jueves, 28 de marzo de 2019

San Leonardo en ruinas



SAN LEONARDO EN RUINAS

         Como un viejo panteón, coronado por la mortecina espadaña de la torre, San Leonardo muere varado en la ribera. En su desmoche progresivo, sólo la compañía mineral de viejos cascotes desolados acompañan su alma.

         Íbamos pocas veces desde Amatos al monasterio de San Jerónimo, excelso montón de piedras y cascotes, profanado por doquier, pero exquisito y místico desde todas las miradas del espíritu. Hacia el norte, se ve Navales, con el Arca de los Frailes entre los sembrados. Al sur, la mirada de la Extremadura extensa, pasando Galisancho. Y al oeste las riberas del Tormes, con sus aguas y alamedas. Desde la lejanía vislumbrábamos las ruinas del monasterio. Llegando a él, la desolación campaba irreparable en nuestros corazones infantiles. Los cascos minerales, se extendían por doquier: deshechos, robados, perdidos por allá: cantos, piedras, cascotes, rollos…Ruina, sólo ruina… Todo era destrucción y tallas de alabastro tiradas por el suelo. No éramos conscientes de la profanación de las ruinas, egregias en el pasado en la devoción de monjes y paisanos populares, hombres humildes de pan llevar.

         Y, amontonados por el suelo sagrado, protegidos por la egregia espadaña de la iglesia y sus ventanas, la torre, quién lo hubiera dicho, parecía madre arquitectónica nutricia de la humilde espadaña de Amatos. En ella matábamos nuestro furibundo esfuerzo juvenil jugando a la pelota. Pero, entre tanto misterio y destrucción, algo nos admiraba: la existencia de una fruta, tan exótica entonces, como las acerolas. Apenas comíamos fruta y mucho menos un exotismo como ese. Quedaría siempre como muestra perdida y reencuentro en nuestros recuerdos infantiles. Y…arriba, brillaba el cielo azul, soñando tal vez con el bronce de las campanas de otros tiempos. Como la vida, ¡ay!, como la vida.

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