lunes, 30 de junio de 2014

David Corral: Premio de Relato Parlamentario

El albense -y fotógrafo oficial de las Cortes- David Corral Santos ha obtenido el premio de Relato Parlamentario en la VIII edición de los Premios de Imagen del Parlamento y Relato Parlamentario que anualmente convoca la Asociación de Periodistas Parlamentarios.
No es ésta la primera ocasión en que David alcanza un reconocimiento de este calibre. Ya en el 2011 obtuvo un accésit en la V edición de estos mismo premios, si bien entonces lo fue en su sección de Imagen del Parlamento.

Su relato, El retratista, nos traslada  al mes de diciembre de 1931 y recrea un encuentro entre el escritor y periodista José Sánchez Rojas, de cuya pluma salieron excelentes semblanzas de políticos y parlamentarios, y Asterio Mañanós, conservador  de obras de arte del Senado y autor de numerosos oleos de temática parlamentaria.  Una imaginaria e ingeniosa trama argumental con la que el autor nos hace participes de dos de sus aficiones: la fotografía y la historia de Alba de Tormes.

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David Corral: Accésit en el "Premio Imagen del Parlamento"  (Entre el Tormes y Butarque 15-07-2011)


EL RETRATISTA 
David Corral Santos

Aquel mes de diciembre del treinta y uno, cabe incluirse entre los más severamente fríos que se puedan recordar. Los termómetros habían descendido hasta tal punto, que convirtieron la climatología en el germen crucial de todos los coloquios y corrillos ciudadanos. Conversaciones de un tono exacerbado, debido a las recientes políticas laborales y a otras reformas que ponían el broche de oro a una crisis económica, que afectaba, con fuertes tensiones sociales, a la naciente Segunda República. 

-Crudo invierno se nos avecina, doña Herminia – se aquejaba Pepe a la dueña de una churrería cercana a la Puerta del Sol. 

-¡Lo será para nosotros! ¡dígaselo usted a los carboneros y a los leñeros que son los que están haciendo el agosto! - Insinuó, indignada -. ¿A quién se le ocurre subirnos el precio del carbón con la que está cayendo...?

Pepe no respondió. Asintió resignado. Apuró el vaso de anís que formaba parte de su habitual desayuno y dejó dos pesetas en el mostrador. Apresuradamente, doña Herminia las recogió y guardó con el resto de la recaudación en el bolsillo derecho de su delantal; ocasionando al instante un leve tintineo.

-Muchas gracias, don José – agradeció.

-Las gracias a usted, por sus churros, como siempre deliciosos. Acompañados con anís ayudan a calentar por dentro, que falta hace – respondió muy galán. 

Dicho esto, apresuró su mano hacia la boca y, sin poder evitarlo, ejecutó con varios espasmos una tos seca que alertó la mirada de doña Herminia. 

-Esa tos perruna… no me gusta nada. ¡Cuídese mucho, que peor que el frío es la enfermedad! 

-Gracias, pero no se preocupe. Solo es un resfriado. 

Se despidió, con un cariñoso guiño que, a Dios gracias, devolvió la sonrisa a la disgustada mujer. 

Antes de salir, procedió a ejercer uno de los más comunes y reiterados rituales que combaten el frío de manera eficaz: abrigarse bien. Con pericia, adaptó a sus manos unos guantes de piel de bovino. Ajustó el borde de su sombrero a la altura de las cejas y envolvió su cuello y rostro con una abundante bufanda negra. De tal forma, que sus ojos saltones eran la única parte del cuerpo que permanecían a la intemperie. Una vez dispuesto, salió y comenzó a caminar, a paso rápido, por la Carrera de San Jerónimo, con el propósito de llegar al Congreso de los Diputados. Lugar donde debía encontrarse con su querido y anciano amigo Asterio, quién unos días antes, le había enviado un peculiar telegrama. 

