miércoles, 30 de abril de 2014
domingo, 27 de abril de 2014
Un albense en la Titan Desert
José Miguel Flores Valle, tras superar un durísimo recorrido de 119 km. con un desnivel acumulado de 2.134 m, finaliza la primera etapa de la Titan Desert y se coloca en el puesto 57 de la clasificación general.
¡¡¡ VAMOS CAMPEON!!!
sábado, 26 de abril de 2014
La madre que pario a la música
Recopilación de imágenes del programa Crónicas: La criba de la tradición, emitido el 24-04-2014 por TV2, relacionadas con la visita de los alumnos de la escuela de música de Alba de Tormes -y su taller de música tradicional- a la Casa de la Y, espacio lúdico-formativo desde el que el Grupo Mayalde contribuye a la divulgación de la cultura tradicional en la vecina localidad de La Maya.
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viernes, 25 de abril de 2014
ALBA DE TORMES Y SALAMANCA NO DEJAN CAER EN EL OLVIDO EL IV CENTENARIO DE LA BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESA
Manuel Diego Sánchez, carmelita
Las conmemoraciones centenarias sirven para refrescar la memoria de acontecimientos del pasado que, a su vez, nos traen valores susceptibles de mantener vivos en el tiempo presente. Y cuando se trata de figuras como Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por Santa Teresa de Jesús, entonces percibimos la dimensión universal de esta mujer, la pervivencia de su legado a través de una familia religiosa de monjas y frailes, el Carmelo Teresiano; pero sobre todo esto sucede a través de sus libros, con un mensaje que trasciende el tiempo y hasta con un valor literario muy significativo, todo lo cual convierte a esta escritora mística en un clásico de la lengua española.
Estamos recordando el IV centenario de su beatificación en Roma (24 de abril del 1614), una fecha que pone delante no sólo el hecho de una santidad reconocida oficialmente por la Iglesia, sino que es el punto culminante de todo un camino de penetración dentro de la cultura española, sin dejar de ser a la vez una fecha importante también para la cultura europea.
Muerta Teresa de Jesús en Alba de Tormes (4.10.1582), su fama perdura, sus escritos serán muy leídos desde que Fr. Luís de León los publicara en Salamanca (1588). Y hasta su sepulcro en la villa ducal comenzó a ser visitado de inmediato, porque eran muchas las personas que buscaban su intercesión.
PROCESOS INFORMATIVOS EN ALBA DE TORMES.
Fue el obispo de Salamanca, Jerónimo Manrique Figueroa (1579-1593), quien tomó la decisión a los 9 años de la muerte de abrir una serie de informaciones canónicas en Salamanca y Alba de Tormes. Es la primera piedra que se puso en el camino de la beatificación de santa Teresa. Del 15 de octubre de 1591 hasta el 3 de enero del 1592 las informaciones y preguntas a testigos se hacen en Salamanca; el mismo obispo se traslada luego a Alba de Tormes y allí preside los interrogatorios del 1 al 10 de abril del 1592. Rigurosamente hablando, no sólo proviene de Salamanca la idea de comenzar el proceso de beatificación a los 10 años de muerta (seguramente a instancias de la familia carmelitana y de otras tantas personas e instituciones), sino que es allí donde se pone en ejecución tal medida. Posteriormente (1595-1597) será el Nuncio quién mandará hacer otras informaciones en distintos lugares de España vinculados a la Madre Teresa; mientras que por mandato de Roma se realizarán todavía más informaciones en 1604, 1609-1610. Podemos afirmar examinando el contenido de todos estos procesos (accesibles a través de la publicación de Silverio de santa Teresa en 1935), que santa Teresa tuvo mucha suerte, pues todas estas informaciones se hacen interrogando a personajes (no sólo monjas carmelitas, frailes y clérigos) que la han tratado y conocido; por eso, a la postre son una fuente de primera mano para conocer su figura, aunque han de ser usados estos testimonios con cuidado porque dependen ya de la primera biografía teresiana de Ribera (1590) y tienen una finalidad estrictamente apologética, es decir, defender la santidad de la Madre Teresa.
