Para conmemorar el aniversario del fallecimiento de José Sánchez Rojas acaecido tal día como hoy hace 77 años (31/12/1931) reproducimos una semblanza que, firmada por su compañero José Montero Alonso, se publicaba unos días después en la revista semanal Nuevo Mundo, que en tantas ocasiones albergó crónicas, artículos y escritos de este albense singular.
EN LA HORA DE LA MUERTE PERFILES DE LA VIDA Y DE LA OBRA DE UN ESCRITOR DE CASTILLA
José Sánchez Rojas, hombre bueno, escritor admirable, muerto en Salamanca la mañana última del año. Lo mejor de la labor periodística del gran escritor queda en las páginas de nuestras publicaciones. Prensa Gráfica era hoy el hogar literario de José Sánchez Rojas. La muerte del autor del bellísimo “Tratado de la perfecta novia” deja en nosotros un eco de verdadero dolor, por encima de palabras y de literatura.
Es verdad. Y sin embargo, hay en el corazón la rebeldía de siempre: la resistencia a creer que se haya extinguido la voz que hasta hace unos días fue pasión y vivacidad. Primero, dos palabras: “Está agonizando”. Más tarde, otras dos: “Ha muerto.” Un estupor doloroso, un nudo en la garganta, algo que se ha roto en nosotros mismos. Y a lo largo de todo el día final del año, de todo el día primero del año –soledad, mudez entre el jubilo de la fiesta-, el pensamiento abrazado a su recuerdo, obstinado en su recuerdo, llorando ante su recuerdo. El pensamiento queriendo asir sus últimas palabras, sus gestos últimos. El pensamiento empañado en renovar la escena última, la escena del adiós que no le dimos.
“Está agonizando.” “Ha muerto.” Es verdad. Así, sin más palabras, sin literatura. Ha muerto. Y sin embargo...
Vida recta por su espíritu, vida en zigzag por sus accidentes, por sus desniveles Prodigioso talento natural, que chocaba, no obstante, con el mundo de las realidades inmediatas. ¿No parecía que nuestro José Sánchez Rojas, con su aire distraído, con su mirada perdida en no se que punto lejano, pensaba y se movía en otro mundo? La vida no fue buena con él; no correspondió a todo lo que de sencillez, de fe y de nobleza había en su ancho corazón. Hubo palabras que él no conoció y que no imaginaba que pudieran existir: traición, deslealtad, envidia. Tenía un espíritu niño, y nadie que lo trató de cerca, que vio lo que de humildad y de capacidad había en él, dejó de sentir del deseo de mejorar su viada áspera, su vida solitaria y a trompicones.
Uno de nuestros mejores prosistas de hoy. De prosa más rica, más viva y mas tersa. Buena estirpe azoriniana. Ritmo, claridad, sencillez. Las glosas a Santa Teresa, las sensaciones de Castilla, las evocaciones de Italia tenían en su pluma calidades espléndidas. La serenidad, la luminosidad se hermanaban en su prosa, de magnifico sabor castellano.
Y un gran escritor político también. Nervio y dardo bajo un prosa fina, noble. Su magnifica galería de “Figuras de las Constituyentes” que venía publicando en Mundo Gráfico es lo mejor que literariamente ha salido de las Cortes. Los rostros más interesantes y más populares del retablo parlamentario están allí, recogidos en una serie de limpias y certeras estampas. El escritor se proponía reunir luego aquellas páginas en un libro. ¿Por que los que fueron sus amigos en el Congreso –Prieto, Teodomiro, Albornoz, Marcelino, Palomo, Besteiro...- no hacen carne de realidad aquel propósito del escritor y convierten en un libro, editado por la Cámara, aquel admirable desfile de siluetas parlamentarias? ¿No sería esta la forma de homenaje mejor, sentimental y oficial a la vez, en memoria del amigo muerto?
