sábado, 10 de julio de 2010

El ciego Sabino

Coincidiendo con el aniversario de la capitulación de Ciudad Rodrigo y como modesta contribución de Entre el Tormes y Butarque a la conmemoración del bicentenario del asedio francés a esta localidad que, a diferencia de lo ocurrido el pasado mes de noviembre en Alba de Tormes, ni olvida ni da la espalda a su historia, reproducimos una de las obras premiadas en los Juegos Florales con los que, junto a otros actos, se rememoró en 1910 el primer centenario de los sitios. El ciego Sabino, relato del que hoy nos ocupamos, obtuvo el premio correspondiente al tema VII (Crónica literaria sobre un episodio del sitio de Ciudad Rodrigo) de aquel certamen y su autor fue el escritor y periodista albense José Sánchez Rojas.


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EL CIEGO SABINO

Con un libro de historia sobre la mesa de estudio, abierto por un grabado que representaba a Daoiz y Velarde defendiendo el Parque de Madrid, dormitaba yo las horas de mis ensueños, diez años ha, en el colegio de mi niñez. Eran las siete de la tarde y corría el mes de Mayo, ingrato para los estudiantes. Habíamos regresado de paseo los colegiales, con nuestros bonetes cuadrados y nuestras flamantes becas azules. Apretaba el calor y el tiempo apretaba. Y yo repasaba la Historia de España, deteniéndome con deleite en la epopeya de la Independencia.

La ventana de la sala de estudios miraba a la muralla de la ciudad. Aquellos paredones rugosos y viejos daban una impresión castiza de pueblo castellano digno de los juglares de nuestro sabroso Romancero.

Por aquellos días leíase en el refectorio del colegio una historia de Mirobriga; antes, habíamos escuchado la lectura de unas leyendas, y en mi memoria danzaban, confundidos, un obispo resucitado, una bella que resiste los halagos de su rey y desfigura su rostro con aceite hirviendo, unos caballeros que luchaban por su dama en las sombras de la noche y en los ángulos de las esquinas, el eterno motivo shakespeariano de los Montescos y Capuletos, con Julietas que asoman su rostro blanco al pálido claror de la luna y con Romeos que lanzan ante las tapias del jardín azul los eternos ayes de nuestras esperanzas y de nuestros amores.

Y soñando, soñando -¿qué ha de hacer un niño sino soñar?- tuve una visión clara y sintética de la epopeya nacional que antes estudiara. Por primera vez en nuestro pueblo, de sus entrañas surge un grito redentor, que sale de las ciudades, que se desparrama por las aldeas; eco que retumba en los valles, canción que vibra en las montañas, grito de coraje, de esperanza y de amor. No luchan las ideas; no se pelean los hermanos; entonces y solo entonces siente el pueblo que es uno y que es firme. La unión nacional simbolizada en el pendón de Granada, tiene para el pueblo un valor plástico ante el peligro francés. La unión nacional se consolida entonces. Las notas diplomáticas callan cuando habla el pueblo. No pelea el ejército regular, luchan siempre los guerrilleros. Mezclanse clérigos, hampones, mujerucas, escolares, los mozos y los viejos, los desordenados y los modosos, los corregidores y los corchetes. El pueblo es el héroe. No hay episodios sucintos, aislados en la conmoción popular. Son anónimas las glorias y en el corazón del pueblo encienden su llama generosa. Cada uno se siente un trozo vivo, entraña palpitante de la patria única; cada uno defiende sus amores, el beso de la madre, el halago del hijo, el techo de la vivienda, la espiga que dora la campiña y la canción que aprende a la reja de la mujer amada. No es la junta central, no son las cancillerías, ni los generales, ni los obispos ni los letrados, los que declaran la guerra santa: son dos artilleros del Parque de Madrid, son las coplas de los zaragozanos, es el alcalde de Mostoles que en su Concejo lanza una proclama que es reguero de sangre y manantial de cantares. Es el instinto popular, grande en su fiereza, magnifico en su cólera, el que quiere lo suyo: el pan del suelo y el pan del alma, que lo conquista como puede.

Y mientras sueño comienza a ponerse el sol. Las campanas de la catedral caen, lentas, en la calma del crepúsculo. La sombra se adueña de las murallas que veo desde mi ventana. Y pienso en la lucha de la ciudad. También el pueblo es aquí el héroe. Al lado de Perez de Herrasti, están el deán austero, de patriotismo noble y de frase acerada, el gran Aparicio; Lorenza Iglesias, de gesto altivo y de señoril continente, el ciego Sabino, el héroe que sube desde las entrañas del pueblo al trono de la gloria; el fantástico Julián Sánchez, sembrando espanto entre los gabachos con sus lanceros inmortales.