Para hacerse una idea del valor y calidad de los testigos que, por ejemplo, hablaron en 1592 en Alba (se conservan los originales de estos procesos), baste citar que entre otros lo hicieron el cuñado Juan de Ovalle, su sobrina ya monja carmelita Beatriz de Jesús Ovalle, Mariana de Jesús Gaitán (hija del caballero Antonio Gaitán que la acompañó a tantas fundaciones); los clérigos Antonio de Zamora (que la conoció y confesó), Perucho de Villarreal, Antonio de la Trinidad; también los médicos locales Francisco Ramírez, Martín Arias; las monjas isabeles Dª Mayor Mejía y Dª Francisca de Fonseca; y, sobre todo, un buen grupo de carmelitas descalzas del monasterio de Alba que asistieron a su última enfermedad y muerte, y han sido testigos del milagro de la incorrupción del cuerpo, de los diversos milagros y hasta de la primera devoción local y de fuera (viajes y peregrinaciones al sepulcro) hacia la madre Teresa, tales monjas como María de san Francisco Ramirez, Mariana de la Encarnación Velázquez, Catalina Bautista Hernández, Juana del Espíritu Santo Guiera, Inés de Jesús Villapecellín, Catalina de san Ángelo Mejía, Constancia de los Ángeles Centeno, Isabel de la Cruz Morales. Hoy resulta emocionante pasar los folios de este códice y encontrarse con estos testimonios originales acompañados de las firmas autógrafas de personas tan cercanas a Teresa de Jesús.
UN PROCESO DE INVESTIGACIÓN RÁPIDO Y DE GRAN VALOR HISTÓRICO.
Todo el proceso de beatificación que duró hasta el 1610 demuestra la seriedad de la investigación que se ha llevado a cabo en toda España, sobre todo en aquellos lugares más vinculados a la presencia de esta mujer, buscando las personas que la han tratado y conocido más de cerca. Todavía en Alba se hizo otra información años más tarde, en mayo de 1610, bajo el obispo Luís Fernández de Córdoba, aunque menos representativa en cuanto a la calidad de testigos.
Por eso, la beatificación de 1614 fue el punto de llegada de un largo trabajo de recopilación de material original (hoy diríamos un largo tiempo de investigación) que demostró la divulgación y fama que había alcanzado la figura teresiana por toda España.
Nosotros leemos ahora estos procesos desde el punto de vista histórico y hallamos criterios y opiniones que no compartimos del todo, pero hay que entender que entonces se trataba de poder demostrar la santidad del candidato, conocer los milagros que hacía…, es decir, seguir un estilo que coincidiera con el modelo de la santidad barroca, con un estereotipo de ciertos valores de la santidad que el candidato debía cumplir estrictamente. Por eso resultan estos procesos de beatificación teresianos un material que –desde el punto de vista histórico– se debe cribar críticamente, lo cual no significa que no se diga en ellos la verdad, sino que se habla desde unos motivos y parámetros ya muy establecidos y prefijados. Que ésta venía a ser también la finalidad apologética de la hagiografía barroca, ideología muy bien recogida en las dos primeras biografías teresianas, la del jesuita Francisco de Ribera (1590) y la del jerónimo Diego de Yepes (1606).
No obstante todo lo dicho, impresiona la cantidad y variedad de personajes que han dado su palabra para conseguir ver en los altares a Teresa de Jesús.
LA PALABRA ESCRITA DE TERESA.
Pero en el caso teresiano hay todavía algo muy especial y es que, además del recurso a los milagros, se hace una defensa de los valores humanos de su personalidad con testimonios muy explícitos del realismo teresiano.
E incluso se recuerda algo que no siempre estaba presente en otros santos, el sentir común acerca del beneficio de la lectura de sus obras; esto era posible gracias a la edición salmantina de Fr. Luís de León (1588). Por eso entraba dentro del interrogatorio la pregunta explícita acerca de las obras escritas. Con lo cual se constata que de inmediato los libros teresianos han salido de los estrictos límites conventuales y son ya patrimonio común por medio de la lectura de tantas personas. Seguramente éste fue el aspecto más útil de la beatificación por encima del hecho de la santidad reconocida por la Iglesia y el que de ahora en adelante se le pueda dar culto público, es decir, el lograr salvaguardar y difundir su legado doctrinal y literario para la posteridad, defendiéndolo de tantas acusaciones como había tenido después de muerta, hasta el punto de que fue un asunto bastante serio a resolver y que dificultaba la misma beatificación. De ahora en adelante, la obra escrita de Teresa, en el campo místico, formará parte del patrimonio de toda la Iglesia y será una lectura de moda y la que más circule entre los ambientes espirituales. Es más, en el año de la beatificación (1614), los libros teresianos han salido ya de España y han entrado en Europa contribuyendo no poco a la renovación y efervescencia espiritual del continente.
