jueves, 26 de marzo de 2009

En el reflejo del Tormes

Con gusto atiendo la solicitud que en la mañana de hoy recibo, mediante correo electrónico de remitente desconocido hasta ese momento, con siguiente tenor:

«Acabo de escribir y editar un libro (118 pgs) sobre la historia, monumentos y lugares de interés para el visitante de Alba de Tormes. Se puede descargar gratuitamente en:

http://www.lulu.com/content/libro-tapa-blanda/en-el-reflejo-del-tormes/6556417

Si lo consideráis de interés, agradecería que lo divulgarais dentro de vuestro blog.

Un saludo
Carlos Maza
www.cmaza.com »


Picado por la curiosidad, he accedido a la Web que menciona y efectivamente allí se encuentra el libro En el reflejo del Tormes. Una visita a Alba, con la anunciada posibilidad de descarga gratuita y también la de compra de un ejemplar de su edición en tapa blanda por 9,78 €.

Aunque aun no he tenido tiempo suficiente para su lectura, si lo he tenido para descargarlo y dar un primer vistazo a lo que parece un libro de viajes, ilustrado con buen número de fotografías en blanco y negro, en el que su autor, sin relación anterior con Alba, nos ofrece su particular visión de nuestra localidad.

La gloria de Alba de Tormes

José Sánchez Rojas

Esta tarde llega la Madre Teresa de Peñarandilla. Llenas de alborozo y de júbilo están en el convento de Santa Isabel. Sor Juana, la Madre Superiora; Sor María de la Luz, maestra de novicias, y Sor Clara, la dulce hermana tornera. Nuevas de la Madre Teresa demanda un paje de los señores duques. El administrador de los Álvarez de Toledo, Francisco Velázquez, mora en frente del convento.

El paje penetra en el vestíbulo del convento franciscano; tira de un cordelillo; una esquila resuena retozona. Sor Clara replica muy dulcemente:

— ¡Alabado sea Dios!
— ¡Alabado sea Dios! ¿Hay nuevas de la Madre Teresa? — pregunta el paje.
— Nuevas hay. Esperámosla hoy mesmo. ¿Viene de parte de la señora Duquesa vuesa merced?
— De parte de la señora vengo. Ya sabe vuesa reverencia — insinúa el lindo paje Juan García, de la familia de los Garcías, los hidalgos de la casa de la Pizarra— los proyectos que tiene mi señora la Duquesa.
— De ellos habló su prima Sor Juana —desliza Sor Clara, iniciando el palique.— ¿Don Francisco Velázquez dotará el nuevo monasterio?
— Dotarálo.
— ¿Y la Madre?
— Para elegir el sitio viene la Madre Teresa.
— ¡Ay, Dios! —replica graciosamente la hermana tornera.— ¡Menguadas vamos a quedar las hermanas franciscas sin la protección de la señora! Oiga: si no se remoza el campanario, vendrá á tierra. Oiga: sucia quedará la iglesia, sucia y negra como alma de pecador, si no la blanqueamos presto. Oiga: la tapia de la huerta caeráse con tanto remiendo y pegote como la hemos echado.
— No tema vuesa reverencia —atajo el paje con solemnidad;— los escudos de la casa de mi señora son los escudos del convento.

Suena una campana dentro.

— Aguarde vuesa merced —dice Sor Clara,— alejándose del torno.

Juan García contempla el vestíbulo. Es pobre, es sencillo, es humilde, como San Francisco, el iluminado de Asís; limpio y alegre como Santa Clara; sonriente como la misma Porciúncula. Un Cristo en la Cruz, con los cabellos ensangrentados, con la mirada dura, muestra sus llagas al paje. La mañana es dulce. La calle de San Francisco es entonces el centro de la villa. Discurren por ella, todo el día, mozas fornidas, pajes desenvueltos, recaderos de monjas, dueñas de palacio sabidoras de las tretas y murmuraciones que corren por la villa, soldados viejos que cuentan grandes mentiras de Italia y de Flandes, donde fueron á pelear á las órdenes del Duque.

