jueves, 8 de mayo de 2014

Rafael Alberti y el Duque de Alba: Un artículo incompleto

Se publicó en octubre de 2004, en el libro-programa de fiestas de aquel año, y en él su autor –Ángel González Pérez– nos daba a conocer la existencia de unos romances dedicados al duque de Alba que el poeta gaditano Rafael Alberti publicó en la revista El Mono Azul en el otoño de 1936.
Curiosamente, la publicación del artículo en cuestión no fue acompañada de los romances a los que aludía y que, en definitiva, constituían su esencia. “Parece ser que no se consideró oportuno darlos a conocer para no enturbiar las buenas relaciones existentes en aquellos momentos entre el Ayuntamiento y la Casa de Alba”
Se cual fuese la causa, hoy subsanamos aquella omisión reproduciendo el artículo original -ligeramente retocado por su autor- acompañado, ahora sí, de una copia digital de cada uno de los romances que antaño fueron “olvidados”.


Rafael Alberti y el Duque de Alba

Ángel González Pérez

¡Palacios, bibliotecas! Estos libros tirados
que la yerba arrasada recibe y no comprende,
estos descoloridos sofás desvencijados
que ya tan sólo el frío los usa y los defiende; 

Madrid - Otoño
Tras la reciente polémica surgida en torno a los documentos del Archivo de la Guerra Civil, la curiosidad —¿o fue casualidad?— me llevó hasta una de las publicaciones más importantes que vieron la luz poco después del inicia de la contienda: EL MONO AZUL¹. En las dos páginas centrales se fue gestando la sección más original de la revista: El Romancero de la Guerra Civil, con colaboraciones de poetas de la talla de Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Miguel Hernández, Emilio Prados o Rafael Alberti entre otros. 

De los aproximadamente 70 romances que se publicaron en los 47 números de EL MONO AZUL, nos interesan dos de ellos, escritos por Alberti: el primero apareció en el nº 2 de la revista, el 3 de septiembre de 1936, con el título «El último duque de Alba»; el segundo, «La última voluntad del Duque de Alba», se publicó en el nº 14 el día 26 de noviembre de ese mismo año. 

Sin entrar en valoraciones literarias —dejan bastante que desear en lo que a calidad poética se refiere— es significativo que Alberti dedicara a don Jacobo María Fitz-James Stuart y Falcó Portocarrero y Osorio, XVII duque de Alba y padre de la actual duquesa Cayetana, dos de los cuatro romances² que escribió para EL MONO AZUL. Desconocemos si hubo en aquellos momentos algún tipo de enfrentamiento o problema personal entre el poeta y el duque, porque después de revisar la producción literaria de Rafael Alberti no hemos encontrado ninguna alusión al de Alba, con la excepción de una lacónica frase³ en su libro de memorias que parece indicar que le conocía personalmente. 

Entonces, ¿a qué se debe esa animadversión del poeta hacia el duque de Alba? Difícil dar con la respuesta correcta. Lo cierto es que ambos romances son el relato -más o menos verosímil- de unos hechos que se produjeron en los primeros meses de la guerra civil en los que Alberti se inspira para escribir un puñado de versos. En «El último duque de Alba» el poeta romancea en tono burlesco la huida del duque cuando estalla la guerra comparando esta cobarde actitud con la gloriosa historia de sus antepasados; al mismo tiempo elogia con entusiasmo a los milicianos por su labor en la vigilancia y conservación del palacio de Liria. Veamos lo que dice sobre esta última circunstancia el escritor y periodista soviético Mijail Koltozov en su «Diario de la Guerra de España»: 

He visitado el palacio del duque de Alba en compañía de Andrée Viollis. Cuando se hizo la distribución de los edificios, éste tocó al Partido Comunista. El Comité Central renunció a utilizarlo como oficinas, creó un destacamento de milicianos voluntarios para la guarda de la casa y de sus riquezas artísticas. En el palacio hay valiosísimas telas de Velázquez, Goya, Tiziano y Murillo. Asombra la biblioteca, con antiguos manuscritos, con incunables [...] Tapices enormes alcanzan decenas de metros. Se han conservado la andas de los viejos Alba, sus carrozas, sus armas y sillas de montar [...] El duque vivió aquí hasta el mismo día de la sublevación; ahora está en Londres, ostenta la representación del general Franco, se lamenta de que su palacio ha sido saqueado. Pero el palacio sigue enterito, los obreros lo han conservado todo... 