Asterio Mañanós Martínez, había trabajado en el Senado como conservador de obras de arte. Era un pintor altamente reconocido por su valiosa obra basada en la vida parlamentaria. Pinturas históricas y de gran realismo, dotadas de magníficos retratos que solamente él sabía caracterizar. Sus relaciones amistosas con el actual presidente, Julián Besteiro, y con la mayoría de los representantes políticos, le había hecho merecedor de un puesto respetable en el Congreso, donde muy de vez en cuando, realizaba algún que otro trabajo.

Nuestro apreciado Pepe, así llamado entre sus más allegados, era un excelente escritor y periodista. Firmaba sus escritos como José Sánchez Rojas, siendo en realidad, su verdadero nombre José Jorge Sánchez Domingo. Su minuciosidad con la pluma y la aceptación entre un público cada vez más deseoso de engullir textos con ingenio, conseguía que jamás le hubiera sido rechazado artículo alguno. Solía colaborar esporádicamente para el diario ABC, aunque su faceta de realizar trabajos propios, le facilitaba el poder trabajar libremente para otras revistas y diarios. Era también, un gran conocedor de la vida bohemia y cultural de los bulevares madrileños, donde siempre encontraba una mesa amiga para poder conversar y donde, al hacerse tarde y quedarse solo, comenzar a escribir.  

A medida que se aproximaba a la Plaza de las Cortes, poco a poco y cada vez más intensamente, comenzaba a sentir el bullicio y el ambiente exaltado que llenaba la plazoleta. La recién constituida Segunda República era más que una realidad plasmada en todo aquel continuo movimiento de masas. Varios ciudadanos republicanos ondeaban sus estandartes, a la vez que un reducido grupo de huelguistas se enfrentaba a la Guardia Civil. Decenas de periodistas, escoltados por las fieras miradas de Daoiz y Velarde, permanecían sentados en la gran escalinata. Con escasa distancia entre unos y otros, redactaban la inminente noticia que aquel nueve de diciembre de mil novecientos treinta y uno, tenía lugar dentro de los muros del edificio: la promulgación de la Constitución Española. 

No le agradaba demasiado la idea de acudir a las Cortes en un día tan señalado, pero sabía perfectamente, conociendo muy bien el perfil ideológico de Mañanós, que el motivo de la visita no tendría tintes políticos. Así pues, aliviado y siguiendo las indicaciones del telegrama, bordeó el edificio, alejándose del tumulto, hasta una de las puertas de acceso situada en la calle Zorrilla. Una vez allí, se identificó ante los guardias. Uno de los ujieres, que permanecía en la entrada, muy servicial recogió sus prendas de abrigo y las guardó en un ropero exhausto de capas, pellizas y todo tipo de gabanes. Amablemente, le acompañó por el interior del Palacio hasta el Salón de Conferencias.

-Señor Sánchez Rojas, tiene usted que esperar aquí. Don Asterio vendrá en unos minutos- informó el ujier. 

-Muchas gracias – respondió sin poder evitar sentirse bien acogido, sobre todo por la temperatura tan agradable que allí se disfrutaba. Recordó por momentos a los leñeros y carboneros que hacía referencia la churrera; pues calentar todo aquel Palacio era cosa fina. 

Se quedó solo. Comenzó a caminar de un lado a otro del habitáculo, admirando la lujosa decoración que le rodeaba. Sacó su pitillera y en cuestión de segundos lió un cigarrillo. Lo llevó a sus labios y lo encendió con un chisquero. Inhalaba el humo lentamente, pensativo, dejándose llevar por la tranquilidad que transmitía el lugar. No tardó en darse cuenta de que el ambiente clamoroso del exterior no se percibía. Los anchos muros habían acallado las voces populares. Irónicamente, en la sede donde está representado el pueblo español, pensó. Pero en cambio, si que se distinguía, aunque levemente apagado, un discurso que provenía de una sala cercana. Una intervención que no tardó en culminar con una atronadora ovación al grito de “Viva la Constitución”. 