El paje espera el nuevo recado de la hermana tornera.

— ¡Alabado sea Dios, hermano!
— ¡Alabado sea, Sor Clara!

Gira el torno levemente. En él aparece un envoltorio.

— Son confituras para la Duquesa, mi señora —dice Sor Clara— Y dígala que acepte los rendimientos de Sor Juana, su prima, y nuestra Madre Superiora, y de Sor María de la Luz, y de Sor Francisca, y de toda la comunidad. Y que se la pasará recado cuando llegue la Madre Teresa.

Sale Juan García del vestíbulo.

Ya en la calle, piropea á una buena moza; charla con los vecinos; detiénese á la puerta de Francisco Velázquez con unos labriegos que conducen piedra de Martinamor. Salen unos devotos de la iglesia de San Martín.

Dos padres franciscanos, de luengas barbas blancas, entran en casa de Velázquez, que su esposa, doña Teresa de Layz, está harto quebrantada y enferma. El paje, por la ronda de Santiago, se dirige al castillo. Aún torna á retozar con otra moza y aún se detiene, en la botillería del Manco, con un soldado bisoño, escanciando ese vinillo alegre, suave, dulce, un poco traidor y embustero, de las viñas de Cordovilla y de Babilafuente, que llena las cantarillas de los artesanos, las cubas de los duques, las repletas bodegas, como catedrales, de San Leonardo.

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La Madre Teresa viene de camino, animosa y alegre, por el alto de Garcihernández. Viene de Medina, por Peñaranda, y apenas se ha detenido una noche para descansar en Madrigal de las Altas Torres, y breves momentos en Coca, en casa de una buena mujer, que ha hecho grandes aspavientos de admiración al hallarse en presencia de una monja, decidida y valiente, que no teme la soledad en los caminos, y que, lejos de rehuir, provoca y anima la compañía del pueblo. Breves momentos ha pasado la Madre en Coca, en casa de la buena mujer, que se hace preciso llegar á Alba antes de cerrar la noche. Y para siempre ha quedado prendada, la humilde mujer, de la Madre. Teresa le ha preguntado por los hijos.

Como tuviera una linda chiquilla en la cuna, Teresa la ha besado y festejado, sin encogimiento; luego ha lavado y fregoteado á otra mayorcita.

Ha comido Teresa con la familia, frugalmente. Aún quería la buena mujer regalar y festejar más á la madre, que viaja graciosamente en una mula.

De camino, Teresa contempla por vez primera el pueblo de Alba, donde ha de morir algunos años después. La entrada es muy hermosa por aquel paraje. El torreón del castillo esté adosado á una galería cuadrada de ocho lienzos y de diez arcos por lienzo. A la conclusión de la galería, se inicia un patio de armas; luego del patio, una enorme casona, y al remate de la casona, paneras, carroceras, corrales... Frente al convento de Santa Isabel, la Iglesia de San Martín. Alba no es ni más ni menos que su castillo; hasta las Iglesias perecen pedirle protección. La vega se extiende á lo lejos, limitada por la mancha gris de unos encinares y por la faja pizarrosa de una colina; á lo lejos, por el telón azul, levemente esfumado de la Sierra; unos murallones, de frente, rompen la monotonía de la serena visión. La villa se extiende hasta San Leonardo, y más atrás de la espalda de San Leonardo, el manchón cárdeno de las viñas, el verde brillante del centeno, un arbolado gracioso más arriba.

Teresa llega al pueblo á la caída de la tarde. El cielo está radiante y puro. El sol se hunde entre fulgores cárdenos, rojizos. El Tormes refleja temblorosamente la sangre del crepúsculo. Unos chicuelos cantan el romance de Blanca-Flor en el atrio de San Martín. Uno de ellos enseña á la Madre el camino del monasterio de Santa Isabel. Momentos después, en el locutorio, charlan animadamente la Madre, la vieja duquesa, un carmelita calzado, Francisco Velázquez, el corregidor que es varón docto y cristiano. Todos están prendados del despejo, del donaire, de la franqueza de Teresa; sobre todo, Sor María de la Luz, no puede disimular su júbilo. Francisco Velázquez dotará el nuevo monasterio con rentas convenientes; la duquesa le ayudará, como está puesto en razón. Los terrenos están cerca de la vega, dominándola. Teresa quiere aire, luz, espacio, para que vuelen sus monjitas.