El genial poeta Pablo Neruda —este año, por cierto, se celebra el centenario de su nacimiento— también evoca estos acontecimientos en sus memorias «Confieso que he vivido»:

Les referí a los poetas rumanos, para gran regocijo de ellos, mi visita anterior a otro palacio noble. Fue el palacio de Liria, en Madrid, en plena guerra. Mientras Franco marchaba con sus italianos, moros y cruces gamadas, dedicado a la santa tarea de matar españoles, los milicianos ocuparon aquel palacio que yo había visto tantas veces al pasar por la calle de Argüelles, en los años 1934 y 1935 [...].
Cuando vino 1a guerra, el duque se quedó en Inglaterra, porque su apellido es en realidad Berwick. Se quedó allí con sus cuadros mejores y con sus más ricos tesoros [...].
Desde España, por aquellos días, salían hacia el resto del mundo, tremebundas noticias: «HISTORICO PALACIO DEL DUQUE DE ALBA, SAQUEADO POR LOS ROJOS», «LUBRICAS ESCENAS DE DESTRUCCION», «SALVEMOS ESTA JOYA HISTORICA».
Me fui a ver el palacio ya que ahora me dejaban entrar. Los supuestos saqueadores estaban a la puerta con mono azul y fusil en la mano. Caían las primeras bombas sobre Madrid desde aviones del ejército alemán. Pedí a los milicianos que me dejaran pasar. Examinaron minuciosamente mis documentos. Ya me creía listo para dar los primeros pasos en los opulentos salones cuando me lo impidieron con horror: no me había limpiado los zapatos en el gran felpudo de la entrada. En realidad los pisos relucían como espejos. Me limpié los zapatos y entré. Los rectángulos vacíos de las paredes significaban cuadros ausentes. Los milicianos lo sabían todo. Me contaron cómo el duque tenía esos cuadros desde hace años en su banco de Londres, depositados en una buena caja de seguridad...

Al margen de estos sucesos, llama la atención el error en uno de los versos del romance: «Si a tu abuelo, el primer duque, / Ticiano lo retratara». Se refiere, sin duda, al tercer duque de Alba, don Fernando Alvarez de Toledo y al famoso retrato que le hizo el pintor italiano; esta equivocación, debida seguramente a que el poema se escribió de forma apresurada, aparece ya corregida en ediciones posteriores de la obra de Alberti. 

Los motivos que originan el segundo romance, «La última voluntad del duque de Alba», hay que buscarlos en los bombardeos llevados a cabo sobre Madrid en la madrugada del 17 de noviembre de 1936 y que dejaron prácticamente destruido el palacio de Liria; la Alianza de Intelectuales Antifascistas, en un manifiesto firmado entre otros por Cernuda, Aleixandre, Miguel Hernández, María Teresa León, Alberti, León Felipe, Antonio Machado o Menéndez Pidal, acusa al duque de ser el instigador de la destrucción del palacio4; de ahí que en este romance el poeta vierta su ira en la persona del duque a través de un rosario de insultos y agresiones verbales, ridiculizándole y degradándole de tal manera que llega incluso a compararle con algunos animales despreciables y rastreros: lagarto, lombriz, gusano... 

En general, el tono y contenido de este romance es más duro y violento que el anterior, en consonancia con el terrible cariz que iba tomando la guerra civil. Siguiendo a Koltzov, el 19 de noviembre escribe: 

Bien avanzada la noche, recorremos las calles de Madrid [...] Apretadas las manos, llorando silenciosamente, María Teresa León contemplo el incendio. Rafael Alberti tiene inmóviles los ojos, como espejos, como objetivos fotográficos. Madrid arde, ¿será posible que quede reducido a cenizas, que sea totalmente aniquilado? Sí, ahora esto parece posible.
En una elevación, en un hermoso parque, está ardiendo el palacio del duque de Alba, tesoro de las artes, con su biblioteca, con su galería de pinturas. Estuve allí a finales de octubre, la milicia obrera mostraba con orgullo de qué modo conservaba ese monumento de arte y del pasado, desde las grandes estatuas, los cuadros y tapices hasta las más pequeñas fruslerias, hasta los viejos guantes del duque. El dueño de la casa había huido a Londres; desde allí clamaba al cielo sobre el vandalismo de los rojos, mientras los milicianos quitaban cuidadosamente el polvo del lomo de los libros. Un bombardero alemán ha soltado una bomba incendiaria sobre el palacio, y por lo visto no ha sido una sola. Ahora todo se retuerce y deforma bajo las llamas. Y otra vez los obreros milicianos, arriesgando sus vidas, sacan del fuego y colocan sobre el césped los cuadros, las armaduras de los caballeros medievales, las viejas armas, los valiosos infolios de la biblioteca.  Buen ejemplo para quienes, de buena fe, desean ver claro cuál es la clase social que defiende la cultura y cuál la que la destruye...

Neruda también recoge este suceso en sus memorias: 

Una semana después los bombarderos alemanes dejaron caer cuatro bombas incendiarios sobre el palacio de Liria. Desde lo terraza de mi casa vi volar los dos pájaros agoreros. Un resplandor colorado me hizo comprender que estaba presenciando los últimos minutos del palacio.
Aquella misma tarde pasé por las ruinas humeantes. Los nobles milicianos, bajo el fuego que caía del cielo, las explosiones que sacudían la tierra y la hoguera que crecía, sólo atinaron a salvar el oso blanco. Casi murieron en lo tentativa. Se derrumbaban las vigas, todo ardía, [...]

