Alba 1932. A los dos años de edad.
Era poseedor de una biblioteca no muy extensa en cantidad, pero si en calidad. Allí leí, siendo aún un niño “Nuestra Señora de París”, “Los miserables”, “El conde de Montecristo”, “Los tres mosqueteros”, “Rocambole”, “Raflles el elegante”, “Del sentimiento trágico de la vida”, “Recuerdos de niñez y mocedad” (Unamuno), “Tratado de la perfecta casada” , “Los galeotes”, “Don Juan Tenorio”, y alguna de las obras de José Sánchez Rojas, amigo de mi familia.
Fue mi abuelo un hombre de buen carácter, con un dejo de tristeza. No me extrañaba. Su único hijo varón, Antonio, murió en la Batalla del Jarama en febrero de 1937. Conservo la medalla que se entregaba a los familiares del fallecido, en cuyo reverso está grabada la fecha del fallecimiento. En el anverso hay dibujada una torre rodeada con esta inscripción: “Sufrimiento por la Patria”.
Ahora vamos con una anécdota. Fue en los tiempos en que llevaba en arrendamiento el impuesto de consumos. Para vigilar por la noche solía darse un paseo por las afueras de Alba. Una noche, paseando cerca del cementerio, comenzó a llover. Para resguardarse de la lluvia se refugió en la puerta, que entonces era de madera. Encendió un cigarrillo y esperó a que cesara la lluvia. De repente sintió que daban unos golpes que procedían de dentro del cementerio. Mi abuelo, que de miedoso no tenía nada, acabó el cigarro y se fue a casa. A la mañana siguiente preguntó al sepulturero la causa de aquellos golpes. Era de una cabra que por la noche soltaba en el camposanto. ¿No te dio miedo? – le dije. Y él me contesto: “A los muertos no hay que temerlos, es a los vivos a quien hay que temer”.
Mi abuelo murió en marzo de 1945, después de una larga enfermedad que le dejó las piernas inmóviles y que le producía fuertes dolores. Mi madre, todo abnegación, le atendió con entereza. Fue una época difícil. Entonces no se llevaban, como ahora, las sillas de ruedas y era grande el esfuerzo de ella para llevarlo de la cama a una mesa camilla donde pasaba las horas. ¡Dicen del sexo débil! De eso nada. Las mujeres tienen un espíritu de sacrificio del que carecemos los hombres. ¡Si nosotros tuviéramos que dar a luz, el mundo se quedaría vacío! Él llevó la enfermedad con resignación. A veces se ponía a canturrear alguna canción, siendo una de sus preferidas aquel famoso tango de Carlos Gardel que empezaba así. “Todo está en silenció, la noche está en calma, el músculo duerme, la ambición descansa”.
Todo cuanto estoy diciendo ocurrió en aquellos años confusos de la Guerra Civil y postguerra, en que vivir tranquilo era difícil: Hambre, cartillas de racionamiento… En mi familia fuimos tirando gracias a mi padre, a quien no le faltaba trabajo en su carpintería, pero hubo gente que las pasó canutas. Acabada la guerra “incivil” –dijo Unamuno– empezó la Segunda Guerra Mundial por culpa de aquel loco llamado Hitler, y las cosas siguieron poco bien.
Un día que hablábamos de la guerra, le leí unos versos que venían en los libros de bachillerato. No recuerdo al autor, si a los versos:


“Con esta ametralladora,
dice el sabio Sisebuto,
mil disparos por minuto
y sesenta mil por hora.
¿Qué gloria será la mía
si esta máquina potente
llega a matar buenamente
un millón de horas al día?
Proclamarán su bondad
en las más remotas tierras
y así acabarán las guerras
y también la humanidad”
Mi abuelo asintió.

Y esto es todo. Con este trabajo añado una semblanza más a “Aquellos albenses de entonces”.

José Sánchez Rueda
Almería, Octubre de 2016

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Desde hoy actualizamos, con esta nueva semblanza, el libro de este mismo autor alojado en nuestra Biblioteca digital.

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