«El caso de Sánchez Rojas demuestra que, ahora como antes, en España nadie consigue un relativo bienestar mientras no se muere. Durante toda su vida nadie le hizo a Sánchez Rojas el menor caso y el pobre iba como un paria por los cafés buscando una mesa amiga en la que nunca permanecía mucho tiempo porque la gente no tardaba en echarse a la calle para respirar el aire libre. Muy simpático, muy ameno, muy inteligente el bueno de Sánchez Rojas, pero no era un hombre de interior. Al contacto de los ambientes tibios empezaba enseguida a descomponerse y, cuando se le dormía un pié, parecía que se le hubiese muerto.
Como escritor tenía un artículo muy bueno que, con ligeras modificaciones, publicaba de vez en cuando en diarios y revistas: un artículo tan bueno como el de cualquiera. Como el de Alomar, por ejemplo, que hoy es embajador de España en el Quirinal. Como el de Pérez de Ayala que lo es en Londres. Como el de Luis Bello que ha sido llamado a consulta por el Presidente de la República y que, de vuelta de Palacio, publicó una nota oficiosa con el resultado de la entrevista. ¿Qué escritor tiene en España más de un artículo? Por mi parte, yo he intentado alguna vez hacer un segundo, pero las empresas me lo han rechazado siempre, sistemáticamente, diciendo que no parecía mío y que lo que querría el publico, era mi artículo habitual.
No hay duda alguna de que Sánchez Rojas era un escritor excelente, sin embargo, ni ganó dinero con la literatura, ni consiguió siquiera una legaciencilla al advenimiento de esta República de escritores de todas clases. Es cierto que el pobre tenía una pinta verdaderamente catastrófica, pero aquí se nos presenta una vez más el viejo problema del huevo y la gallina. ¿No se le daba ningún cargo porque tenía una pinta catastrófica o tenía una pinta catastrófica precisamente porque no se le daba ningún cargo?
Ello es que el pobre Sánchez Rojas, con tantos merecimientos como el que más, se ha muerto poco menos que de hambre y, hasta aquí, no hay nada de anormal. Lo anormal es que, en cuanto se murió, todo el mundo se puso a hacer aspavientos.
- ¡Qué atrocidad! ¿Ha visto usted?
- Morirse ahora, precisamente ahora…
- ¡Pobre Sánchez Rojas!
Yo, francamente, no veo que iba a hacer Sánchez Rojas más que morirse. ¿Es que hay, acaso, alguna otra alternativa para el hombre que no puede vivir? Pero, a lo que parece, nadie tenía mala intención al ir retirando del camino de Sánchez Rojas los elementos más primordiales de su vida. ¿Qué no comía? Pero ¿no consistía en eso, precisamente, su originalidad? ¿Es que necesitaba, tal vez, comer como todo el mundo? ¡Quien lo hubiera sospechado!
Y Sánchez Rojas tuvo un entierro de primera, y un traje nuevo que, de no ser póstumo, hubiera sido el primer traje de su vida, y se avisó a la Audiencia y a la Diputación y al Cabildo y a la Universidad, y hubo coronas y discursos y se tocó el Himno de Riego y todo. ¡Pues no faltaba más! En vida se puede a veces –o siempre– carecer de lo necesario pero, a la hora de la muerte, no es cosa de que un escritor como Sánchez Rojas, se quede abandonado y sin amparo. Dentro de poco tiempo Sánchez Rojas que, si no se murió antes, fue probablemente, porque no tenía donde caerse muerto, tendrá una calle entera –la calle de Sánchez Rojas– en Alba de Tormes o en Salamanca, y, sus restos, no tardarán en reposar dentro de un confortable mausoleo.
Y es que aquí, en este país que acaba de secularizar los cementerios, pueden hacerle a usted académico, embajador o arzobispo, o, al contrario, ya pueden infligirle las mayores humillaciones. Aquí no hay más que una cosa seria, que es la muerte, y para que le respeten o le compadezcan a usted de veras, para llegar, realmente, al corazón de los hombres, para ser algo, en fin, no tendrá usted amigo lector, más remedio que morirse.»
Julio Camba
03-febrero-1932