jueves, 31 de diciembre de 2020

89 aniversario de la muerte de Sánchez Rojas

Muerte de Sánchez Rojas

Se está terminando el año de 1931, el año cuya primavera trajo anticipadamente a la República y España celebra sus primeras Navidades laicas. A Salamanca vuelve roto, deshecho, náufrago de la vida, navegante solitario de su patológica bohemia, José Sánchez Rojas. Tiene sólo cuarenta y seis años y parece más viejo. Ha hecho periodismo a destajo en los últimos años, muchas veces sólo por el café y la tostada. Pepe Sánchez Rojas, el antiguo discípulo, va a ver a don Miguel. Tampoco él confía ya mucho en su fervor ingenuo de la primera hora republicana. En Salamanca los inviernos son terribles, con bajas temperaturas. Este final de la altiplanicie sufre los vientos más heladores. Sánchez Rojas, sin abrigo, con el traje mugriento y raído, tose incesantemente. Desea buen año a Unamuno. Queda en verle al día siguiente y se retira a su habitación del hotel Terminus, en la calle de Toro. Por primera y última vez en su vida no trasnocha, porque se siente verdaderamente enfermo, y se acuesta para tener el más largo sueño, el de la muerte.
El primer día del año de 1932 es de consternación en Salamanca. José Sánchez Rojas ha muerto, solo, como un perro abandonado por voluntad propia, ya que él ha querido apartarse de todos. Don Miguel recuerda lo que él llamó su hora de los remordimientos: las esperanzas puestas en Pepe Rojas; el instinto del idioma que perdió en el periodismo fácil la posibilidad de un gran escritor; la fidelidad casi perruna de aquel hombre –un muchacho para él– que fue desterrado a Huesca por Primo de Rivera por defender al maestro; la muerte que llega a los más jóvenes.
La familia de Sánchez Rojas se entera, como la ciudad, cuando él ha muerto. Deciden enterrarle en su entrañable patria chica, en Alba de Tormes, la tierra de Santa Teresa, que tuvo el siempre a flor de su pluma fácil. Unamuno, con los hombros hundidos bajo el peso de una gran tristeza, de las dudas de no haber insistido lo suficiente para salvarle de su cotidianidad a salto de mata y de un artículo, sintiéndose tremendamente viejo, preside el entierro que cruza el Tormes y lleva, en último y definitivo retorno a su tierra madre, al pobre y desmedrado despojo de aquel ser desventurado, entusiasta e ingenuo, cuya trinidad de entusiasmo literario y humano estaba formada por el agustino horaciano, la santa andariega y el vasco peripatético.

Salcedo, Emilio. (1964). Vida de Don Miguel. Salamanca-Madrid-Barcelona. Ediciones Anaya. (pp. 253-254)

2 comentarios:

  1. Falta hace una nueva biografía de José Sánchez Rojas, como lo demuestra, y es una lástima, que autores de prestigio como Emilio Salcedo o Luciano González Egido incurran en errores acerca de los acontecimientos que rodean la muerte de Sánchez Rojas y su entierro. Su familia más próxima está junto a él en el hotel Terminus cuando muere, según la prensa local y Unamuno no está presente en su entierro en Alba de Tormes, como afirma Luciano González.

    Esperemos que más pronto que tarde se publique esa biografía y que ilumine algunos aspectos de la vida y obra de este albense de altura que fue José Sánchez Rojas.

    Miguel Ángel Diego

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    1. Totalmente de acuerdo en la necesidad de esa biografía actualizada, y no será por falta de conocedores profundos de la vida y obra de Rojas como los albenses Jesús María García o el creador de este blog, Gerardo Nieto; incluso podría afrontar el reto el autor del comentario anterior, que ha dado muestras sobradas de conocer bien a nuestro singular escritor. El campo ya está abonado con los trabajos del inolvidable Julián Moreiro (“Sánchez Rojas- crónica de un cronista” y la edición de “El encanto de la vega y otros artículos”) y del también fallecido profesor Fernando Jiménez en el prólogo a “Sensaciones de Salamanca”. ¿Alguien dispuesto a recoger el guante?

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