miércoles, 15 de noviembre de 2017

Pedro Martín Benitas: Un albense en la revolución cantonal de 1873.

Fueron aquellos unos tiempos convulsos y turbulentos.
Isabel II, derrocada al grito de «¡Viva España con honra!» por el triunfo de la revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, dio paso a un gobierno provisional que convocó Cortes Constituyentes de las que emanaría, no solo una nueva Constitución, la de 1869, sino también la elección –16-11-1870–y proclamación –02-01-1871– de Amadeo I como rey de España.
El reinado del nuevo soberano sería efímero; la inestabilidad política, el conflicto independentista de Cuba y una nueva Guerra Carlista determinarían, apenas 2 años después de ser coronado, su abdicación el 11 de febrero de 1873, fecha esta en la que el Congreso y el Senado, constituidos en Asamblea Nacional, y tras asistir a la lectura del escrito de renuncia del Rey, declararían «la República como forma de gobierno de España» y nombrarían a Estanislao Figueras y Moragas presidente del Poder Ejecutivo (Jefe de Estado y de Gobierno). 

     

Más efímera aún sería la vida de esta I República que finalizaría el 29 de diciembre de 1874 con el pronunciamiento del general Martínez Campos y la restauración monárquica en la persona de Alfonso de Borbón (Alfonso XII), y que vería como se sucedían ocho gabinetes ministeriales y cinco Presidentes, incapaces todos ellos de resolver los problemas existentes en los regímenes anteriores y los añadidos por la segmentación de los distintos grupos republicanos divididos entre partidarios de la república unitaria o la federal.

    

Y así, tras la espantá del Presidente Figueras al huir a Francia después de exclamar en su último Consejo de Ministros la célebre frase: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!” y el triunfo de las tesis federalistas, será Pi y Margall quien asuma la presidencia del Poder Ejecutivo y contemple con impotencia un agravamiento en la crisis política acrecentada por la impaciencia de los republicanos «intransigentes» que, incapaces de esperar a que las Cortes Constituyentes desarrollasen el nuevo Estado Federal, provocaron una revuelta territorial que dio lugar a la proclamación de numerosos Cantones.
El de Cartagena sería el primero, y a él le seguirían, entre otros, Alicante, Almansa, Ávila, Cádiz, Castellón, Córdoba, Granada, Huelva, Jaén, Málaga, Plasencia, Sevilla, Valencia… y también Salamanca, de cuya sublevación apenas si hemos encontrado documentación salvo algunas reseñas puntuales en periódicos de la época y una crónica, parcial e incompleta, en el número 57 del dominical El Federal Salmantino en base a la cual hemos configurado un relato que nos aproxima a unos acontecimientos que aquí resultaron incruentos y mucho más comedidos que en otros territorios en los que llegaron a producirse enfrentamientos armados entre Cantones vecinos e, incluso, una declaración de guerra entre los de Granada y Jaén.