Es de harta recreación mirar la vega —exclama la Madre— Desde el camino vengo prendada de su hermosura y lozanía.

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Teresa, enferma, achacosa, triste, llena de quebrantos y de agobios, viene por segunda vez á Alba, á su convento reformado de la Anunciación. Duras han sido las pruebas con que el Señor ha querido templar su fortaleza. En Ávila, un vocero, un abogado presuntuoso y charlatán, ha dicho, delante del Justicia, en pleito que ventilaba la familia de la madre, que la virtud de Teresa es escasa y suelta su lengua. En Valladolid, la priora la ha tratado con despego. En Medina del Campo, unos hombres han apedreado la diligencia en que viajaba, y han armado gran estruendo y alboroto, llamándola mujer correntona y liviana, mujer sin seso y poco asustadiza, con otros disparates dolorosos por el estilo. Tantos golpes seguidos han hecho mella en el espíritu de Teresa, Doña María Colón y Henríquez, duquesa de Alba, ha obtenido del Provincial de la Orden que la madre vuelva á la villa de sus blasones. Por eso Teresa está en Alba, donde ha de morir algunos días después.

La celda de la madre mira á la vega. Teresa, después de comulgar, desmayada y floja, se ha puesto á contemplarla, sin que Sor Ana de San Bartolomé, que la es tan devota y aficionada, haya osado romper el encanto de la contemplación. Unos pinos bordean las orillas del río, que han cantado galanamente poetas y troveros. El puente está lleno de viandantes —gañanes, canteros, soldados ociosos y aburridos, que pasan todo el día contemplando el río, rompiendo su mansedumbre de lago con una piedra, viendo cómo se forman rápidamente círculos y más círculos que se ensanchan, que desaparecen, que tornan á formarse.— Las lavanderas cantan, palmotean, chillan, juegan con las aguas, contentas. Al remate del puente se destaca, preciosa, la mole blanca de la ermita de Nuestra Señora de la Guía, cuyas espalderas están resguardadas con una colina. De allí arranca la calzada de Salamanca, cuya línea se pierde á la derecha entre los árboles, para destacarse nuevamente, en zigzag, junto á unos ventorrillos, á la vera de un altozano. La ermita, la calzada, llevan el recuerdo de la Madre á sus viajes, á sus ajetreos, á sus fundaciones por los pueblos áridos y secos de Castilla. En esos viajes lentos, incómodos, oyendo al pueblo humilde, empapándose de sus amarguras, de sus anhelos, de sus esperanzas, ha formado Teresa el hechizo de su lengua, repleta de modismos populares, de provincalismos, de giros plásticos y graciosos. En esos ajetreos ha llegado Teresa al corazón de su Castilla. Con la experiencia de sus fundaciones, la tristeza, la amargura, forasteras en su ánimo alegre y generoso, han puesto una nota grave, freno poderoso al ímpetu de su franqueza y de su generosidad.

Teresa esta muy enferma; Teresa va á morir; sus ojos han perdido su fulgor inteligente; sus labios, blancos y descoloridos, se mueven perezosamente, con desmayo. Contempla la vega por última vez; sonríe con tristeza. Sus ojos vagan absortos, de aquí pera allá, pensando que también su espíritu, como el paisaje que tanto ama, he sido sereno, plácido, luminoso y tranquilo.

Suena una campanita conventual. La Madre se dirige al coro.