Era difícil imaginar, por esa fuerza inevitable de lo paradójico, que Sánchez Rojas, con su aire extraño, con su perfil bohemio, con su rostro gesticulante, fuese el autor de Tratado de la perfecta novia, de ese libro jugoso y humanísimo que un día será clásico. Ese caso frecuente de la diversidad –de la aparente y material diversidad- entre el hombre y el escritor se acusaba extraordinariamente en José Sánchez Rojas y en su Tratado de la perfecta novia. Libro de ternura y de luminosidad, breviario de humano amor, misal fragante y pagano. Libro hondo y claro, palpitante de fe, henchido de esperanza y de generosidad. Todos los ensueños, todas las emociones que en lo recóndito del pobre corazón de Sánchez Rojas había asoman a estas páginas. Todo lo que no logró tener su vida áspera y solitaria, su vida de golpes y de escaramuzas, afluye como por una válvula sentimental de escape, a este libro, que hizo y hará soñar y llorar a muchas mujeres. Tratado de la perfecta novia; su autor quería, algún día escribir el Tratado del perfecto amor.
Gran callejero, gran nocheriego, gran caminante. La medida del tiempo no existía para él. Hablaba, hablaba, sin acordarse de que tenía que comer o dormir o asistir a una cita. Y escribía con la misma pasmosa facilidad que hablaba. Hacer un artículo era para el como escribir una carta.
Su vida enfilaba ahora el puerto de la seguridad, de la serenidad. Tenía el escritor el encargo oficial –cumplido ya- de hacer la crónica de las fiestas presidenciales. “Probablemente –decía- se irán haciendo nuevas crónicas de los actos de la republica. Y me las encargarán a mi.”
Su actividad periodística, dispersa, despilfarrada, prodiga, tomaba ahora un cauce firme, tranquilo. En estos últimos tiempos su casa era esta casa de Prensa Grafica a la que él venia diariamente, y en la que se hallaba la cordialidad que merecían su gran talento, su hombría de bien, su culto apasionado de la amistad. En todas nuestras publicaciones quedan trabajos suyos que son verdaderas páginas de antología. El último día suyo en Madrid estuvo aquí, entre nosotros, comentando temas del panorama político, tejiendo proyectos, hablando de artículos que se proponía enviar desde Salamanca. Todo ello se extinguió al extinguirse su vida trabajosa, solitaria y alegre a pesar de todo; la vida de cuyo paso sobre la tierra no quedó la huella más leve de rencor.
Pudo haber sido mucho, en el orden de las vanidades y de los triunfos, y prefirió siempre no ser nada. Cuartillas en el bolsillo, un libro bajo del brazo, y ya era feliz. Ha muerto sin conocer la ambición. Lo suyo era de todos: su dinero –su poco dinero-, sus cuartillas, sus libros. Lo que a él le regalaban lo regalaba después. Fue una autentica cigarra, y todo lo que estuviese fuera de sus puros menesteres de escritor, y de escritor del instante –previsión, ambición, medida-, le tenia sin cuidado.
Vida al día, desparramada, desvencijada, sin brújula, sin timón, sin titulo. Vida entrega al afán de cada día, al dolor o a la inquietud o al júbilo de cada día. De pronto –una de esas llamadas misteriosas y simbólicas que la tierra hace-. Salamanca le llama. Es la Salamanca de su juventud, de sus amores de muchacho y sus estudios de Universidad. Y allí, en la ciudad dorada y señora, bajo el puro esmalte de un cielo de invierno, cae para siempre, la última mañana del año. Año nuevo, vida nueva. Triste verdad par él. Para nosotros, para los que aquí quedamos en esta selva de esfuerzos, de melancolías y de desencantos, un final de año equivale siempre a un “la vida empieza mañana”. Ese mañana, tan distinto, empezó ya para él, bajo la tierra madre de Alba de Tormes.
JOSE MONTERO ALONSO
NUEVO MUNDO 08/01/1932
NUEVO MUNDO 08/01/1932