domingo, 31 de marzo de 2013

Fray Armengol



Tras la invasión francesa en 1808 y las primeras derrotas de nuestras tropas regulares, fueron muchos los españoles que se echaron al monte para combatir, a su modo y en terreno conocido, a las fuerzas de ocupación.

Unos por patriotismo, otros movidos por la venganza de afrentas recibidas y algunos, incluso, buscando obtener pingües beneficios con sus saqueos, los más audaces y decididos del lugar forman, en torno suyo, partidas que recuperan la ancestral táctica de guerrillas y traen en jaque al ejército francés cuyos movimientos acechan permanentemente y al que hostigan con ataques y emboscadas en los momentos más inesperados.

Al frente de estas partidas alcanzan fama y renombre guerrilleros como El Empecinado, en tierras de Segovia y Guadalajara, el Cura Merino, en las de Burgos,  Espoz y Mina y el Estudiante, en Navarra, el Canónigo Rovira y Joan Claros, en Cataluña, Mariano Renovales, en Aragón, …

En Salamanca será Julian Sánchez, el Charro, al frente de sus lanceros, quien adquiera notoriedad en esta lucha y cuya celebridad eclipsará la popularidad de otras partidas, posiblemente menos activas, pero que sin duda existieron y de las que, a modo de ejemplo, hoy transcribimos la descripción de una de ellas directamente ligada a las tierras de Alba.

«Fray Armengol, monje del celebrado monasterio de carmelitas descalzos de la importante villa de Alba de Tormes (Salamanca), salió también á campaña, y al frente de una corta, pero intrépida guerrilla, dio mucho que hacer y causó grandes daños á los enemigos de España.
La feracísima vega de Alba de Tormes, de cerca de tres leguas de larga, por la que se desliza suavemente el cristalino Tormes; el terreno que se alza pasado el magnífico puente de 26 arcos que tiene la villa, cubierto en gran parte de monte por las derivaciones de un estribo desprendido de la llamada Sierra de Francia en Peña Gudiña; los después famosos Cerros de los Arapiles, todo servía al denodado fraile para combatir á los imperiales, sin dejarles momento de respiro, ansioso de pelear y destruir aquellos herejes, invasores de su patria, profanadores de su santa religión y verdugos de sus hermanos.» (Los Guerrilleros de 1808 - Enrique Rodríguez-Solís - La enciclopedia democrática - Barcelona 1895)

viernes, 29 de marzo de 2013

Viernes Santo en Alba de Tormes. La Soledad

«El recuerdo más hondo y más inefable que guardo en el corazón del día del Viernes Santo en la niñez, es el del sermón de la Soledad, en el Convento de Madres Carmelitas Descalzas, de Alba de Tormes, donde se venera el cuerpo de Teresa de Jesús. El sermón se celebra, ya bien entrada la noche, en el Monasterio. Asisten a él los Carmelitas, encapuchados, con sus capas blancas, sus sandalias y sus hábitos café. El Tormes deja llegar hasta aquel paraje el rumor doliente de sus quejas. Los praderales de la vega envían también sus primeros perfumes primaverales a los pies de la Soledad. Y en la noche tibia, y clara, y dulce, por lo común, del Viernes Santo, se quiebran todos los ruidos y todos los rumores en aquella plazoleta de la Santa, que comienza a llenarse de fieles. A las hembras les crujen las faldas de seda, al paso, y los hombres llevan sus mejores galas al sermón.
En la iglesia, ningún adorno superfluo. Los altares están cubiertos de las telas moradas y  solamente se deja al descubierto, en el presbiterio, el sepulcro de la Madre Fundadora, rico de plata afiligranada salmantina. Y entre diez o doce hachones, sin más aditamentos ni requilorios, en el centro de la iglesia, la Soledad. Esta dulce Soledad de las Carmelitas es la joya de mi pueblo. Tiene su historia y su leyenda. Doña María de Colón y Henríquez, Condesa de Monterrey y esposa del Gran Duque de Alba don Fernando, la regaló al Monasterio. Dicen que la trajo de Nápoles en sus tiempos de virreina. La imagen, en efecto, es la de una ragazza napolitana, tallada en rica madera policromada. De los ojos, ardientes y puros, y absortos a la vez, brotan dos gruesas lágrimas que queman el rostro moreno. La boquita se pliega en un breve rictus de amargura. Las manos en cruz están en actitud de plegaria y el manto, compuesto y armonioso, no descubre un momento de dejadez y descuido. ¡Qué bonita es la Soledad de mi pueblo! Pero la imagen de mujer es también de la Madre de Dios. María presiente la resurrección del Hijo, y en su compostura se advierte el presentimiento de que no puede ser estéril el sacrificio de la Cruz. Y María tiene delante de sí la corona de espinas, que es la corona que mejor cuadra a todas las Madres.
El sermón es siempre breve y patético. Habla de los dolores y de la soledad y del sacrificio de la Madre. Y el órgano lo glosa a continuación. Los Padres, con su voz grave, y con su dejo gangoso y gutural las monjitas, entonan el Stabat Mater.
Y las notas del órgano lloran y rugen, y murmuran, y se pierden en dulcísimos trémolos, y vibran después con todos lodos dolores violentos de la pobre Humanidad en los registros graves, y mueren, y callan al fin, suspirantes y esperanzosas, que mañana resucitará el Justo de entre los muertos, levantando El mismo las tapas del sepulcro, entre los soldados dormidos.
Y nada más. La ceremonia, breve y sencilla, se ha concluido. Se apaga la vela amarilla que permanece encendida del tenebrario y los diez o doce hachones que en el presbiterio alumbraban la imagen de la Solead. Resuenan las caracas en los dos coros. Por unos minutos queda la iglesia en tinieblas perfectas. Torna a alumbrarse el rostro de María y desde cerca se ven muy bien en la graciosa talla tres lágrimas que surcan sus mejillas de Virgen morena y maternal. Hace ya muchos años, muchos -¿te acuerdas, corazón?-, nuestra madre nos llevaba de la mano para que nos arrodilláramos ante la Soledad. Y llevaba una velita a casa, para los días de las tormentas y para la vigilia de los enfermos graves. Después, en silencio, salíamos a la plazoleta de la Santa. Los Carmelitas, encapuchados en sus capas blancas, silenciosos, solemnes, salían a su convento, que está enfrente del de Santa Teresa, en la misma sugestiva y evocadora y castellanísima plazoleta. Oíamos, camino de casa, la canción del río que decía sus primeras trovas a la primavera y aspirábamos, sonrientes y anhelosos, los primeros olores tempraneros que llegaban de la vega. Ni un rumor, ni un ruido, profanaba el denso y hondo silencio de aquella noche de los Viernes Santos de mi niñez. Y acostados, después de la colación de pescados, de huevos y de lacticinios, pensábamos en las estrofas del Stabat Mater que acabábamos de oír y admirábamos las manos agiles del organista, del Padre Manuel, que en el órgano grande de los dos teclados dobles decía también toda su ternura y todo su amor de hijo ante las horas de soledad de María a los pies de la Cruz, en el Calvario, cuando el Sol se puso, los montes temblaron y las tinieblas se adueñaron de la faz de la Tierra, al presenciar la tragedia del Justo, que había de resucitar.»