Con razón, cuando se componen los textos propios para la liturgia y el culto de Santa Teresa, algo que era inherente a la beatificación y como consecuencia de ella, se recurrió a textos ya tradicionales y comunes, pero el mismo Papa quiso señalar la singularidad de Teresa y, por eso, mandó que dentro de la oración colecta de la misa y oficio divino, se incluyese aquel inciso en forma de petición que todavía perdura en la liturgia teresiana de nuestros días: que nos alimentemos siempre de su celestial doctrina para crecer continuamente en santidad. Fue el primer reconocimiento que se hizo de su magisterio espiritual dentro de la Iglesia.
ALBA DE TORMES DESDE LA BEATIFICACIÓN.
No cabe duda que la villa percibió la trascendencia e importancia que tenía para su vida e historia aquella beatificación. Como se intensifican las visitas al sepulcro teresiano hubo que ir adaptando y mejorando la posición arquitectónica de éste dentro de la iglesia conventual de las monjas. En aquel mismo año 1614 celebró ya su fiesta y octava en el día prescrito entonces (5 de octubre) e hizo el voto de elegirla como patrona de toda la tierra de Alba haciendo festivo su día. Solamente en Alba se podía alargar la fiesta durante 8 días, a modo de octava desde el punto de vista litúrgico. Una costumbre que se mantiene hasta el día de hoy en las fiestas anuales de octubre.
El hecho de poseer la tumba colocó también a la villa en una posición privilegiada, incluso frente a la ciudad de Ávila, y era que no sólo los frailes y monjas de su Orden podían celebrar la liturgia teresiana, sino que en Alba cualquier sacerdote que visitara al sepulcro lo podía hacer también. Una gracia que más tarde (25.6.1614), en la misma forma que en Alba, solicitó Ávila para toda su diócesis. Así lo expresaba la bula de beatificación: que en la villa de Alba, diócesis de Salamanca, en el monasterio y en la iglesia en que se guarda el cuerpo de la beata Teresa, puedan todos los sacerdotes, tanto seculares como regulares, rezar y celebrar el oficio y la misa, respectivamente, en honor de la dicha beata Teresa, según las rúbricas del Breviario y del Misal romanos. Gracia que, en virtud de nuestra autoridad apostólica, concedemos a perpetuidad… (24.4.1614).
jueves, 24 de abril de 2014
IV centenario de la Beatificación de Santa Tersa
Paulo Papa V, para perpetua memoria.
«Teniendo Nos en la tierra, aunque indignos, las veces del Rey de la gloria eterna, que corona con diadema de vida inmortal a sus fieles siervos, por el oficio pastoral que Nos está encomendado, pesa sobre nosotros la obligación de oír las peticiones de los fieles de Cristo, especialmente de los Reyes Católicos, de los príncipes y de las familias religiosas, cuando se ordenan al acrecentamiento del honor y de la veneración debidos a los siervos de Jesucristo, por lo cual de buena gana les hacemos gracia de acoger benignamente sus votos, según que vemos convenir saludablemente en el Señor. Ahora bien, en nombre de todos los amados hijos de la Orden de Carmelitas Descalzos de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo se nos ha hecho relación de que la Fundadora de dicha Orden de Carmelitas Descalzos, Teresa de Jesús, de gloriosa memoria, fue adornada por Dios con tantas y tan eximias virtudes, gracias y milagros, que la devoción a su nombre y su memoria florece en el pueblo cristiano; razón por la cual, no solamente la dicha Orden, sino también Nuestro querido hijo Felipe [III], rey católico de las Españas, y casi todos los Arzobispos, Obispos, Príncipes, Corporaciones, Universidades y súbditos de los reinos españoles, han elevado a nosotros repetidas veces humildes súplicas, pidiéndonos que, mientras la Iglesia concede a Teresa los honores de la canonización, los cuales, atendidos sus grandes merecimientos esperan no ha de tardar mucho en otorgárselos, todos y cada uno de los religiosos de la dicha Orden puedan celebrar el sacrosanto Sacrificio de la Misa y rezar el Oficio de de dicha Teresa como de Virgen bienaventurada.
Así pues, Nos, examinada con detención esta causa, por medio de nuestros venerables hermanos los Cardenales de la santa Iglesia Romana, deputados para los Sacros Ritos, a quienes encomendamos su estudio, y oído su consejo favorable a estas peticiones, concedemos que en adelante se pueda celebrar en todos los monasterios e iglesias de la dicha Orden de Carmelitas Descalzos y por todos los religiosos de ambos sexos el Oficio y la Misa de la Beata Teresa como de Virgen, el día de su glorioso tránsito, esto es, el día 5 del mes de Octubre, y que en la villa de Alba de Tormes, diócesis de Salamanca, en el monasterio y en la iglesia en que se guarda el cuerpo de la Beata Teresa, puedan todos los sacerdotes, tanto seculares como regulares, rezar y celebrar el Oficio y la Misa, respectivamente, en honor de la dicha Beata Teresa, según las rúbricas del Breviario y del Misal romanos.