A las 4 de la madrugada del martes 22 de julio de 1873 resuenan en las calles salmantinas incesantes toques de corneta llamando a «capítulo y generala». Reunida la guardia voluntaria republicana en la Plaza Mayor, el Comité de Salvación Pública procede a proclamar el Estado Cantonal, a deponer al Gobernador Civil de la provincia y a constituirse como Junta Provisional de Gobierno del nuevo Cantón bajo la presidencia de Pedro Martín Benitas quien, de inmediato, decreta la toma de posesión de todos los Ayuntamientos de la provincia surgidos de las últimas elecciones y encarga a sus respectivos Alcaldes se cuiden de evitar cualquier desmán contra las personas, independientemente de su opinión política, y se respete la propiedad, tanto pública como privada. 
Entre tanto, 170 guardias civiles, única fuerza gubernamental existente en la capital, son obligados a retirarse hacía Zamora y los voluntarios republicanos se despliegan por los puntos estratégicos de la ciudad, establecen puntos de vigilancia, toman el control de los principales accesos y, con la bandera roja ondeando ya en la torre de la catedral, Ayuntamiento y Gobierno Civil, comienzan la construcción de barricadas y se aprestan a la defensa de una ciudad de la que huyen precipitadamente algunas familias acomodadas pero cuyo devenir diario, en principio, transcurre en un aparente «orden moral y material».
No obstante, el día 24 cunde la alarma, y los incesantes rumores que anuncian el regreso de la Guardia Civil, reforzada por carabineros de Zamora y Valladolid, minan el estado de ánimo de los salmantinos, de los que se adueña una progresiva ansiedad que se verá acrecentada por la dimisión del Alcalde y la formación de una comisión ciudadana que, junto al nuevo Regidor, aboga por una intermediación que evite el enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas y el pueblo.
Con esta misma intención, la de mediar entre la Junta y el Gobierno central, el día 26 llega a Salamanca el Gobernador de Ávila, y aunque inicialmente los insurgentes parecen persistir en su empeño de resistencia, lo cierto es que, bien por las negociaciones establecidas, bien por el evidente fracaso del levantamiento en otras provincias, o bien por la inminente llegada de tropas leales a la República, la Junta Provisional de Gobierno se disolvería el 4 de agosto de 1873, restableciéndose el orden constitucional y poniendo fin a 14 días de algarada revolucionaria que –exceptuando Béjar, que también se constituyó en Cantón– no parece que se extendiese a otras localidades de la provincia.

Estos son, groso modo, los antecedentes, la cronología y el discurrir de aquella insurrección en la que, en Salamanca, adquirió especial relevancia un albense, Pedro Martín Benitas (Alba de Tormes, 21-05-1837 – Salamanca, 20-10-1904), de quien apenas conocemos unas breves pinceladas de su biografía y que, sin duda, merece un estudio más pormenorizado.
Defensor a ultranza de la libertad y la democracia, Martín Benitas militó en el Partido Republicano Federal, representó a Salamanca en el Pacto Federal Castellano en julio de 1869 y fue uno de los Diputados por esta provincia en las Cortes Constituyentes de 1873.
En el pleno de 16 de agosto de ese mismo año –1873– el Congreso tramitó un suplicatorio del juzgado de Béjar para su procesamiento por considerarle presunto autor, junto a otros diputados, de un delito de rebelión; un enjuiciamiento cuyas consecuencias desconocemos pero que suponemos inexistentes dado que no hemos encontrado ninguna otra referencia relativa a esta causa.
Posteriormente, ya durante la restauración monárquica, trabajó activamente en pro de la Caja de Socorros para Labradores y Ganaderos fundada por los Condes de Crespo Rascón, desempeñó los cargos de Concejal, Consultor y Síndico del Ayuntamiento de la capital salmantina y ostento el decanato del Ilustre Colegio de Abogados charro entre los años 1889 y 1891.
No es mucha, como vemos, la información de la que disponemos sobre él. Sabemos que nació en el seno de una modesta familia de labradores y que adquirió una sólida formación, primero en el seminario –como tantos otros por aquel entonces– y después en la Universidad, aunque no tenemos una certeza absoluta sobre su verdadero nombre (El Adelanto del 7 de septiembre de 1892 afirma que su segundo apellido no era Benitas, sino García) e ignoramos su relación –que creemos escasa– con aquella Alba de Tormes decimonónica que le vio nacer.


Información complementaria:
  • Montaje videográfico realizado con fotogramas obtenidos de los capítulos Viva España con honra y El regreso de los Borbones de la serie documental de Rtve Memoria de España.
  • Transcripción de una arenga oponiéndose al nombramiento de Amadeo I como Rey de España firmada por Pedro Martín Benitas y publicada el 20 de noviembre de 1870 en Rochefort, semanario salmantino que él dirigió durante algún tiempo.





LA REVOLUCION HA MUERTO
¡Viva la Revolución!