La figura de Sabino… ¿No es esta, amigos míos, una figura genuinamente épica? Si Homero el ciego canta las gestas de los bandos que las caricias de Elena se disputaban, el ciego Sabino las realiza en nuestra casa solariega. Si Milton el ciego canta el Paraíso, el nuestro, el español, el mirobrigense, lo trae a las murallas de la ciudad sagrada, encendiendo su ceguera focos de luz en los patriotas.

La historia del sitio no esta hecha. Son más las tradiciones orales que los documentos escritos los que narran las hazañas de vuestros abuelos, mirobrigenses. No os apesadumbren achaques de tal linaje.

La charla del viejo que os ha referido, en vuestros años mozos, cosas que el oyó en su muchachez, tiene un matiz, un arte, un calor de humanidad que no reproduce nunca el papelote amarillo, el cronicón añejo y la carta familiar de un ascendiente, traspapelada en los sótanos de un desván, donde silba el viento durante las noches invernales. La del ciego Sabino es una tradición oral, y por serlo, es más verdadera que el documento tamizado por el erudito rebuscón. Las murallas, grietosas, comienzan a desconcharse. Los conventos de Santa Clara y San Francisco, el cimborrio de la catedral, oyen el zumbido de la metralla. Hay voces desgarradoras, cuerpos que caen, lamentos, polvo, ruido infernal. Las mujeres llevan agua a los combatientes; Perez de Herrasti no quiere rendirse y despide a los emisarios. El pueblo lucha bravamente y no quiere ser francés.

Y camina un ciego con su perro por la muralla. No se arredra nunca; él está siempre en la vanguardia y no sabe del peligro ni de la vida. Y lleva municiones, dice palabras de piedad a los moribundos, predica a los fuertes y da vigor a los débiles. Tal vez tropieza con un casco de granada; se rehace, y los ladridos del perrillo, que olfatea en el ambiente, dan luz a sus ojos y a su alma coraje.

Y yo digo que no hay figura como esta, ni arrojo como este arrojo. Es el episodio más conmovedor del sitio y de la epopeya toda de nuestra independencia. Ni Agustina con sus cañones, ni Palafox con sus arengas, son comparables al ciego mirobrigense.

Y estas figuras desaparecerán para siempre. No tornaran nunca a los dorados jardines de nuestra niñez. El patriotismo se ha trocado ahora, de arrojo individual, en cifras numéricas y en fuerzas mecánicas; de escaramuza aislada, en achaque cerebral. Mas nuestra España formará su alma del recuerdo de las viejas gestas, y el ciego de Ciudad Rodrigo puso una nota de ternura en la bandera y en el alma de la patria. Alma plebeya, anónima, juglar de nuestro espíritu, el ciego Sabino abrirá camino de luz a nuestros hijos. Leguemos a estos la historia dorada que de nuestros padres heredamos nosotros. Una historia fuerte, viril, austera, de leones que rugen y de águilas que tienen cortadas las alas; historia a la que puso el ciego Sabino un momento de gracia y de melancolía.

José Sánchez Rojas

1 comentario:

  1. ¡Estupenda manera de comenzar el día!
    Es un placer levantarse, sentarse a desayunar al lado de la ventana con el aire fresquito, abrir esta página y encontrar esta lectura de Sánchez Rojas.
    Es verdad, muy poco se conocen en Alba su historia y sus personajes. La cultura del pueblo es un campo sobre el que se pasa de puntillas. Ni a los chavales de antes ni a los de ahora nos ha llegado el rico legado histórico de Alba (se ha roto esa transmisión de la que nos habla Sánchez Rojas).
    Gracias a "Entre el Tormes y Butarque" estamos aprendiendo, descubriendo y disfrutando la historia de nuestro pueblo, el pasado y el presente. Tenemos a nuestra disposición documentos y obras a los que difícilmente podríamos acceder de otra forma; además están las intervenciones y aportaciones de los que entrais en esta página.
    Decirte, Gerardo, que has empezado una obra que, entre todos, cada día se hace más grande y más importante. ¡Tienes mucho mérito, y el reconocimiento de muchas personas!
    De nuevo me surge una idea que me lleva rondado mucho tiempo: ¿cuándo se empezará a utilizar la biblioteca municipal para algo más que un simple préstamo de libros?. Ojalá vengan tiempos mejores y desde el Consistorio se desarrollen y apoyen buenas iniciativas, empezando con los más pequeños, que es donde mejor se planta la semilla.

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