Gracias que, en virtud de Nuestra autoridad apostólica y por las presentes Letras, concedemos a perpetuidad, sin que obsten las Constituciones y Ordenaciones apostólicas, ni cosa alguna en contrario. Queremos también que a los traslados de las presentes Letras, aunque sean impresos, firmados por mano de algún notario público, y sellados con el sello de cualquier persona constituida en dignidad eclesiástica, o por el Procurador General de dicha Orden, se les dé la misma fe y el mismo valor, en juicio y fuera de él, que se daría a nuestras Letras, si se mostraran y exhibieran.
domingo, 20 de abril de 2014
lunes, 14 de abril de 2014
Recuerdos del Viernes Santo
Meditaciones y glosas
El Viernes Santo
Dum pendebat Filius!
Acababa el sermón. Cesaban los cantos. Los frailes, envueltos en sus capas blancas –el Padre Lino, el Padre Simón, el Padre Florentino, el Padre Clemente, el Padre Gregorio, el Padre Manuel, el Hermano Hilario– tornaba a su rescaño de pan en el refectorio, a su pobre tarima de madera en la celda. Yo volvía con mi madre a casa. Arriba, en el cielo, lucían y parpadeaban las primeras estrellas primaveraless. La dulce canción del río seguía entonando su murmullo de paz, junto a la vega. El ambiente de la noche tibia continuaba saturado de perfumes y de frescura.
El Viernes Santo
José Sánchez Rojas
Recuerdo, con sus detalles precisos, los Viernes Santos de mi niñez. Era primero el oficio en la iglesia, severa y denuda, de las Madres Carmelitas; el silencio de las calles, las primeras fragancias de la primavera en el ambiente, luego el potaje con sus espinacas y la langosta, y las rodajas de merluza, y las torrijas de pan, huevo y leche, el arroz dulce, después. Nada de juegos en el casino. La mesa del billar estaba tapada; no se oía el ruido antipático de las fichas de dominó sobre los tableros de mármol. Y a las tres de la tarde, la salida de los judíos.
Allá, en aquella preciosa iglesia de San Miguel, donde también se rezaba la novena de las Animas por un clérigo de voz angosta y quebradiza, comenzaban los “remates” de los pasos en fanegas de trigo:
- ¡Doy tres fanegas por la Oración del Huerto!
- Y dos celemines más - añadía otro, levantando la puja.
- ¡Hasta cuatro fanegas doy!
- ¡Cuatro fanegas, cuatro, cuatro, cuatroooo! -exclamaba en voz alta el capellán de San Miguel- añadiendo después, como en las rifas:
- ¿Quién da más?
Y con los pasos restantes –el balcón de Pilatos, el Cristo atado a la columna, la Santísima Virgen de los Siete Dolores– se repetía el remate. Solamente estaba libre de tales cuidados la bellísima Soledad, regalo del gran duque de Alba al Monasterio de Carmelitas Descalzas.
Y al filo de las cuatro salía la procesión. Nazarenos encapuchados y enmascarados. Mujeres con la cabellera suelta y con los pies desnudos, niños y niñas vestidos de angelotes, con alas de papel dorado y el vestido como un lampo de nieve. Mis devociones de niño me llevaban, con mi cirio encendido, detrás de la Soledad. Temblorosamente, rezando Aves y Salves en silencio, caminaba mi niñez, añorando lo infinito, vislumbrando el dolor infinito de la común Madre de todos. Y juraba no pecar nunca, no ofender nunca a la Madre, ser bueno, muy bueno para que no se enfadara nunca María conmigo… ¡Anhelos santos de la infancia, que perduran, a lo largo de la vida siempre, y que son el perfume del dolor y de los encontronazos con que la turbia realidad desbarata y borra luego nuestros sueños!