Un grito de indignación y de ira arrancado del nombre, del robusto pecho de España, ha sido el justo y terrible saludo con que ha recibido el nombramiento de Rey, de ese Rey extranjero, de ese Rey que no vendrá pese a quien pese.
Hoy solo manifestamos nuestro desagrado pacíficamente; hoy solo reprobamos la conducta infame y aleve de una Cortes usurpadoras y tiranas, de unas Cortes absorbentes y traidoras, de unas Cortes vendidas miserablemente al poder de Prim, de unas Cortes que ni representan la antigua nobleza, ni la proverbial honradez de este atribulado país, ni la bravura de los hijos de Pelayo, del Cid y del gran Capitán; mañana, el día que se consume el crimen de lesa-nación, de lesa-dignidad, de lesa- independencia decretado por ellas, protestaremos de una manera más elocuente y enérgica, protestaremos a balazos contra el Rey de farsa, contra el gobierno que  nos ha vendido entregándonos cobardemente al extranjero.
Rey de ciento noventa y un españoles que han perdido su nacionalidad para hacerse italianos, general Prim y demás miembros del Gobierno y de la mayoría, escuchad la voz del pueblo que reclama sus derechos, escuchad la voz del pueblo que vuelve por su honor pisoteado y ofendido, escuchad la voz del pueblo manifestada en la prensa y en las reuniones, en la tribuna y en los folletos; y no traigáis al extranjero que nadie le quiere, que nadie le odiaba tampoco, porque nadie le conocía, y si persistís en vuestros propósitos, si persistís en perdernos y deshonrarnos, escuchadlo bien, que lo decimos muy alto, no han de faltar legiones de españoles que cierren el paso a vuestro dueño y Señor y que os arrojen a puntapiés de esos puestos que tenéis usurpados, robados a la patria y a la revolución; y si por desgracia fuésemos vencidos, lo que casi creemos imposible, no faltará un puñal o una bomba Orsini con que castigar vuestro crimen, crimen horrendo que la historia conservará para mengua y baldón de vuestros nombres, y para enseña provechosa de la generaciones que nos sigan. La expiación es una consecuencia del delito.
General Prim, gobierno español, Cortes Constituyentes ¿sabéis lo que significa el traernos un Rey extranjero?
Significa la guerra con todos sus horrores; significa la complicación y conflagración europea, que ya nos amenaza; significa el desquiciamiento social de nuestra patria; significa la ruina de nuestra industria y de nuestro comercio; significa la bancarrota de nuestra hacienda; significa el hambre y la miseria; significa, en fin, el ensañamiento y de las pasiones políticas, el asesinato, el fratricidio.
Aún es hoy tiempo, mañana quizá sea tarde. Arrepentíos, no pongáis sobre el edificio constitucional ese coronamiento de inmensa pesadumbre, porque se vendrá abajo con estrépito, y acaso, acaso, quedemos todos aplastados y deshechos entre sus ruinas. Arrepentíos, no traigáis el luto y la desolación a la madre patria, mitigad sus hondas penas, su doloroso y acerbo padecer. Arrepentíos, no vayáis a buscar a ese iluso que por dos veces rechazó la corona de S. Fernando y de Isabel, que por dos veces nos despreció hasta con enojo, que por dos veces con su impura mano hirió en las mejillas al honor hispano.
Pero ¡ah! vosotros no os arrepentiréis, porque no tenéis ni corazón ni honor, porque semejantes a los grandes bandidos, en todo pensáis menos en vuestra conciencia, porque no tenéis un átomo de pudor siquiera, porque no queréis más que el botín, que los sueldos con que esquilmáis a la patria, porque vuestra política es la estafa, es el robo.
¡Hijos de Iberia! Aprestaos a la lid, preparad las armas, que el combate se acerca y antes que consentir la deshonra con que tratan de mancharnos los políticos de bandidaje, morir mil veces. Si, moriremos antes que tolerar ni un minuto más tal ignominia, moriremos por la patria, por la independencia, por los gloriosos manes de nuestros antepasados, por las cenizas de esa pléyade de héroes que duermen el sueño perdurable de las tumbas, por los sacrosantos restos de esta patria que fue señora del mundo…
Pero no, no moriremos, porque el triunfo es nuestro, porque a nuestro lado peleará la justicia y el derecho, los recuerdos y tradiciones todas, que llenan el sublime libro de nuestra historia, y parodiando el epígrafe de este escrito exclamaremos:

El Rey ha nacido.
¡MUERA EL REY!
PEDRO MARTÍN BENITAS

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