ALBA POR EL SUR, POR DONDE SE ALEJA SU ALMA DE AGUA
José Luis Miñambres
Hay una línea azul, por el horizonte, donde se extiende el mediodía y se confunden los colores, diluidos en el cielo. Tierra, árboles, cereales, hierbas lejanas parecen marcar el fin. Todo quiere sumirse en un tono ebúrneo. O…quién sabe, acaso castellano, como las lindes de los barbechos. El río parece sucumbir a polícromos encantos, identificando su forma con el agua que corre hacia el Norte, marcando su destino. Desde lejos, los montes y los terruños, toman el cuerpo salmantino, repleto de una realidad arbórea dispar: árboles, agua, juncos, y ruinas perdidas. Y cañalejas… que vibran recias con el vigor asfixiante del estío. Vagos restos de antaño, humanizados en su forma, flotan inermes en la corriente acuosa que, más cerca, deja ver alamedas de árboles viejos que muestran sus brotes y sus hojas nuevas. Se acerca el cinturón pétreo que rodea el perímetro de la villa milenaria.
Y allá, al fondo, el camino de Martinamor y la Fonda, de inolvidables ecos eclesiásticos. Y la carretera hacia Salamanca. Próxima, se mantiene la Isla de Garcilaso, con ecos del poeta: histórica, limpia, evocadora, lejana. Desde lo alto, sobre los restos de la muralla vieja, en El Espolón, la vista es más larga: se aprecia el puente, con en el esplendor de sus arcos eternos, viendo cruzar los restos de otro tiempo. Y siempre, los árboles… perennes. Abajo, una pesquera administra el correr de las aguas, camino del Pantano de Villagonzalo, cruzando la Fuente del Cornezuelo, mirando los espacios de Amatos…tan cerca. Y Palomares con la cercanía de la Ermita del Otero.
Al final el ocaso, con sus nubes, sus guedejas, sus tornasoles…