Y aún tiene su última mirada de comprensión abierta, de infinito amor por la Naturaleza; aún sus ojos se posan con insistencia en la ermita blanca y en la sinuosa calzada salmantina. El cielo es azul y las aguas azules como el cielo. Las lavanderas siguen cantando, palmoteando, chillando, jugando con las aguas, contentas de la hermosura del día...

Alba de Tormes, Abril, 1914
LA ESFERA 02/05/1914

Biblioteca virtual de prensa histórica
Ministerio de Cultura

miércoles, 25 de marzo de 2009

Dificultad en la descarga de documentos

Recientemente se ha comprobado un funcionamiento irregular en el hosting donde se alojan nuestros documentos externos.

Actualmente no funcionan los enlaces a estos archivos, lo que imposibilita su consulta y descarga.

Esperamos que se trate de una anomalía transitoria y que en breve sea solucionada. En caso de que persista procuraremos encontrar alguna alternativa que posibilite el acceso a la totalidad de nuestros contenidos.

domingo, 22 de marzo de 2009

El Tormes. Números 2 y 4

Hoy ponemos a disposición de nuestros visitantes dos nuevos ejemplares del semanario El Tormes. En este caso se trata de los números 2 y 4 (El número 3 ya se incluyó anteriormente en nuestra hemeroteca.)
Del primero de ellos poco podemos decir que no hayamos señalado con anterioridad. La deficiente digitalización realizada por/para la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica dificulta enormemente su consulta. Respecto al número 4 disponemos de uno de sus originales, y aunque su estado de conservación no es optimo, hemos procedido ha realizar personalmente su digitalización con unos resultados que, modestamente, consideramos de mayor calidad.
Al margen de esto, y atendiendo a sus contenidos, ambas ediciones recogen como tema central la estación de ferrocarril de Alba de Tormes, su lejanía de la población y las solicitudes y gestiones para su remodelación y construcción en un lugar más cercano.

              

viernes, 13 de marzo de 2009

El Trece. Semana Santa 1972


Hoy recuperamos el número 7 de El Trece, que publicado en el mes de marzo de 1972 dedicaba su portada a la Semana Santa, que en aquel año se celebraba en este mes. De su contenido destacamos un artículo con esta misma temática firmado por Chony en el que se describe la imagen de la Soledad que se custodia en el convento de las Madres Carmelitas de Alba de Tormes.

martes, 10 de marzo de 2009

Cosas de Castilla: Ciudad Rodrigo

José Sánchez Rojas

Impresiones de un colegial que despierta a la vida... Esta tarde, jueves, hemos salido los chicos en renglera con nuestros bonetes cuadrados y nuestros flamantes manteos de becas azules. En la muralla, dos novios. Rubia ella, militar él. Hemos dado la vuelta de la muralla hasta la Puerta del Conde. Esta puerta nos parecía ordinaria, aunque muy grande, y no la dábamos el menor valor historio, hasta que ayer don Emilio, el profesor de las Historias, nos dijo que por allí había pasado Lord Wellington y que, desde la cama, dentro de la puerta aquella, había dirigido D. Andrés Perez de Herrasti las fuerzas de la plaza, en su breve, pero heroico rendimiento de la Independencia. Aquella erudición nos da cierta familiaridad con la Puerta del Conde. ¿Donde estaría la cama del general? ¿Como sería el caballo que montaba Lord Wellington?... Y miramos con desprecio a los horteras que hablan a las costurerillas, a los soldados de la guarnición, a los barquilleros y demás hombres vulgares que tropiezan con nosotros.

Y hablamos de D. Carlos. Todos, en el Colegio, somos carlistas; todos afirmamos que doña Margarita ha sido la mujer mas hermosa del mundo, y D. Carlos el más apuesto de los galanes. El periodiquillo carlista que nos dejan leer –y al cual estoy suscrito- publicó ayer el Palacio de Loredan. ¡Chacho, que casa, sobre las aguas, completamente en las aguas! Eso del centro de gravedad debe ser una broma. No he aprobado la Física, pero la Física miente.