José Sánchez Rojas

domingo, 24 de marzo de 2013

Jorge de Alba, seudónimo de José Sánchez Rojas

No fue algo habitual, ni mucho menos permanente. En realidad se trata de un reducido número de artículos (apenas si hemos localizado 36) en los que José Sánchez Rojas utilizó éste seudónimo, y lo hizo en dos publicaciones salmantinas: El Castellano y El Diario -ambas dirigidas por Candido Rodriguez Pinilla- en las que, durante el año 1904, compaginó sus colaboraciones firmando unas como José Sánchez Rojas y otras como Jorge de Alba.

De igual forma, en uno de estos periódicos (El Diario, 02-marzo-1904), aparece una reseña suscrita por Jorge Sánchez que también atribuimos a Sánchez Rojas, aunque en este caso no podríamos hablar de seudónimo puesto que estaría utilizando una identificación real. (Recordemos que su verdadero nombre era José Jorge Sánchez Domingo).

Como circunstancia curiosa, encontramos en una misma edición (El Castellano 29-julio-1904) dos colaboraciones del periodista albense signadas, una con su firma habitual, y la otra con su seudónimo. 

La consulta de estas publicaciones (y de estos artículos) ya puede realizarse en la sección que dedicamos a la obra de Sánchez Rojas, a la que también hemos añadido nuevas cabeceras y nuevas colaboraciones que, al igual que en otras ocasiones, y para una mejor localización, destacamos con las indicaciones “Nuevo” ó “Actualizado”.


           

jueves, 21 de marzo de 2013

Wellington: de Alba de Tormes al Prado

Nacho Cotobal, siempre atento a cuantas noticias puedan tener relación con nuestra localidad, nos avisa de una muestra que, desde el día de ayer y hasta el próximo 16 de junio, se expone en el madrileño Museo del Prado. Se trata de la colección El trazo español en el British Museum. Dibujos del Renacimiento a Goya formada por 71 dibujos, propiedad del museo londinense, entre los que se encuentra boceto del Duque de Wellington realizado en Alba por Francisco de Goya en los días inmediatos a la finalización de la batalla de Arapiles y del que ya dimos noticias en nuestra publicación Goya, Wellington y Alba de Tormes del pasado 26 de febrero.

Es curioso; hace un mes desconocíamos la existencia de este dibujo y hoy podemos admirarlo a la vuelta de la esquina.


Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, Francisco de Goya.
Lápiz rojo sobre lápiz negro y grafito, 235 x 177 mm, 1812
 © The Trustees of the British Museum 1862,0712.185

lunes, 11 de marzo de 2013

Casa de Clavijo


Alba de Tormes. c/ Lope de Vega.
En su lugar, actualmente se levanta un edificio con viviendas y locales comerciales.

lunes, 4 de marzo de 2013

Alba de Tormes en 1946


Proponemos hoy un brevísimo paseo virtual por algunas de nuestras calles (Plaza de las Madres, cuesta de San Pedro, calle del Arco, cuesta de Cipria), acompañando a los asistentes al XIX congreso de la organización católica Pax Romana celebrado en España en el verano de 1946 del que se ocuparon las cámaras del NO-DO en su noticiero nº 183B de fecha 08/07/1946, de donde hemos obtenido estas imágenes relativas a la visita que el mes de junio realizaron a nuestra localidad. (El documento carece de sonido por pérdida o deterioro del original)