jueves, 27 de octubre de 2016

Último viaje con Julián Moreiro

Manuel Cojo Marcos

Manuel y Julián ante la tumba
de Machado en Collioure
Ante la desaparición de un amigo o un ser querido, estamos acostumbrados a realizar alabanzas que muchas veces no tienen base ni fundamento. Por decirlo de forma coloquial parece que es lo que toca. Y con frecuencia ocurre que tales elogios ni siquiera son sentidos por quien los hace. Suenan a puro formalismo. A mí, en este momento me ocurre lo contrario. Quiero huir de los tópicos laudatorios y en cambio me asalta un sentimiento de impotencia por no ser capaz de encontrar los términos adecuados para elogiar la figura de Julián. Los que nos hemos reunido aquí hemos tenido la suerte de disfrutar de su amistad, de su bondad, de su alegría, de su optimismo, de su inteligencia, de su buen humor, de su camaradería. He dicho suerte de disfrutar y quiero subrayarlo porque haber compartido con él momentos de trabajo o de ocio o de mesa o de viajes han significado un auténtico placer. Se podía polemizar con él pero nunca se llegaba al enfado. Dudo que alguien se haya enemistado con él en ninguno de los lugares donde ha desarrollado su actividad como docente.  Puedo asegurar que el eslogan del día del enseñante celebrado recientemente “enseñar es dejar huella en la vida de una persona” se patentiza de forma absoluta en el profesor Julián. Muchos cientos, miles de alumnos tendrán en su vida un referente modélico que influyó decisivamente en sus conductas. Estoy seguro. En nosotros deja un sentimiento muy doloroso. Dice Ángel Lerchundi en su última novela que “los seres queridos no quieren desaparecer de nuestras vidas. Andan por aquí en nuestras células, en nuestra sangre, en nuestros gestos, en las palabras que aprendimos de ellos, en nuestros recuerdos”. Pero el dolor que nosotros sentimos seguro que Julián nos lo hubiese conjurado con la sentencia del marinero de Moby Dick “no sé adónde vamos pero, sea cual fuere ese lugar, iré sonriendo”. Entraba dentro de su carácter optimista.

Los que han trabajado con él en institutos de enseñanza saben mejor que nadie de su entrega en la profesión, de su continua búsqueda en la mejora de técnicas de aprendizaje, de su dinamismo en todo tipo de actividades que condujeran a despertar en el alumnado el interés por la cultura en general y muy especialmente por la lectura. No pocos de los trabajos publicados están dirigidos a este fin. Añadamos a ello la participación activa en programas y cursos tendentes a mejorar la calidad de la enseñanza.  El recuerdo que ha dejado en todos los que ha participado ha sido el del buen hacer y de gratitud. 

Una faceta que no quiero dejar de alabar es la de Julián Moreiro como escritor. A finales de los años 60, aparece por Alba un muchacho que está a punto de ingresar en la universidad y que rápidamente se pone en contacto con la escasa vida cultural de la localidad. En poco tiempo le vemos colaborando en una revista local o representando obras de teatro. No eran sino los inicios del desarrollo de su pasión: la literatura y para ser más preciso, la escritura. A Julián le debemos el redescubrimiento de un ilustre paisano que estaba olvidado en el rótulo de una calle de la Villa: Sánchez Rojas. Y esta es otra faceta de Julián. La de investigar documentos, visitar hemerotecas, archivos y lo que fuera necesario para conseguir sacar a la luz aspectos ocultos o desconocidos de personajes históricos de cierta relevancia cultural. Ahí están sus publicaciones que no es necesario recordar. A parte de la labor de investigación, está la faceta más personal, más definitoria de Julián: la de la creación propia sobre temas divinos y humanos. Y es aquí donde esa chispa atinada del escritor salta de línea en línea y de párrafo en párrafo. Sus textos están recorridos por genialidades y ocurrencias poco frecuentes, siempre utilizando la palabra precisa y la construcción correcta y todo bañado por el disolvente del humor y la ironía. Yo me siento muy orgulloso de haber utilizado textos de Julián Moreiro en mis clases con alumnos de Bachillerato. 

Termino con palabras de Lerchundi: “El dolor nos atrae al terreno de nuestra realidad humana. El dolor nos abate, pero también nos vuelve rebeldes; nos postra pero nos enrabieta; nos humilla apero nos hace grandes; nos hace llorar pero también maldecir. Y nos hace reír. Nos obliga a apreciar incluso los detalles más pequeños”.

Si Julián estuviese entre nosotros haría suya la frase de Miguel Torga: “He nacido para cantar la gloria de la vida y no para hacer la crónica de la humillación de la muerte”

Texto leído por su autor en el cementerio de Alba de Tormes el pasado 12
de octubre en el momento de depositar en él las cenizas de Julián Moreiro.

2 comentarios:

  1. Según has escrito esto alguna lagrima has derramado.

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  2. Buenas noches, Gerardo Nieto:

    He publicado una entrada en mi Blog Flases, dedicada a Antonio Machado, José Sánchez Rojas y a Julián Moreiro Prieto, que se me ocurrió comenzar a preparar cuando vi esta fotografía,
    Seguiremos con sus libros y su literatura.

    Saludos

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