Por segundos, aquel solitario Salón de Conferencias o también llamado de los Pasos Perdidos, comenzó a ser ocupado por diversas señorías de rostros complacientes. Como si se tratase de una costumbre obligada, todos y cada uno de ellos recorrían el salón de un extremo a otro. Algunos fumaban en sus enormes pipas, desprendiendo un sugerente aroma que, sin duda alguna, correspondía a las más elaboradas marcas de tabaco. Iniciaban allí conversaciones y negociaciones en un tono cordial, nada que ver con las rivalidades que se escribían cada semana en las crónicas políticas o en los diarios de sesiones.

Pepe dejó de pasear. Se sentó en uno de aquellos encarnados sofás que bordeaban la sala y decidió no formar parte de aquella actividad tan entusiasta. Francamente, comenzó a sentirse incomodo, quizás por el temor a ser reconocido. En otro tiempo no muy lejano, fue un hábil cronista político e incluso estuvo a punto de llegar a ser diputado, pero tras el destierro que le impuso Primo de Rivera en mil novecientos veintiséis, decidió mantenerse lo más alejado posible de un mundo que tantas enemistades le había ocasionado.

Aunque no se extrañaba, ya que el acontecimiento y el lugar lo requería, observó algunas caras conocidas. Pudo identificar con facilidad a Indalecio Prieto, que curiosamente siempre le parecía más joven en persona que en las fotografías de los diarios, pero no por ello menos abultada su fisionomía. Y qué decir de Juan Negrín, que tan elegantemente contaba a sus atentos camaradas la llegada a la capital del primer modelo de automóvil Citröen con tracción delantera. Todo un acontecimiento, sobre todo para aquellos que estaban por encima de las comodidades que ofrecía el metropolitano o el tranvía. 

De pronto, dio un respingo al ver irrumpir en el salón la figura de un personaje encorvado que cargaba sobre su espalda un enorme y aparatoso equipo fotográfico. Se quedó atónito. Se trataba de Asterio Mañanós. Hubiera resultado más fácil identificarle entre pinceles y óleos, pero no cabía duda. Lentamente, abriéndose paso entre sus señorías, se iba aproximando hacia donde él se encontraba con una sonrisa que empezaba a iluminar su rostro. Pepe avanzó a su encuentro. 

-¡Asterio, mi querido amigo! – exclamó a la vez que le ayudaba con el trípode. 

-¡Pepe Rojas, igual de joven que siempre! ¡Cuánto tiempo ha pasado…qué alegría verte! -. 

Ambos se fundieron en un generoso abrazo. 

-Me has sorprendido, no conocía tú faceta reportera – dijo Pepe aún emocionado. 

-De eso quería yo hablarte, estimado amigo. Pero cada cosa a su tiempo, ahora ayúdame con todos estos trastos y sígueme, tenemos mucho de qué hablar. 

Llegaron a una estancia situada a escasos metros de la Sala de Sesiones, amueblada con una gran mesa cuadrada de ocho sillas, enormes armarios que ocupaban una de las paredes y un perchero con diferentes abrigos y sombreros. Parecía tratarse de una zona común o un lugar de descanso para los empleados del Palacio. Asterio sacó una llave del bolsillo de su chaleco y abrió uno de aquellos armarios. Guardaron, cuidadosamente, todo el material que portaban y se sentaron para comenzar una amena conversación introducida por obligadas alusiones a la ola de frío que estaban padeciendo. Recordaron los tiempos jóvenes en que se conocieron. Sus viajes y la infinidad de lugares en los que habían trabajado. Pero sobre todo, la nostalgia desmesurada que sentían por las añoradas tierras que ambos dejaron atrás. Aunque ahora, con las nuevas líneas de ferrocarril, reconocieron estar más cerca que nunca de sus respectivas provincias. 

-¿Volviste por Alba de Tormes? –preguntó curioso Asterio. 