La compañera de Alberti, María Teresa León, recuerda en algunas de sus obras —«La historia tiene la palabra», «Memoria de la melancolía»— estos trágicos acontecimientos relacionados con el palacio del duque de Alba:  

[...] En el Palacio de Liria custodiado con amorosa solicitud por las milicias comunitas, hasta el extremo de que no se permitía fumar en su interior, no se movió un cuadro ni se tocó un papel. Largos pasamanos, colocados a cierta distancia de las paredes, impedían una aproximación inconveniente. El Ministerio de Instrucción Pública y el Partido Comunista estaban orgullosos del celo y respeto con que se guardaba el edificio. Pues una noche trágica cayeron bengalas y bombas incendiarias fascistas sobre el maravilloso palacio, alejado de todo punto militar. Y los milicianos lloraban de rabia apretando el puño en una amenaza inútil contra la aviación mientras corrían a salvar los tesoros de arte y documental que allí había [...]
[...] Conté cómo habíamos ido al Palacio de Liria, propiedad del duque de Alba, apenas concluido el paso de los aviones franquistas. Aún humeaban los techos. Contra un árbol, lo primero que vi fue un oso, un oso enorme con las garras levantadas al cielo. Y luego libros, cuadros, muebles, hasta la jaula de unos pájaros, todas esas cosas que se sacan sin saber por qué se hace [...]. 

Veamos cómo estos episodios, unidos al sentimiento de indignación e impotencia que transmiten, son recreados en los dos romances que Rafael Alberti dedicó al duque de Alba; los reproducimos tal y como aparecieron impresos en EL MONO AZUL.

      

En fin de alguna manera los romances fueron la crónica poética de la destrucción de una parte importante del patrimonio artístico y cultural como consecuencia de la barbarie de la guerra civil. 

Afortunadamente muchas obras pudieron salvarse, gracias a la labor de protección y conservación realizada por la Junta de Incautación del Tesoro Artístico y cuando el duque regreso a España unos años después de acabada la guerra, emprendió la reconstrucción del Palacio de Liria y pudo recuperar gran parte de su patrimonio. Tras la muerte del duque, su hija Cayetana continuó la labor de restauración hasta dejar el palacio tal y como puede contemplarse en la actualidad. Hoy puede verse en uno de los muros de la escalera principal la inscripción del «De Senectute» de Cicerón que el duque había elegido para celebrar este acontecimiento: 

«A los dioses inmortales, cuya voluntad fue no sólo el que yo heredara estas cosas de mis antepasados, sino que las transmitiese a mis descendientes». 


Alba de Tormes, 16 de julio de 2004

_____________________
¹ Revista creada en los primeros días de agosto de 1936 por un grupo de escritores y artistas pertenecientes a la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Fue José Bergamín quien propuso este nombre en alusión al traje azul del trabajo, que servía también de uniforme a los milicianos.
² Los otros dos romances son “Radio Sevilla” y “Defensa de Madrid, defensa de Cataluña”.
³ “Traté algo al duque de Alba”. La arboleda perdida, libro segundo (1917-1931).
4 A los Intelectuales Antifascistas del mundo entero: “... Os hablamos del Palacio de Liria que fue del Duque de Alba, ayer cuidadosamente custodiado por las milicias del Partido Comunista, con sus cuadros valiosos en los sótanos, y esta noche pasada en llamas. Os hablamos del resentido despecho señorito que ha debido ordenar su incendio con el mismo gesto plebeyo y chabacano del tradicional “mía o de nadie”. El Mono Azul, jueves 26 de noviembre de 1936.        

3 comentarios:

  1. Durante la contienda, Miguel Hernández cantaba poemas en los principales frentes para levantar el ánimo de las tropas republicanas, muchas veces en las propias trincheras bajo el fuego enemigo.
    Esta actitud cercana a los combatientes, frente a la más cómoda y distante posición en la retaguardia de los principales integrantes de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, le llevó a tener conflictos con ellos, como la ruptura de su amistad con Rafael Alberti y su mujer María Teresa León. De este modo, les dedicó el poema LOS COBARDES.

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  2. El comunista Rafael Alberti fue uno de los ocupantes ilegales de la Casa de los Alba. Ellos habían escapado fuera de España y los comunistas procedieron al expolio y venganza en la casa al serles imposible el asesinato de la familia.
    A otras miles de familias inocentes madrileñas no les fue posible escapar y sí fueron expoliadas, torturadas, violadas y asesinadas.
    En el despacho del Duque de Alba, dentro del Palacio de Liria, se sentó el comunista Rafael Alberti, se puso el batín del Duque, se bebió su coñac, se fumó sus puros y allí se dispuso a firmar condenas de muerte por doquier. En su delirio asesino, incluso algunos de los condenados a muerte habían sido amigos suyos con anterioridad, pero es lo que tiene la Revolución...-

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