Obra publicada en tres volúmenes por la prestigiosa editorial Hauser de París entre los años 1842 y 1850 y constituida por 36 cuadernos en los se describen los principales monumentos de España mediante un conjunto de excelentes litografías realizadas a partir de dibujos y grabados obtenidos por Genaro Pérez de Villa-amil en sus viajes por España entre los años 1830 y 1838, y textos del escritor Patricio de la Escosura.
De ella hemos seleccionado el capitulo dedicado al Castillo de Alba de Tormes, cuyo texto aquí transcribimos, y del que hemos incorporado una copia digital a nuestra Biblioteca donde ya se encuentra disponible.
CASTILLO DE ALBA DE TORMES
(Cuaderno 7º - Estampa 1ª)
«Contemplar las ruinas de los edificios que fueron un tiempo evidente testimonio de la grandeza de nuestra patria, es género que a veces excede a nuestras fuerzas.
Y no se diga que el recuerdo de las antiguas glorias del país debiera consolarnos de la aflicción que el estado de los más de sus monumentos nos causa; porque si bien es cierto que por medio de la litografía salvamos algo del perdido tesoro, también lo es que a extraer sus restos de entre escombros nos vemos condenados las más veces, y que tal vez el mismo día en que nuestras estampas se publican, suele la destructora piqueta herir el edificio que representan.
Mas como quiera que sea pues prometimos al público decirle lo que nuestros escasos conocimientos alcancen, continuaremos haciéndolo.
El castillo de Alba de Tormes, situado al sur de la pequeña población del mismo nombre, distante cuatro leguas de la ciudad de Salamanca, tan celebre un tiempo por su famosa universidad como ignorada hoy, es asunto de la primera estampa de nuestro séptimo cuaderno. Propietaria y fundadora de ese antiguo solar y fortaleza es la antigua e ilustre casa de los duques de Alba, cuyo nombre y fama no han menester que nosotros los recordemos, ni con por otra parte para tocados como de paso e incidentalmente. Durante siglos salieron de aquel noble tronco vástagos que ilustraron no solo a sí mismos y a su linaje, sino a su patria; porque en los antiguos tiempos de la monarquía española eran los timbre heredados cadenas que a los caballeros y grandes ligaban al trono y al pueblo, obligándoles a consagrarse al servicio de entrambos. ¿Quién no sabe en España y fuera de ella que hubo un don Fernando Alvarez de Toledo a quien sus propios enemigos no se atreven a negar el dictado de gran duque de Alba? ¿Quién ignora que de una cárcel donde le tenía, olvidando sus dilatados y eminentes servicios, le sacó Felipe, y sin permitirle ni que a saludarle llegase, le envío a conquistar el reino de Portugal? ¡Notable confianza del rey en la lealtad de su vasallo! ¡heroica lealtad la que pagó injustos agravios con ponerle una corona más en la cabeza al monarca que tan duramente le trataba!
Pues ese mismo fue quien no contento con los laureles de Marte y aspirando a ceñirse también la oliva de Minerva, entre muchos otros testimonios de su magnífica liberalidad y amor a las artes, dejó al morir notablemente embellecido el antiguo solar de sus abuelos.
Ruinoso está hoy el edificio de que hablamos, y también en notable decaimiento la grandeza de la que un tiempo fue asiento feudal y casa de recreo. Así pierden las hojas del árbol su brillo y frescura, cuando sus raíces no encuentran jugos en la tierra.
Colocado sobre una eminencia que domina la espaciosa vega del Tormes, rio que los cantos de Meléndez han inmortalizado, y cercado por gruesos muros y elevadas torres, cuya forma rectangular o redonda acredita la antigüedad de su fábrica, reúne aquel castillo todas las condiciones necesarias a su doble objeto; pues, ya lo hemos apuntado, a un tiempo fue principal asiento del pode feudal de los duques y casa de placer donde descansaban de los afanes de la guerra o de las palaciegas intrigas.
Así es que creciendo, sucesivamente aumentando con diversas construcciones que le añadieron sus dueños, llegó a su apogeo en los tiempos del conquistador de Portugal.
La obra del castillo propiamente dicho nada ofrece que singularmente la distinga de otras muchas de su especie que abundan en España, y de las cuales quedan pocas enteras, aunque si numerosos y, en algunas partes, bien conservados vestigios Por lo que al palacio respecta, encerrábase dentro de los antiguos muros, y como fábrica concluida en el XVIº siglo alcanzó en su conjunto y adorno toda la perfección que las artes tenían entonces. Eran sobre todo admirables, según nos dice Ponz, las dos galerías alta y baja del patio principal, y singularmente la primera por sus columnas que desde la basa al capitel figuraban ser compuestas de cuerdas entre sus istrías retorcidas.
Coronaba la totalidad del edificio un elegante y caprichoso adorno de crestería, y la fachada del mismo palacio, de arquitectura análoga a la de la celebérrima Universidad de Salamanca, presentaba un conjunto de singular y agradable aspecto, por la multitud y exquisito trabajo de los adornos. Por lo demás será decir que en todo correspondía dignamente lo interior de aquella mansión a la belleza exterior del edificio, pero no inútil observar que lo principal y lo más rico, así como lo más estimado de los adornos de sus espaciosos salones y dilatadas galerías consistía en pinturas y esculturas debidas a la mano de celebres artistas. Tan cierto es que en aquellos tiempos, hoy llamados de ignorancia, ni el orgullo aristocrático se creía dispensado de proteger a las artes, ni completa su gloria sino cuando aquellas y la poesía tomaban a su cargo el inmortalizarla.
Al pie del castillo figuran algunos serranos con su traje que de siglos a esta parte no ha sufrido alteración esencial, y que por su riqueza y originalidad es de los más bellos que imaginarse pueden.
Ni el tamaño de las figuras permitió al dibujante otra cosa más que dar una idea general del efecto de aquellas vestiduras, ni nosotros creemos oportuno entrar en una descripción detallada que sin el auxilio del dibujo sería ininteligible para la mayor parte de nuestros lectores.»