-Estuve en octubre, en la festividad de Santa Teresa, pero volveré de nuevo estas navidades. Tengo que preparar un discurso, en el que quiero elogiar la figura de Unamuno. Lo escribiré allí, en Salamanca, ya sabes, para que mis palabras tengan más sabor a tierra. 

-Ah…Unamuno. Tú gran maestro. La última vez que coincidimos me comentó que había sido nombrado Rector de la Universidad. Ahora lo tenemos aquí como diputado. 

-Cierto es lo que dices –sonrió-. Estamos muy orgullosos de que por fin la República haya hecho justicia con su persona. ¿Y qué me dices, viajarás a Palencia? 

-Me gustaría mucho. Pero ya me siento cansado para viajar. Me apetecen unas navidades tranquilas, en mi domicilio de Madrid. No tardaré mucho en regresar a casa, pero cuando lo haga será para siempre, querido Rojitas - cariñosamente y muy a menudo Asterio alteraba el orden del nombre y apellidos de Pepe, e incluso creaba diminutivos con el mismo, quizás para desviar la importancia del asunto con una pincelada humorística. 

Prosiguió contando, con ojos llorosos, pero con semblante bonachón, que había perdido muchas facultades en los últimos años. Su pulso temblaba cada vez que cogía un pincel y su pérdida de visión hacía que su retirada fuera algo inminente. 

-¡Todavía te queda mucha guerra que dar! Hoy sin ir más lejos, me acabas de sorprender con tú nueva vocación de reportero- le animó Pepe. 

Asterio quedó pensativo. Realmente no era una nueva vocación. Desde sus estudios en París en el año ochenta y nueve, ya había adquirido conocimientos en la materia fotográfica. Siendo ésta una afición que había ido perfeccionando hasta convertirse en todo un experto.

-Conozco muy bien los entresijos de la fotografía –dijo-. Y no lo hago mal. Te voy a enseñar algunas muestras. 

Lentamente se levantó. Con cautela cerró con llave la puerta del despacho, asegurándose de no ser sorprendido por nadie. Se dirigió al mismo armario donde descansaban sus artilugios. En la parte de atrás, en un falso fondo o departamento secreto, logró extraer una gran carpeta. La llevó sobre la mesa y limpió con su pañuelo la fina capa de polvo que la cubría. Pepe, mientras tanto, observaba muy atentamente y en silencio. La actuación de su amigo predecía que algo grande iba a ser mostrado. Muy delicadamente Asterio abrió la carpeta. 

-¡Santo Dios!- exclamó Pepe al apreciar el contenido. 

Ante sus ojos una fotografía realizada en un día de sesión plenaria. Una instantánea de una calidad inmejorable que, inquietantemente, correspondía a uno de los episodios políticos que Asterio Mañanós había plasmado en uno de sus lienzos más famosos. 

Continuó extrayendo muchas más imágenes con espléndidos paisajes parlamentarios, tanto del Senado como del Congreso. Inmortalizados en todos ellos, una larga lista de personajes ilustres como Pérez Galdós, Raimundo Fernández Villaverde, Montero Ríos, Andrés Mellado… Todas coincidían con los óleos que le habían encumbrado como pintor en las dos Cámaras a lo largo de los últimos treinta años. 

-¿Cómo es posible? ¡Utilizabas las fotografías para pintar tus cuadros!- exclamó Pepe muy conmovido. 

-Cada maestro tenemos nuestras artimañas… Conozco y sé muy bien que mi querido y fiel compañero el escritor José Sánchez Rojas, no sería capaz de inspirarse y escribir cuatro renglones sin haber acabado previamente con las reservas de todos los cafés madrileños – expresó sonriendo y sin ninguna intención de querer ofenderle. 

Se detuvo. Cogió de las manos a Pepe, lo miró fijamente a los ojos y suplicó:

-¿Entiendes ahora por qué te necesito? Quiero hacer públicas estas fotografías y tú tienes que ayudarme.