Y empezamos a vislumbrar los jardines del arrabal de San Francisco. El mundo, la vista del mundo, la contemplación de las mujeres guapas y de los matrimonios jóvenes, nos envuelve en una atmosfera de bienestar. Atravesamos, de prisa, las calles habitadas. Y nos internamos por la vieja “vía meritensis”, la calzada, que, según la tradición, unió, veinte siglos hace, Roma con la famosa Mérida

Desde allí contemplamos la torre de la catedral. Esta toda abolla. En el sitio del año 1812, abollaron las granadas, las naves, el cimborrio, la bola de la cúpula. Las paredes están desconchadas y rotas y asimétricas las almenas. La catedral nos da la impresión de una hermosa jorobada, que perdió su esbeltez, conservando su gracia y su belleza. Los terremotos del año 1777, que también dieron al traste con la tradicional rectitud de la torre de la Catedral Nueva de Salamanca, achataron y empequeñecieron la cúpula de la colegiata mirobrigense. Es severa y desnuda. Tiene algo de la serena austeridad de la catedral santanderina. Sin estar sobrecargada de detalles innecesarios, de pormenores indigestos, sabe ser elegante y sobria. El coro es de una alegría singular. Lo tallaron los judíos. Hay canónigos cuyos cuerpos son botas de vino. Ellos asoman, por el cuello, la cara congestionada y satisfecha de buenos bebedores. ¿Recordáis los apuntes de Téniers? Como ellos, su visión os mueve a risa plena y estallante. Hay movimiento y vida en aquellos sillones respetables. Ellos me han recordado, mientras en las naves resonaba el órgano con el “Magnificat”, las notas canallescas y populares de la matchicha.

Regresamos a la ciudad.
En frente, descubrimos las fortalezas portuguesas de Almeida y Guarda. Guarda tiene unos cañones “terror d’os mundos”. Ciudad Rodrigo, en cambio, es una pequeña e insignificante plaza fuerte.

Otra vez la muralla. A lo lejos, el bloque de piedra del castillo, hoy fuerte de artillería.
El puente romano, miserable y ridículo, nos da una impresión de plebeyez absoluta.
El Agueda, regando las huertas verdes, deja correr su cauce pobretón.

En las callejuelas, casones de blasón mohoso. En la plaza de Cerralbo, fértil en leyendas y estocadas y amoríos en tiempos de los Pachecos revoltosos, se levanta la capilla del Renacimiento, airosa y esbelta, como el cuerpo menudo de una doncellita rubia.

Y nos encerramos en el Colegio.
El rosario y el estudio.

En nuestras cabecitas adolescentes tratamos de reconstruir la carita avergonzada de la rubia coloradota y del teniente apuesto. Los novios siguen parloteando en la muralla. Los veo desde mi mesa.
ALREDEDOR MUNDO 24/03/1909
Biblioteca Nacional de España


martes, 3 de marzo de 2009

La Margen Izquierda

Recientemente hemos asistido al nacimiento, en nuestra tierra, de una nueva cabecera periodística.

En este caso se trata de La Margen Izquierda, revista editada por el Partido Socialista de Alba de Tormes que desde su primera editorial se define como decidida y claramente política, manifestando que «no nace para el insulto, ni para la polémica..., ni para el engaño, ni para la mentira interesada, sino para la reflexión y la denuncia, para dar voz a los que no la tienen y nueva savia a quienes el invierno tiene adormecidos.»

Desde este espacio damos la bienvenida a la nueva publicación, a la que deseamos una larga andadura, y al igual que venimos haciendo (o que haríamos si se diese el caso) con otras genuinamente albenses, la incorporamos desde hoy a nuestra particular hemeroteca digital.

Puerta del Rio . Marzo 1984

Cargado de información venia este número 9 de Puerta del Rio, publicado en marzo de 1984, que ahora recuperamos.

La presentación en sociedad del proyecto de construcción del pabellón polideportivo, y un pormenorizado informe sobre el devenir histórico y la situación administrativa del Centro de Salud, aún sin inaugurar en aquella fecha, serían sus contenidos mas destacados.