viernes, 4 de septiembre de 2015

Pan y Toros

Fue esta (Pan y Toros) una revista taurina que, con periodicidad semanal, se publicó en Madrid los últimos años del siglo XIX. La revista salía a la luz los lunes y contenía artículos literarios, algunas composiciones poéticas, retratos de toreros, vistas de plazas de toros, historiales de ganaderías… y reseñas de corridas y festejos taurinos entre las que hemos encontrado esta curiosa crónica, publicada en su nº 82 de 27-10-1897, en la que se comentaba la accidentada novillada celebrada en Alba de Tormes el 17 de octubre de aquel año, que transcribimos a continuación:


DESDE SALAMANCA
NOVILLADA EN ALBA DE TORMES
UN TORO QUE NO SALE, DANZARINES, BRINDIS, BRONCAS, PALOS, PEDRADAS, DESACATOS A LA AUTORIDAD, ETC. 

No recuerdo cómo, llegó a mis manos un programa en el que se anunciaba que el día 17 de Octubre se celebraría en Alba de Tormes una gran corrida de novillos, lidiándose tres por la cuadrilla del valiente Anastasio Castilla y soltando luego otros tres para los aficionados.
Por entretener la afición y por dar noticia a PAN Y TOROS de lo que allí ocurriera, me acomodé en el ferrocarril y presénteme en Alba.
A poco de llegar me enteré de que Castilla no podía torear por hallarse indispuesto en Valladolid.
Un tanto disgustado ya con la noticia, me dirigí a la plaza, y en ella me encontré con mis tíos los vizcondes de Graci-grande, que tuvieron la amabilidad, que yo agradecí infinito, de invitarme a su palco, donde estuve agradabilísimamente en compañía de señoritas tan bellas y simpáticas como Romanita y Filomena Villapecellín,
Comenzó la corrida con un novillo negro zaino, el que luego de varios capotazos y cinco banderillas (ninguna en su sitio), pasó a manos del Madrileño, que después de dos pinchazos malísimos le mandó al desolladero de una corta y baja.
El segundo era negro, veleto y corredor. Capotazos sin arte, un par bueno por chamba y dos más en las paletas, fue el preámbulo para que tomara el Madrileño por vez segunda los trastos. Brindó la muerte del toro al palco en que me hallaba yo, y después de doce pases, notables por lo malos, echó a rodar al bicho de un soberbio bajonazo, recibiendo como premio un guante del Vizconde con 25 pesetas dentro.
Suenan los clarines, abren la puerta y el torete tercero sin salir. Pasan diez minutos, quince, veinte, y nada, no hay quien le haga dejar el chiquero. Los danzarines se arrojan a la plaza y danzan para entretener al pacientísimo público; toca la música, y por fin, viendo la imposibilidad de sacarle, dispone el alcalde que salga el primero (bicho de cinco años) de los destinados al público, y que le maten los novilleros. El ganadero se opone con razón, el público grita, los cabestros salen, se llevan el toro, y después de titánicos esfuerzos sale el torete que antes no quería.
Capeado y banderilleado por lo mediano, pasó a manos del Gaditano, que brinda la muerte del torete a D. Luis de Zúñiga. Sin atreverse a pasar de muleta se tira a la media vuelta y no pincha; pasa el tiempo, el alcalde dispone que salgan los bueyes y el torero no se retira hasta que el teniente de alcalde, don Ricardo Perlines, lo lleva a la barrera, detenido por desacato a la autoridad.
El público se arroja al redondel y se opone a la salida de los mansos; la Guardia civil se baja al ruedo disponiéndose a matar al toro, cosa imposible por la aglomeración de gente. Después desacatos a la autoridad, ocho detenidos, el tumulto que crece, hasta que ya, de noche, una turba de bárbaros se arrojan a la arena y acaban con el infeliz torete a palos, pedradas y puñaladas.
¡Qué espectáculo para un pueblo civilizado!
Y aquí termino dando las más expresivas gracias a mis tíos, igual que a las distinguidas señoritas de Villapecellín, por la amabilidad con que fui tratado.
PEDRO SÁNCHEZ OCAÑA

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