-¿Sabes lo que significaría? Echarías por tierra tú talento. Perderías tú popularidad y tú profesión. Son las pruebas que desenmascaran la maestría de tus obras. 

-Te equivocas querido. Sucederá todo lo contrario, porque serás tú el descubridor que redacte y publique la noticia. Demostrarás, partiendo de estas fotografías, la autenticidad de que mis cuadros son momentos que realmente sucedieron en la historia de España, que no tienen trampa ni cartón. Tú eres más que un periodista, eres un gran escritor y siempre te admiraré por tú agilidad con la pluma, sabrás hacerlo extraordinariamente. Hablarás de la fotografía como la máxima expresión artística del futuro, como una ciencia renovable. De cada placa puedo positivar tantas copias como sea necesario y mi talento podrá ser apreciado simultáneamente en Barcelona, en Roma, en Nueva York… en cualquier parte del mundo. En cambio, mis cuadros permanecerán aquí, quedarán como parte de una decoración para el disfrute de unos pocos privilegiados. Los tiempos modernos tarde o temprano, acabarán renovando las Cortes y los sustituirán por otros más vanguardistas. Cada vez son más los fotógrafos que están comenzando a ser altamente reconocidos, por el hecho de haber sabido captar momentos inéditos. Amigo Rojas, yo también soy testigo mudo de esos momentos, los he captado con mi cámara, en diferentes periodos de nuestra ajetreada España y cada día que pasa están adquiriendo un valor desmedido. 

Pepe no daba crédito a la exclusiva que le estaban brindando. Él también sacaría provecho de todo este asunto. Sería una publicación de la que se harían eco todos los diarios, correría la noticia como si fuera pólvora.

-Está bien, lo haré – confirmó muy convencido-. Pero que quede constancia, de que no soy tan cafetero como dices. 

Asterio, muy agradecido, le dio un fuerte apretón de manos.

-¡Claro que no! Eres el mejor escritor que he conocido. 

Los dos amigos rieron desmesuradamente. Y se abrazaron gozosos. Eran conscientes de que con aquellas fotografías iban a remover parte de la historia. 

Ambos salieron del Congreso y acabaron tomando unos chatos de vino en la bodega de Manolo, situada en la cercana calle de Jovellanos. Lugar muy concurrido, donde la mayoría de los parlamentarios solían quedar para almorzar. Allí, muy ilusionados, planearon el lanzamiento de la inminente noticia que marcaría un antes y un después en sus vidas profesionales. 

-Brindemos por nosotros. Por un futuro lleno de éxitos – decía Pepe, mientras levantaba su vaso. 

-¡Por nosotros! – correspondió al brindis Asterio. 

-En cuanto regrese de Salamanca, nos veremos de nuevo. Me entregarás los clichés y me pondré a trabajar. No estaría mal publicarlo hacia el seis de enero. Será nuestro particular y maravilloso regalo de Reyes. 

-¡Formidable! No puede haber mejor presente. 

Después de aquellos momentos imborrables de júbilo. Se despidieron y emprendieron cada cual su camino en sentidos opuestos. Asterio no pudo evitar volverse al escuchar como Pepe tosía de manera convulsiva. Lo hacía torciendo el cuerpo y apoyado en una pared, con una mano sujetando su pecho y la otra, con un pañuelo, intentando taponar su boca.

Rojitas! ¿te encuentras bien? – exclamó levantando la voz para poder ser escuchado desde donde se encontraba. 

-¡Bien, bien. Ya estoy bien! - respondió, tan pronto como mejoró de su angustiosa crisis respiratoria-. ¡Gracias, nos veremos a la vuelta de la Navidad! 

Los dos se despidieron levantando sus manos y continuaron su itinerario.

Nuestro amigo, pensó por momentos, en cuidarse de aquel resfriado que con mal augurio le podría dejar en cama las próximas Pascuas y resolvió que visitaría a su médico. 