Recuerdo el itinerario de la procesión; mi pueblo está ya muy cambiado; la mayoría de los espectadores de entonces han muerto ya. El sermón del Descendimiento era escalofriante para mí. Se desclavaba al Cristo de la Cruz; se le encerraba en el sepulcro; se sellaba éste por los presbíteros de estola y de casulla. Un rumor de piedad sacudía las entrañas del pueblo. “¡Consumatum est!” Y el pueblo se arrodillaba ante el sacrificio del Cordero…
¡Dios mío, la procesión del Viernes Santo en mi niñez! ¡Si todavía, “todavía” respiro sus perfumes abrileños, y oigo la antigua canción del Tormes, y veo las rojas luces del crepúsculo! Allá por el altozano de Santa Isabel, a la vera del Castillo, lucían las primeras amapolas en las torres paniegas; la vega –eternamente verde– florecía ante la renovación del Dolor Augusto; de la tierra surgía como un estremecimiento, como una palpitación de sus entrañas, que era canción, y era promesa, y era nuncio de fecundidad y anticipación de recolección y de fruto – y los cantos a María se mezclaban con estos rumores de la tierra y con esta sonrisa de los cielos.
Las mujeres se tocaban con la mantilla negra y con el traje –negro también– de raso de las grandes solemnidades. No llevaban joyas, ni flores; a lo sumo, la pulsera de pedida, el aro de noviazgo que pasó. Y el señor alcalde, enlutado, sin el bastón de autoridad, con la corona de espinas, ornada de lazos negros, en la diestra. Y con el juez de instrucción, el capitan de la guardia civil, y mi santo maestro don Nicolás –devoto de la Soledad– y don Pedro Canto de uniforme, y mi padre de juez municipal severo y grave, el presidente del Gremio de Labradores, y la Cofradía del Santo Cristo de San Jerónimo, y los Padres Carmelitas Descalzos, y una turba de mujeronas detrás. Y la charanga del pueblo tocando himnos funerarios en la carrera.
Y luego a las tinieblas. Tocábamos las carracas con furia cuando en el tenebrario lucia una sola vela amarilla. Después, el sermón de la soledad. Allá arriba, en las gradas del presbiterio, sonreía de tristeza la dulce imagen. Sus ojos brillaban ante el resplandor de las velas. Las lágrimas caían, lentas y dulces, sobre su faz de Madre.
¿Qué decía el predicador? Ya lo he olvidado; olvidé la letra, pero la música vive siempre unida al ritmo interior de mi espíritu. Y luego el órgano lloraba, suplicaba, gemía
Stabat Mater Dolorosa
Juxta crucem lacrymosaDum pendebat Filius!
Acababa el sermón. Cesaban los cantos. Los frailes, envueltos en sus capas blancas –el Padre Lino, el Padre Simón, el Padre Florentino, el Padre Clemente, el Padre Gregorio, el Padre Manuel, el Hermano Hilario– tornaba a su rescaño de pan en el refectorio, a su pobre tarima de madera en la celda. Yo volvía con mi madre a casa. Arriba, en el cielo, lucían y parpadeaban las primeras estrellas primaveraless. La dulce canción del río seguía entonando su murmullo de paz, junto a la vega. El ambiente de la noche tibia continuaba saturado de perfumes y de frescura.
Y me acostaba sin una pena, sin un sobresalto, sin un deseo. El remate de los pasos, los nazarenos, la voz temblorosa de don Nicolás Caballero cantando el “Miserere”, los rumores de la charanga, el murmullo de los campos, la canción de la naturaleza tan eterna como el dolor y su compañera inseparable eran el nuncio de mi sueño. Mis labios murmuraban con mi corazón “regina mater misericordiae”. Y de madrugada, tornaba a la iglesia por el agua bendita que echase al malo de los vivos de mi hogar y me preparaba a escuchar el loco y atropellado volteo de las campanas en la mañana cristiana del Sábado de Gloria.
Madrid, abril 1922
domingo, 6 de abril de 2014
Programa de fiestas 1972
Una Comisión de festejos formada por diversos estamentos oficiales, la sociedad Amigos de Alba y la redacción de El Trece –señero boletín informativo por aquellos años-, sería la encargada de organizar las fiestas patronales de octubre de 1972 en cuyo programa, además de las distintas actividades previstas para los nueve días festivos, encontramos un emotivo recuerdo de Eduardo Acevedo –a la sazón alcalde de la villa– a los emigrantes albenses, un viaje imaginario de Manuel Cojo al siglo XVI para entrevistar a la Madre Teresa, un relato retrospectivo del Padre Raimundo Barrado sobre la actividad desarrollada y enseñanzas impartidas en el antiguo convento franciscano de Alba de Tormes y un llamamiento a la participación popular a cargo del albense y Pregonero Mayor de España Andrés López Salinero.