Era consciente de que una vez cumplidos cuarenta y seis años, hay que empezar a cambiar algunos hábitos que no benefician la salud. Lejos de comprometerse y formar una familia, era dueño de sí mismo y vivía desenfrenadamente. Nunca tuvo a nadie que cada noche le esperara para cenar, todos sus ingresos los gastaba con una cuadrilla de románticos en las tascas que menudeaba. Pero, por fin, después de su crucial encuentro en el Congreso, tenía el certero presentimiento de que todo aquel entorno que le consumía iba a cambiar favorablemente. La gran oportunidad de culminar su carrera como escritor la tenía en sus manos. Un sueño que empezaba a hacerse realidad. Su cabeza empezaba a llenarse de los titulares que pronto serían portada de todos los diarios: “las fotografías de Mañanós irrumpen en la historia”, “las más grandes imágenes nunca mostradas”, “el fotógrafo secreto de las Cortes Españolas…” 

Al igual Asterio, a quien la ilusión le desbordaba, también soñaba con aquellos encabezamientos periodísticos. Se sentía con más fuerzas y más ganas de vivir que nunca. El próximo mes de enero, su nombre pasaría a la historia como uno de los más grandes artistas revolucionarios que hayan existido. 

Al cabo de una semana, Pepe se trasladó a Salamanca, con el entusiasmo de pasar unas felices navidades con sus paisanos y de poder escribir, con tranquilidad, la conferencia en la que ensalzaría a Miguel de Unamuno el día de Año Nuevo. Las temperaturas en la ciudad charra, no se parecían ni por asomo a las que tenían en los madriles. Eran muchísimo más escalofriantes. En definitiva, transcurrieron unas frías y escarchadas navidades. Sobre todo para Pepe, a quién infortunadamente, el destino no quiso que llegara a leer aquel discurso tan flamante que había preparado. 

Tristemente, la noche anterior al homenaje, el treinta y uno de diciembre, José Sánchez Rojas fallecía en una habitación del hotel Terminus. Sus destrozados pulmones no le dieron la tregua necesaria para llegar a ser partícipe en aquel acto. Tampoco para poder hacer realidad la gran exclusiva de aquel amigo fotógrafo que depositó en él su porvenir.

José Sánchez Rojas murió irremisiblemente a causa de una fulminante bronconeumonía que llevaba arrastrando desde hacía varios meses. 

El crudo invierno se lo llevó lejos de su regazo, aunque también en cierto modo, arrebató una parte de Asterio Mañanós; a quien no se volvió a ver nunca más por los pasillos del Congreso. Como si se lo hubiera tragado la tierra, se esfumó. Nadie sabe que fue de su vida. Solo sabemos, como dijo al bueno de Rojitas, que la hora de su retiro estaba cerca. 

Inundado por la tristeza, regresó a su Palencia querida, llevándose consigo un gran secreto que solamente quiso confiar a una persona; a la mejor pluma que había conocido.

Tres años después murió en la más absoluta soledad, totalmente olvidado. Ni siquiera se sabe con certeza el lugar y la fecha de su defunción. Su silencio escondió un tesoro que aún no ha sido descubierto. Un enigma que se oculta en algún doble fondo de algún viejo armario, que estuvo amueblando un despacho cercano al Salón de Sesiones. 

En la actualidad, sus pinturas aún gozan de buen estado de conservación y continúan decorando los despachos y dependencias del Senado y del Congreso. En su honor y en su recuerdo, por iniciativa de algunos senadores palentinos, una de las estancias del Senado ha sido llamada: la Sala de Mañanós.

1 comentario:

  1. Buenos días, Gerardo Nieto:

    Seguramente los demás trabajos presentados a los Premios de Relato Parlamentario serían excelentes, pero éste de David Corral emociona por la categoría humana de los personajes recreados.
    Enhorabuena.

    Saludos.

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